SOCIEDAD
Medicamentos para exportación made in Argentina
Después de trabajar en el exterior, un científico desarrolla drogas en una universidad pública. Una empresa las comercializa en el exterior.
Por Pedro Lipcovich
La Argentina inventa, produce y exporta medicamentos esenciales: esto que, en las actuales condiciones del mercado de los remedios, parecería una broma de mal gusto, es rigurosamente cierto para el caso del Laboratorio de Cultivos Celulares de la Universidad del Litoral, que está elaborando eritropoyetina –hormona necesaria para los enfermos renales– y beta interferón –para los enfermos de esclerosis en placa–: ese centro de investigación generó acuerdos con laboratorios nacionales para la elaboración comercial de las drogas. El mismo laboratorio desarrolla medicamentos para ayudar en las terapias contra el cáncer, a punto de ser ensayados en seres humanos, y otros productos que “todavía no podemos revelar porque están por ser patentados”. La historia de trabajo del investigador que dirige este emprendimiento señala cómo es posible, en la Argentina, articular la investigación con los emprendimientos productivos, pero también revela cuánta voluntad hace falta para lograrlo.
El Laboratorio de Cultivos Celulares de la UNL, que dirige Ricardo Kratje, se especializa en productos “recombinantes”. Por ejemplo, para producir eritropoyetina –hormona que produce el riñón y que por lo tanto las personas con insuficiencia renal necesitan recibir de por vida–, se toma una bacteria, o una levadura, o una célula de mamífero, y por ingeniería genética se le incorpora el gen humano que produce esa sustancia. Además de ese fármaco, el laboratorio elabora beta interferón, para los pacientes con esclerosis múltiple. A partir de estos principios activos, tres laboratorios farmacéuticos producen medicamentos; Marcelo Daelli, gerente de Zelltek SRL, señaló que “desde el año pasado, exportamos a distintos lugares del mundo, especialmente Brasil, México y otros países de Latinoamérica”.
El fármaco contra el cáncer es el “GM-CSF”, sigla en inglés correspondiente a “Factor Estimulante de Colonias de Granulocitos y Macrófagos”: contribuye a la quimio y radioterapia contra el cáncer al proteger a las células defensivas del organismo, que así puede tolerar dosis mayores contra el tumor. El “GM-CSF” que hay en el mercado proviene de bacterias o levaduras; el de la Universidad del Litoral se produce a partir de células de mamíferos, lo cual evita efectos adversos. “El proyecto está prácticamente terminado y estamos por poner en marcha ensayos clínicos de este producto”, contó el jefe de Cultivos Celulares de la UNL, y agregó que “hay otros dos productos en desarrollo pero, como son patentables, no puedo hablar de ellos por razones de confidencialidad”.
Ricardo Kratje narra así su historia profesional: “Me recibí a principios de los ‘80 en la Facultad de Farmacia y Bioquímica de la UBA. Recuerdo que, de mis compañeros que hicieron el posdoctorado afuera, más del 80 por ciento no volvió, alguno que otro intentó instalarse en la Argentina pero se fue de nuevo, y algunos volvimos y nos quedamos”.
En 1985, Kratje renunció al Conicet “porque con la beca no alcanzaba para vivir”. Entró en un laboratorio farmacéutico multinacional: “Todos los principios activos eran importados; lo que hacía el ‘laboratorio de investigación’ no era más que presentar monografías para pedir su autorización en Salud Pública”. En la multinacional le ofrecieron el cargo de gerente de planta en la filial de México pero “antes que ser gerente en otro país, era preferible viajar para hacer investigación”.
Kratje se presentó a concurso para una beca de la Unión Europea. Lo ganó y renunció a la multinacional. La beca, en Alemania y por un año, se prolongó por dos años más. Pero él se había ido para volver: “En 1990 presentamos un proyecto de transferencia de tecnología a la Argentina”. La Unión Europea convino en proporcionar los aparatos para producir proteínas recombinantes. A la Universidad Nacional del Litoral le interesó el proyecto y “en 1992 volví para desarrollarlo”.
Pero las cosas recién empezaban: “Hubo que hacer todos los contactos con la industria para determinar qué proteína recombinante íbamos a producir, a quién podía interesarle”. La más indicada fue la eritropoyetina. Armarel esquema de financiación fue tan difícil como la investigación científica en sí misma. “Obtuvimos fondos a partir de la Ley 23.877, de Innovación Tecnológica (el préstamo ya fue devuelto, a partir de las ganancias generadas por el emprendimiento), y de la Secretaría de Ciencia y Técnica.” Para el emprendimiento se habían asociado tres empresas privadas argentinas; una de ellas, Zelltek, se generó en el ámbito mismo de la Universidad del Litoral. Actualmente, 28 investigadores trabajan en el Laboratorio de Cultivos Celulares que dirige Kratje.
Mario Albornoz, director del Instituto de Estudios Sociales de la Ciencia y la Tecnología de la Universidad de Quilmes, observa que “casos como éste resultan didácticos para que los empresarios argentinos se den cuenta de que, si se acercan a los institutos de investigación, hay oportunidades de negocios”.
Aun bajo la crisis actual, “la Argentina conserva su capital humano, aunque amenazado por la emigración; pero, si esta sangría se detiene, nuestro país conservará ventajas comparativas por contar con grupos de investigación de primera línea”, tiene esperanzas Albornoz, porque “en los últimos años hay más empresas innovadoras, y más casos de institutos de investigación que se vinculan con éxito con las empresas. Cierto que falla todavía la tercera pata del trípode: políticas estatales activas para estimular esos procesos”, afirma Albornoz.
Informe: AUNO/Ciencia.