SOCIEDAD

La gigantesca flor mecánica ya despliega sus pétalos en Palermo

La obra donada por el arquitecto Catalano fue instalada en una plaza junto a Canal 7. Mide 25 metros y pesa más de 26 toneladas.

En una de ésas en el futuro se la nombra como la flor gigante, “la flor de aluminio”, o simplemente con sus iniciales, “La FG”, teniendo en cuenta su nombre más difícil de ser convertido en una marca: Floralis Genérica. Probablemente se convierta en una de las fotos turísticas de Buenos Aires, con sus pétalos abiertos o cerrados, de noche o de día. Quizá sean un éxito las raves que podrían hacerse a sus pies, teniendo en cuenta lo moderna y tecnológica que luce. Y si se expande un sentimiento de resistencia de los porteños por su desactualizada monumentalidad ante esta mishiadura que reina, hasta pueda convertirse en escenario para cacerolazos contra el pasado de mal gasto y opulencia. Es que, dos años y medio después de ser concebida y donada por el arquitecto argentino radicado en Nueva York, Eduardo Catalano, la flor más grande y más cara que se haya visto –seis millones de dólares– ya está emplazada en la vieja plaza Naciones Unidas, entre Canal 7 y la Facultad de Derecho.
La flor ya es una noticia en la ciudad, al menos para lo futuros abogados de la UBA, los vecinos de Recoleta, todos aquellos que viven en la zona norte y avanzan por Figueroa Alcorta, donde se perfila la Floralis Genérica. Aunque la plaza sigue rodeada de un corralito de cercos verdes la flor ya está erguida y de pétalos abiertos; el parque ya tiene césped, la fuente que hace de base de la flor, de 44 metros de diámetro ya es un espejo de agua que se derrama por los costados, sin un asomo de esos chorros que salían otrora de querubines y sirenas. La flor, lista pero no finiquitada, está a punto de ser inaugurada, en estos días de otoño, antes de que los alrededores se queden con árboles sin hojas, pero no habrá gran pompa en el asunto. Obvias razones llaman a la sobriedad a la hora de los gastos. Suficientemente grandiosa resulta la obra de Catalano, por donde se la mire. Fabricada por completo en acero inoxidable y aluminio –cada uno de los pétalos pesa tres toneladas y con tallo y pistilos incluidos se va a 26 mil kilos en total– sus partes fueron construidas por la fábrica de aviones Lockhead Martin Aircraft, de Córdoba.
“Cada vez que paso a mí me produce una bronca bárbara el bicho éste –le decía ayer a Página/12 un comerciante parado en el semáforo de Figueroa Alcorta–. Pienso en la cantidad de argentinos que podrían recibir la plata y me dan ganas de volarla.” El comerciante beligerante coincidió con varias personas consultadas en las veredas de la Facultad de Derecho. Aunque muchos se tranquilizan cuando confirman que los seis millones de dólares que costó la Floralis Genérica son una donación de su creador, el prestigioso Catalano y no una loca inversión del estado local. El arquitecto, profesor emérito del MIT, en Buenos Aires por estos días, ya está en los avanzados ochenta y ha dejado obra: el Lincoln Center en Nueva York y la embajada norteamericana en Buenos Aires.
Catalano, que es considerado un sabio en la combinación de espacio, luz y estructura, concibió la flor como lo más lejano a una escultura. La define como una obra ambiental y de hecho eligió el lugar en el que ahora se emplaza por la manera en que sus formas juegan con el espacio de edificios recortados, frondosa arboleda, cierta limpieza en el horizonte difícil de encontrar en otras zonas de la ciudad. A quien se le pregunte por la aparente incongruencia entre el precio de la donación de Catalano con un país que debió asumir que es uno de los más pobres entre los pobres contesta que es comprensible siendo que la debacle final no se avizoraba hace dos años, o hace 14 meses, cuando comenzaron a construirla. “En este momento puede ser mirada como un símbolo de esperanza”, es la idea de su creador para conjurar la época que nos toca.

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Descomunal: la flor, que tiene por base una fuente, costó seis millones de dólares, donados por su creador, Eduardo Catalano.
 
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