SOCIEDAD › A SIETE AÑOS DE SU FIRMA, SE
PONE EN VIGENCIA EL PROTOCOLO DE KIOTO

Un acuerdo para no calentarse tanto

Los países desarrollados deberán reducir sus emisiones contaminantes. La ceremonia será presidida por el ministro de Salud argentino.

 Por Federico Kukso

Siete son los años que el organismo humano tarda en eliminar aquellos compuestos llamados dioxinas que, en concentraciones elevadas, pueden ser cancerígenos; siete años duró la guerra que entre 1756 y 1763 enfrentó a Prusia y Gran Bretaña contra los ejércitos de Austria, Francia, Rusia, Suecia y España y siete años fue lo que le llevó a la nave Cassini llegar a Saturno. A partir de hoy mismo, ese lapso también será el que figure en los libros de historia cuando se aluda al tiempo que tardó en entrar en vigor el ya famoso Protocolo de Kioto, el mayor acuerdo ecológico mundial para tratar de frenar el cambio climático y que obliga jurídicamente a los países desarrollados a disminuir sus emisiones de gases causantes del “efecto invernadero”. Fue aprobado el 11 de diciembre de 1997 por 180 países en la ciudad de Kioto, Japón. Comenzará a regir exactamente 90 días después de que el Parlamento ruso lo ratifique, sin el aval de Estados Unidos, el país que más contamina en el planeta –con el 36 por ciento del total de las emisiones–, ni de Australia, el que más gases emite per cápita. La ceremonia será presidida por el ministro argentino de Salud y Ambiente, Ginés González García.
Básicamente, este acuerdo internacional obliga legalmente a 35 países industrializados (Japón, Canadá, Rusia, Alemania, Gran Bretaña, Italia, Francia, entre otros) a reducir entre 2008 y 2012 sus emisiones de los gases que provocan el calentamiento global o “efecto invernadero” (dióxido de carbono, metano, óxido nitroso, hidrofluorocarbonos) a un nivel no inferior al 5,2 por ciento, respecto de los porcentajes de 1990. Pero no todos los países involucrados lo harán por igual: Japón, por ejemplo, debe reducir un 7 por ciento y los países de la Unión Europea, un 8 por ciento en conjunto. Si bien ratificó el protocolo el 21 de junio de 2001, la Argentina, por su parte, como país en desarrollo que sólo produce un 0,6 por ciento del dióxido de carbono mundial, está exento de metas cuantitativas impuestas por el protocolo.
“Con esto no se va a salvar el clima, pero al menos es un paso en la dirección correcta que permite que haya una tendencia política irreversible dentro de los gobiernos, capaz de obligar en un futuro a Estados Unidos a plegarse a este sistema”, dijo a Página/12 Juan Carlos Villalonga, coordinador de Greenpeace Argentina.
La historia del acuerdo comenzó en la remota ciudad que lleva su nombre, capital nipona entre los años 794 y 1868 y que durante la Segunda Guerra Mundial tuvo el raro privilegio de no ser bombardeada debido a su gran patrimonio cultural; un conglomerado rodeado de montañas que acogió en 1992 a las congregaciones de la mayoría de las naciones industrializadas. Cinco años después, el 11 de diciembre de 1997, el Protocolo de Kioto fue firmado por 180 países, entre ellos Estados Unidos. Recién el 30 de mayo de 2002 la Unión Europea lo ratificó. Siguieron Canadá, Japón, Ucrania y Nueva Zelanda. Pero hasta que el Parlamento ruso no estampó su firma el viernes 22 de octubre de 2004, el mínimo estipulado para que el protocolo comenzase a funcionar no se había alcanzado.
En 2001, la administración Bush cambió caprichosamente de opinión y decidió darle la espalda al Protocolo al no ratificarlo, aludiendo a que las medidas profundizarían la actual recesión económica estadounidense y que el desempleo se iría por las nubes. En realidad, lo que hizo (y hace) actualmente el gobierno estadounidense es restarle importancia a la estampida de evidencia científica que imbrica la actividad humana con el llamado “cambio climático” (sugerido por primera vez por el químico sueco Svante Arrhenius en 1896). La inmensa mayoría de los científicos abocados al estudio de este proceso a nivel global cree que el actual calentamiento global, por lo menos desde 1960, se debe fundamentalmente a las emisiones de gases de efecto invernadero de origen humano. En el asunto, el problema no es la variación del clima en sí, un fenómeno que se produce naturalmente desde los tiempos geológicos más remotos, sino la velocidad del cambio, que aplaca todo el poder de autorrecuperación de la naturaleza.
“Los cambios climáticos globales proyectados muestran que la temperatura media en la superficie terrestre podría aumentar entre 1,4º C y 5,8º C en el transcurso del siglo XXI”, fueron algunas de las conclusiones de un informe realizado por el climatólogo argentino Osvaldo Canziani, vicepresidente del Panel Intergubernamental sobre Cambio Climático (IPCC). Pero eso no es todo. Se cree, aunque en meteorología las predicciones a largo plazo no son del todo certeras, que si no se hace nada se agudizarán los deshielos, se alterarán las corrientes marinas, la selva amazónica se convertirá en una sabana y se intensificarán sequías e inundaciones, huracanes y ciclones, entre otras catástrofes nada amigables.
Hoy, con ausencia norteamericana y mientras en el mundo se reproducen sin parar celebraciones y actos de protesta, premios Nobel y ministros del mundo al por mayor, como el argentino Ginés González García, se reunirán en una ceremonia especial en Kioto para ser testigos del comienzo de un cambio mínimo, ya no en el clima global sino en el siempre conflictivo comportamiento humano.

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Militantes ecologistas de varios países protestaron contra Estados Unidos, que no adhiere el acuerdo.
 
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