SOCIEDAD › CURIOSOS PROTOCOLOS DE UNA SUCESION PAPAL

Escudriñando unos testículos

Por Peter Popham *
Desde Roma

La Iglesia Católica está tan orgullosa de sus ceremonias de tradición como el Parlamento o la familia real británicos, y aunque algunas queden relegadas por imperativos del mundo moderno, muchas otras se mantienen intactas. Es improbable por ejemplo –nunca lo sabremos del todo por seguro– que el camarlengo del Vaticano, el cardenal Leonardo Martínez Somalo, haya golpeado tres veces la cabeza del Papa con un martillo de plata y haya pronunciado su nombre de bautismo para asegurarse de que hubiera muerto; pero es mucho más probable que haya seguido la tradición en usar el mismo martillo para destruir el anillo del pontífice, de modo de frustrar las intenciones de posibles cazadores de souvenirs, o algo peor.
Es también poco probable –de nuevo, nunca podríamos saberlo– que al próximo Papa, una vez elegido, se le pida que se siente en una silla especial, como un retrete, mientras el camarlengo escudriña para sentir sus testículos, asegurándose un ciento por ciento que no han elegido a una mujer por error. Pero el cónclave en el que es elegido el Papa sigue en espíritu los cónclaves del pasado. La palabra significa “con llaves” y es un juego de palabras del latín: se reúnen para encontrar el próximo hombre que lleve “las llaves de San Pedro”; mientras los hacen, ellos mismos se encierran.
En otros tiempos, quedaban literalmente casi prisioneros, tanto para evitar que fueran influidos por intereses políticos que reclamaran un Papa afín a sus corazones como para mantener sus mentes ocupadas en la tarea. Incluso en el primer cónclave, a pesar de estar recluidos dentro del antiguo palacio romano Septizonium por el regente civil de la ciudad, Matteo Orsini, y advertidos por sus guardias sobre la detención en caso de que trataran de escapar, fueron incapaces de acordar durante semanas. Finalmente se decidieron por el anciano Celestino IV, que murió dos semanas después –momento para el cual los cardenales habían dejado Roma, a fin de evitar repetir la experiencia–.
Los cardenales de hoy alternarán durante el cónclave entre la Capilla Sixtina, donde ocurrirán las oraciones y los votos, y un moderno y cómodo edificio a poca distancia. De lo único que se los privará será de teléfonos y otros medios de comunicarse con el mundo exterior. Será el primer cónclave en que los cardenales serán tan afortunados. Antes, dormían en catres improvisados dentro del Palacio Apostólico. Y en los tiempos antiguos corrían serios riesgos de morirse de hambre: para alentarnos a que hicieran su tarea, el papa Gregorio X en el siglo XIII decretó que si los cardenales fracasaban en tomar un decisión después de tres días, las dos comidas diarias estipuladas serían reducidas a una. Luego de cinco días más sin ninguna decisión, se les proveería sólo de pan, agua y vino hasta que surgiera el nuevo Pontífice.
Esas medidas desesperadas fueron necesarias porque la pereza o el temor de los cardenales se habían vuelto proverbiales. Un cónclave, realizado en la ciudad papal de Viterbo, al norte de Roma, se prolongó tediosamente por tres años sin arribar a una conclusión. Finalmente los lugareños se hartaron tanto que asaltaron el palacio y le sacaron el techo.

* De The Independent de Gran Bretaña. Especial para Página/12.

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