SOCIEDAD
Un vecino muerto y diez horas de terror en una toma de rehenes
Asaltaron un comercio en Monte Grande. Mataron a un vecino. Tomaron dos rehenes. Uno se entregó. Al otro lo hirió el Grupo Halcón.
La tarde laxa de domingo en un modesto barrio de Monte Grande, al sur del conurbano bonaerense, fue sacudida en pocos segundos cuando lo que podría haber concluido como un mero robo a una carnicería derivó en una toma de rehenes y asesinato de un testigo casual. Durante siete horas, un hombre y una mujer mantuvieron como rehenes a los dos habitantes de una vivienda familiar en la que se atrincheraron tras huir de la policía. Luego de una larga, tensa e inestable negociación, durante la que se escucharon varios disparos, el más joven de los rehenes fue liberado al mismo tiempo que la mujer se entregó. A las 23, casi diez horas después de que se desatara el asalto, el Grupo Halcón ingresó a la vivienda, liberando al rehén e hiriendo de gravedad al delincuente.
La tarde del modesto barrio Monte Chico fue sacudida cuando, según el relato que fuentes policiales hicieron a Página/12, a las 13.15, un hombre identificado más tarde como Enrique Luna y su compañera decidieron asaltar una carnicería ubicada sobre la calle Colón al 1700. Según algunas versiones, los delincuentes eran tres. Adentro había tres clientes. La mujer quedó afuera de campana y Luna –de unos 41 años y, según versiones policiales, preso por homicidio y robos reiterados– entró al negocio, sacó su arma, llevó hasta la parte trasera del comercio a los clientes y obligó al carnicero a entregarle el dinero de la caja. El comerciante lo hizo. Satisfecho, Luna salió y junto con la mujer escaparon a pie.
Pero todo se aceleró cuando un patrullero de la comisaría 1ª de Esteban Echeverría llegó alertado por un llamado al 911 y encontró a la pareja que caminaba por la calle Talcahuano, a pocos metros de la carnicería. Los efectivos se apresuraron a dar la voz de alto, pero más rápidas fueron las piernas de los ladrones que ingresaron a una vivienda sobre la calle Fariña, a veinte metros de Talcahuano y a menos de dos cuadras de la carnicería. En ese momento, en la casa estaban el dueño y su hijo de 25 años, inmediatamente convertidos en rehenes.
La policía rodeó la vivienda y los vecinos también. Los nervios del ladrón –que hace un año y medio quedó en libertad luego de haber purgado una condena en el penal de Olmos desde sus 19 años– se aceleraron. Los gritos sacudieron al barrio y “se aglutinó tanta gente que no la podíamos sacar”, comentó un comisario de Esteban Echeverría. Según el funcionario, Luna se asomó desde una abertura de la casa, “preguntó quién era el (oficial) que estaba a cargo” y, cuando éste se identificó, “le empezó a disparar”. Según el relato, Luna estaba tan sacado que disparó “a mansalva” y uno de esos disparos dio en el pecho del herrero del barrio, Ernesto Castillo, de 50 años, que estaba en la zona de tiro abierta por las rejas del frente de la vivienda. Murió, prácticamente, en el acto.
Más tarde, por esta tragedia, vecinos y familiares del herrero apedrearon a los policías acusándolos de no haber llamado rápido a una ambulancia. Pero, según los uniformados, no había mucho que hacer. Algunas versiones indicaron algo distinto. Dijeron que Castillo recibió el disparo –también por fatal casualidad– mientras caminaba por la calle y se cruzó con el delincuente que huía y se tiroteaba con la policía.
Con la muerte de Castillo, el desmadre fue tal que llegaron miembros de la Departamental de Esteban Echeverría, el Grupo Halcón, negociadores y hasta familiares de Luna. Francotiradores se apostaron en las terrazas de la zona rodeada, un radio de dos cuadras fue cerrado y los vecinos recibieron la orden de no salir. La policía intentó cortar el suministro eléctrico, pero Luna les advirtió que “ni se les ocurra”. Se vio acorralado. Pidió la protección de un fiscal y de las cámaras de televisión. En un momento salió de la casa apuntando con su arma a uno de los rehenes y retiró un chaleco antibalas acercado por la policía.
Carros de asalto estacionaron en las calles de tierra de Monte Chico, y Luna incrementó sus demandas. La más enfática fue que le devolvieran la bolsa con tranquilizantes que se le había caído durante la huida; evidenció claramente que ya no podía controlar la situación. A más de seis horas de la toma de rehenes, los ladrones tomaron una decisión: liberar al más joven de los rehenes. En ese movimiento, la cómplice de Luna –que además sería su esposa o concubina– se entregó. Algunas versiones indicaron la existencia de un tercer delincuente que habría sido capturado por la policía durante la huida. Pocos minutos después sonaron tres disparos atribuidos al arma de Luna, que al inicio del drama tiraba no bien veía que un policía se acercaba a la casa.
Las largas horas de negociaciones comenzaron a concluir cuando Luna arriesgó entregarse con la condición de que una cámara de televisión acompañara su rendición. El pedido fue concedido. Pidió tres paquetes de cigarrillos. Se los llevaron. Hubo un largo silencio hasta que aproximadamente a las 22.30 se oyeron tres disparos y luego dos más. El negociador seguía cerca del lugar. La policía había asegurado que no gatillaría. Más tarde se sabría. Los dos últimos disparos corrieron por cuenta del Grupo Halcón que había ingresado a la vivienda por la parte trasera y tomado por sorpresa al delincuente. Según informó la policía, el rehén fue liberado ileso, mientras que Luna fue herido de gravedad.