SOCIEDAD › CADA VEZ MAS HOMBRES APRENDEN A CULTIVAR ARBOLES EN MINIATURA
Hacé bonsai si sos macho
La tendencia, detectada en los últimos tres años, revierte el estereotipo de una actividad elegida mayoritariamente por mujeres mayores. Mitos y secretos de una tradición oriental.
Ignacio estaba entusiasmado con los bonsai. Cuando le regalaron uno, atendió las indicaciones que le dieron sobre riego y ubicación. Puso el arbolito en su cuarto pero una tarde sofocante de verano se olvidó de regarlo: fue el fin. “Son taaan delicados que palmó. No lo pudieron salvar”, comenta. Poco tiempo después, recibió un nuevo arbolito, un jazmín de Madagascar que llegó acompañado de un curso de bonsai. Ignacio fue con complejos, pensando que “iba a estar lleno de viejas”, pero se chocó de frente con una tendencia: la mayoría de los asistentes eran varones. En los últimos años, el perfil de los nuevos bonsaístas también comenzó a incluir “a profesionales muy ocupados, que cuando cruzan la puerta de su casa ni siquiera saludan a la familia y se van corriendo a ver cómo está su planta”, se sorprende Alejandro Sartori, presidente del Centro Cultural Argentino de Bonsai.
En el Jardín Japonés de Palermo, donde se desarrollan las actividades del CCAB, empezaron a notar el incremento de varones durante los últimos tres años. “Es una especie de auge”, certifica Sartori. Los hombres que se deciden a aprender estas técnicas de cultivo terminan de romper con un esquema que reinaba hace una década, cuando el bonsai era percibido como una opción para el estereotipo más plano de un ama de casa “que podía elegir entre la costura y el bonsai”, recuerda Sartori. Mientras este concepto fue quedando viejo, en el Jardín Japonés de Palermo cada vez se vieron más arbolitos en manos de aprendices varones, que “tienen entre 20 y 30 años”.
Roberto Devoto tiene 65 años e ingresó a este pequeño mundo hace cincuenta. Lo hizo de la mano de una mujer japonesa, que era la abuela de un compañero de la escuela. Aunque ella atendía una tintorería en Avellaneda, también dedicaba tiempo a enseñarles a juntar semillas en las plazas. Sólo a ellos dos, porque “en esos días no había gente interesada en aprender”, compara Devoto, y comparte un dato valioso. “En la plazoleta de 9 de Julio e Independencia, de la mano derecha, yendo para el Obelisco, hay uno de los palos borrachos más puros del país. La gente va ahí y busca semillas para hacer bonsai”, revela este profesor que está a punto de jubilarse de su puesto en una escuela técnica y tiene el mérito de haber redactado el primer programa de bonsai aprobado oficialmente.
“Puede ser en que en la actualidad los hombres se interesen más –admite–, pero hay que distinguir entre los coleccionistas, que no se dedican de manera personal a sus árboles, y los que ven al bonsai como un componente más de la familia”, advierte. Devoto brinda sus cursos en el Centro de Bonsai de Monte Grande, y aunque allí se ven mujeres y chicos, la nota distintiva la dan los adolescentes. La tercera parte del auditorio está compuesta por alumnos de escuelas secundarias de la zona.
“Un empujón muy grande” lo dio la película Karate Kid III, según rememora Devoto. En ese film, el protagonista, Daniel-San, se propone ir a buscar un bonsai que fue plantado en una montaña inaccesible por su maestro, el señor Miyagi. Pero el discípulo sólo logra recuperarlo moribundo. Cada vez que la historia se repetía en la tele, “aumentaba la cantidad de gente que venía”, atestigua el docente.
Más allá de esta película, el imaginario popular no tiene demasiado incorporado el ítem bonsai. Una creencia muy arraigada es que los árboles “sufren” los permanentes cortes (ver aparte), una visión que puede llegar al extremo. Por ejemplo, en uno de los foros de Internet sobre este tema, un usuario dejó la siguiente comparación: “Cortar la raíz principal para limitar el crecimiento... Me preocupa el cómo esa gente educó a sus hijos, si cabe la analogía”. El dramatismo de esta perspectiva recibió un impulso desde adentro de la red. Hace algunos años, en varias cadenas de mails circularon fotos de “gatitos bonsai”. Se trataba de felinos muy pequeños que estaban adentro de frascos y eran alimentados por un tubito, a fin de impedir su crecimiento. Pero el lector puede borrarse la mueca de espanto: las imágenes eran puro verso. Dicen. En los sitios de Internet dedicados al bonsai abundan las consultas sobre temas que son bien básicos, como la poda o el riego. El dato permite suponer que muchos tienen su arbolito, pero carecen de la menor noción sobre los dichosos cuidados. Sartori conoce bien esa historia, porque dio sus primeros pasos como aficionado. Hoy asegura que “es una fea forma de aprender, porque los errores se pagan con la vida de la planta”.
Aunque varios profesores de bonsai arrancan sus clases con un gran marco teórico, la mayoría de los docentes prefiere incentivar a sus alumnos poniéndoles un bonsai enfrente desde la primera clase. Tienen sus motivos: “Nos tenemos que adaptar a la forma de pensar que tiene el ciudadano argentino. Si yo enseño como en Oriente, en la tercera clase no tengo más alumnos –señala Devoto–. Allá se pueden pasar semanas trabajando sólo con riego, por ejemplo.” Por lo general, se estima que doce clases son suficientes para conocer las técnicas básicas de esta disciplina, que nació en China y se perfeccionó en Japón. Quienes optan por sumergirse en la parte artística, deben seguir durante un lapso más largo.
Ignacio está en un curso básico, donde no sólo descubrió que una planta tiene “frente y parte trasera”. Con vuelo propio, decidió hacer un bonsai con un árbol de kinotos, aunque su profesor ya le advirtió que “jamás” va a lograr un fruto mucho más chiquito del que tiene esa planta. Sucede que cualquier árbol puede ser un bonsai, y a la inversa. “Si tomamos un bonsai, supongamos, un ombú de sesenta centímetros y lo plantamos en un patio, durante el primer año recupera la altura y al segundo tapa la casa”, cuenta Devoto. Y hay lugar para la convivencia entre ambos mundos: el famoso pino de San Lorenzo, un árbol muy envejecido, fue “curado” con estas técnicas por un bonsaísta japonés.
Informe: Daniela Bordón.