SOCIEDAD › EL DISCOVERY ATERRIZO DESPUES DE 14 DIAS EN EL ESPACIO
Descenso con el corazón en la boca
Los arreglos realizados en órbita superaron la prueba del descenso. La nave se posó en la base Edwards, en California. Pese al éxito, a los transbordadores les queda poco tiempo de vida.
Por Federico Kukso
La tensión era extrema. Casi tanta como cuando la malograda nave Apolo 13, allá por abril de 1970, volvía con éxito a la Tierra –después de su fallido intento por descender en la Luna– y se zambullía, luego de seis días de desesperación, en el Océano Pacífico con sus tres tripulantes sanos y salvos. En esta ocasión la misión no había sido tan titánica, pero el peligro de un desastre colosal asomaba con toda la furia: al fin y al cabo, la historia dice que en dos ocasiones anteriores la acérrima seguridad y previsión de la NASA fallaron calamitosamente y los transbordadores espaciales Challenger y Columbia se hicieron trizas al despegar (el 28 de enero de 1986) y al reingresar a la atmósfera terrestre (1º de febrero de 2003), respectivamente. Pero el transbordador Discovery no corrió esa (mala) suerte y, después de 14 días, 219 vueltas alrededor del planeta, 9,28 millones de kilómetros recorridos y un servicio de chapa y pintura en órbita, planeó primero y tocó tierra después en la californiana base aérea Edwards de la fuerza aérea norteamericana, a las 9.12 de la mañana de ayer (hora argentina).
“¡Volvimos!”, fue una de las primeras palabras que pronunció la comandante de la nave, Eileen Collins, en medio de explosiones de aplausos y emanaciones de desahogo que siguieron al chirrido de las ruedas sobre la pista de aterrizaje en el desierto de Mojave, una vuelta al hogar que puso fin al drama épico que tuvo en vilo a la NASA y a la carrera espacial misma.
El periplo del Discovery –el primer “taxi espacial” en despegar después de la tragedia del Columbia– había comenzado el 26 de julio cuando partió desde Cabo Cañaveral no sin sobresaltos: una vez en órbita y acoplado con la Estación Espacial Internacional a 385 kilómetros de altura, los científicos comprobaron atónitos que una pieza de aislante de unos 500 gramos se había desprendido del tanque externo dos minutos después del encendido de los motores. Era inevitable: todo el mundo recordó vivamente al Columbia, a sus siete tripulantes muertos, y pensaron que, como una repetición del destino, el Discovery correría la misma suerte. Tal vez por eso la operación de reparación in situ, sin precedentes, tuvo tanto ahínco: el astronauta Stephen Robinson se calzó el vetusto y aparatoso traje, abrió la escotilla y con la ayuda de un brazo mecánico y de otro no tanto del japonés Soichi Noguchi, retiró dos pequeñas cuñas mal fijadas entre las cerámicas termoprotectoras del vientre de la nave, que habrían podido causar un recalentamiento al regresar a la atmósfera y un desenlace catastrófico. Pasado el susto, había que enfrentar lo peor: el regreso. Y así lo hicieron... cruzando los dedos.
Originalmente estaba todo planeado para que el Discovery aterrizase en Florida pero las malas condiciones meteorológicas, además de dilatar el suspenso, impulsaron a los científicos de la agencia espacial a actuar sobre seguro y a cambiar el lugar de descenso a California.
Luego de recibir la luz verde de la NASA, la comandante Collins arrancó los motores y perfiló la nariz de la nave para el reingreso. La maniobra más peligrosa de la misión, la entrada en la atmósfera, se sorteó con éxito: el Discovery viajó a más de 25.000 kilómetros por hora, y luego de atravesar un trecho con una temperatura que trepaba a 1300ºC, comenzó lentamente a frenar –con la ayuda del piloto automático– hasta alcanzar una velocidad similar a la de un avión comercial, unos 700 kilómetros por hora primero y a 346 después, generando un estruendo tal que despertó a decenas de despistados californianos que llamaron a la policía del Antelope Valley, al norte de Los Angeles, para denunciar un tiroteo o posibles ataques terroristas.
Una vez que el Discovery tocó tierra, las palabras de alivio por parte de Michael Griffin, capo máximo de la NASA, no pararon de llover: “Estamos muy felices de haber podido retornar y decir que la misión fue un éxito”; “la misión fue más que fantástica, un éxito sobresaliente”; o del estilo jocoso de “todo ha salido tan bien que estoy pensando en renunciar”. Lo cierto es que estas frases tranquilizadoras lanzadas en la conferencia de prensa esconden el ánimo conspicuo que rodea por estos días a la agencia espacial norteamericana. Ocurre que en este asunto los datos y cifras triunfalistas no tapan la realidad. Porque no importa mucho que haya habido 145 viajes tripulados al espacio si dos de ellos terminaron calamitosamente. Además, el “incidente Discovery” aceleró la fecha de defunción de estos “viejos camiones espaciales” –nombre dado por Wayne Hale, director adjunto del programa de transbordadores–, que comenzaron a trepar por los cielos el 12 de abril de 1981 cuando justamente el ahora mal recordado Columbia encendió sus motores y, con sólo dos tripulantes, despegó desde el Centro Espacial Kennedy. La familia de transbordadores se amplió rápidamente: le siguieron el Challenger, el Atlantis, el Discovery, el Endeavour, el Enterprise y el Pathfinder.
La fecha de clausura de los “space shuttles”, que siguieron a la exitosa serie de misiones Apolo, estaba estipulada para 2010. Pero todo indica que los preparativos para la celebración de cierre se van a adelantar: pese a que se haya cancelado y archivado el desarrollo de los modelos X-33 y X-34 (hipotéticos sucesores de los setentosos taxis espaciales), en el horizonte tecnológico asoman los CEV (“Crew Exploration Vehicule” o vehículo de exploración con tripulación), que tendrán como dura tarea llevar a un estadounidense de vuelta a la Luna en 2020.
El calendario de la NASA indica que el 22 de septiembre próximo el que despegará será el Atlantis aunque después de lo del Discovery nadie lo da por seguro.
En la escena, tampoco falta el presidente estadounidense, George W. Bush, quien no desaprovechó la ocasión y a propósito del descenso triunfal del Discovery metió un bocadillo al saludar a los siete tripulantes, ya distendidos y con los pies sobre la tierra, diciendo: “Fue un gran logro. Era importante para la NASA recuperar la confianza del pueblo estadounidense y comenzar la transición hacia la nueva misión que le establecimos”. Igualmente, nadie olvida las palabras del primer mandatario norteamericano que antes de comenzar la maniobra de retorno hicieron estremecer a más de uno. “Estamos rezando por ustedes”, dijo. Por entonces, nadie supo si era un augurio tranquilizador o un presagio de que la tragedia estaba nuevamente cerca.