SOCIEDAD › PADRES INMIGRANTES ENSEÑARAN CULTURA AUTOCTONA

La integración en la escuela

“Mi mamá es de Bolivia”, “la mía de Perú”, “mi papá es de Paraguay”, gritan los chicos desde sus bancos con la mano levantada, sin esperar que el maestro les indique su turno. La mayoría de los alumnos de la Escuela 13, del Bajo Flores, son hijos de inmigrantes de países limítrofes y desde este año serán protagonistas de una experiencia distinta: sus padres van a dictar talleres de lengua aimará, guaraní y quechua, cursos para preparar comidas típicas y para bailar danzas autóctonas. “Nuestra idea es enriquecernos de la diversidad”, cuenta Claudio Altamirano, maestro de cuarto grado y generador del proyecto. Los chicos cuyas familias provienen de otras culturas son cada vez más en el sistema educativo de la ciudad de Buenos Aires. Según el secretario de Educación porteño, Daniel Filmus, en ese contexto “la prioridad es la integración”.
Más de 150 chicos –entre el jardín de infantes, y los alumnos de cuarto y séptimo grado de la Escuela Nº 13 Francisca Jaques– van a participar de estos talleres en los que están involucrados todos los miembros de esa comunidad educativa, y a fin de año demostrarán cuánto aprendieron en una exposición final. Cuando los alumnos trabajen con la comida típica de un país, por ejemplo, también van a aprender sus bailes tradicionales, mientras que en la clase de Ciencias Sociales van a relacionar los mismos temas para articular todos los contenidos.
Según cuentan los docentes, estos chicos hijos de bolivianos y peruanos antes eran tímidos y callados. Pero en el aula de 4º, los gritos derrumban cualquier estereotipo. Todos cuentan que quieren participar de los talleres y relatan con orgullo su historia familiar.
“Los coyas tienen una cultura de sometimiento y resignación donde no prima la palabra, algunos tienen vidas muy sufridas y marcadas por profundos dolores que fueron callando. Los chicos se tienen que apropiar de la palabra para expresar lo que piensan y sienten”, explica Altamirano. Para el docente, es cuestión de elegir: “Hay una postura autoritaria de imponer un modelo cultural que somete al resto, y otro modelo de construcción de una identidad colectiva”. Y relata que “los chicos se sienten muy contentos cuando ven al papá en el rol de maestro porque alguna vez se habrá sentido discriminado, y si la lengua de papá o mamá es el quechua y se valora en el colegio, desde el supuesto lugar del saber, todo cambia”.
Un relevamiento realizado el año pasado por la Dirección de Investigación de la secretaría muestra que en la ciudad, en el sector primario y público, hay un 8 por ciento de chicos extranjeros, de los cuales el 3,3 por ciento son provenientes de Bolivia. La distribución es mayor en el sur de la ciudad, donde llega al 12,2 por ciento. “Hay zonas con una alta incidencia de multiculturalidad, lo que representa un desafío para los docentes”, explica Graciela Morgade, directora de Investigación.
Filmus, por su parte, señala que el sistema educativo argentino fue construido para disimular las diferencias. “Vinieron inmigrantes de muchas nacionalidades y había culturas indígenas regionales divergentes. La generación del ‘80 creó el mito del crisol de razas. Mezclábamos todo en la escuela y salía el ser nacional. Y el guardapolvo blanco igualaba y escondía el origen. Tener un acento distinto era una vergüenza.”
Susana, la mamá de Nicolás, es cocinera y se encarga, junto con Carmen, del taller de comida. “Mi abuela me enseñaba a cocinar todo a mano, y a los chicos les gustó preparar la masa de los ravioles y amasar el pan. Yo soy argentina y mi marido es boliviano, así que conozco ambas comidas”, cuenta. Sergio, papá de Roxana, es de Cochabamba, Bolivia, y habla quechua. “Les voy a enseñar hablando, junto con otro padre paisano.” Pero el maestro aclara que no van a estar solos: “La metodología se la voy a facilitar yo”, explica. Sandra está encargada del baile. “Lo primero que se enseña es el gato, luego viene el zapateo para los varones y el zarandeo para las nenas. Después vendrán la chacarera y la zamba”, cuenta. Otras madres de jardín enseñarán a bailar el caporal de Bolivia y la cueca chilena. Altamirano explica que “uno de los objetivos del programa es integrar, rescatar las historias de cada uno que son fragmentos de la Historia, y que se pueda encontrar en la escuela un espacio de todos en una sociedad que excluye y margina”.

Producción: Gimena Fuertes.

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