SOCIEDAD › UN CICLO DE TALLERES PARA ADOLESCENTES EN COMUNIDADES DEL INTERIOR
Cuando el arte viaja en colectivo
Durante tres días, los jóvenes aprenden malabares, teatro o cine.
Los talleristas recorrieron desde septiembre pueblos del Norte.
El objetivo: acercar a los chicos nuevas propuestas artísticas.
Desde Maimará, Jujuy
En la Quebrada de Humahuaca, algunos dicen que murió sin ser bautizado; otros aventuran que su madre lo abandonó. Estas son las dos hipótesis populares acerca del origen del duende que desacomoda zapatos y persigue a las chicas “hasta el tormento”. Si las muchachas quieren sacárselo de encima, deben poner la prenda de un hombre sobre la cama. Los adolescentes de la Quebrada volvieron a contar la leyenda que circula en la región, pero no sólo apelaron a la tradición oral: la historia apareció por medio de los recursos mágicos del teatro de sombras, que por primera vez pisó la localidad de Maimará para maravillar a más de doscientos pibes. No fue la única sorpresa que se vivió durante tres días en ese lugar, a 74 kilómetros de Jujuy, donde estacionó por tres días el llamado Colectivo Cultural, parte de un programa de promoción artística del Ministerio de Educación.
Malabares, clown, danza-teatro, cine y percusión se hicieron presentes de la mano de once jóvenes talleristas que salieron de Buenos Aires a principios de septiembre, a bordo de un pequeño ómnibus, para recorrer escuelas de Tucumán, Salta y Jujuy. Llevaron lo que saben hacer para ponerlo en manos de miles de jóvenes que concurren a los Centros de Actividades Juveniles (CAJ) que funcionan en escuelas medias, por lo general los sábados. Lo que se hace dentro de ellos depende de un equipo de alumnos y de un coordinador: la idea que impulsó la partida de este colectivo fue movilizar a los chicos para mostrarles propuestas alternativas a las que se vienen trabajando en cada centro.
Por lo que dice Verónica Cardozo, coordinadora del CAJ de la escuela anfitriona, en Maimará, ese objetivo se cumplió. Está contenta de que hayan llegado otras propuestas culturales, porque los chicos se encontraron con que se podía quebrar la rutina del taller de danzas tradicionales.
“Ah, yo no sabía que me iba a gustar esto”, les dicen los chicos a los talleristas. Más de 400 alumnos cursan en la Escuela de Educación Técnica Nº 1 Manuel Belgrano; Verónica les dice “mis niños”. Muchos de ellos dedican el fin de semana a trabajar en las quintas del pueblo, de casi tres mil habitantes. Cosechan maíz, apio, ajo y papa andina, entre otras cosas: la necesidad aprieta en una tierra donde las cooperativas empezaron a pisar con firmeza hace poco. “Todavía hay mucho por trabajar”, dice Verónica, aunque no duda de que las redes sociales se van tejiendo.
Mucho tuvo que ver en este avance la declaración de la Quebrada como Patrimonio Cultural de la Humanidad, en el 2003. El homenaje a la Pachamama, en agosto, ya no se hace puertas adentro. “Se está perdiendo esa vergüenza de concretarlo en ámbitos cerrados –cuenta Verónica–, lo están mostrando mucho más y no hay institución local que no lo celebre.” De hecho, esta celebración también movilizó a los chicos en el taller de teatro orientado a espacios abiertos. La llegada del colectivo “influyó de manera positiva, interactuaron y se descubrieron a sí mismos. Ellos no sabían que tenían este potencial”, afirma Verónica.
Los talleristas se quedaron tres días en cada lugar que pisaron. Vieron con asombro cómo eso que llevaban era apropiado por chicos de 12 a 18 años, que utilizaron lo aprendido para dejar su testimonio. En Tucumán, un corto de cine habló del abuso infantil: se llamó Entre el amor y la violencia. En Corrientes, el taller de teatro fue la excusa para hablar de las inundaciones; en la localidad jujeña de Esperanza, la presencia del ingenio llevó a un grupo de adolescentes a mostrar la vida y la muerte en la zafra. La soledad y la explotación de ese lugar aparecieron con los colores y marionetas propios del teatro de sombras.
El colectivo también generó espacios de encuentro entre diferentes localidades. Fue el caso de un grupo que hacía teatro en La Esperanza y tendió un puente con un equipo que se dedicaba a lo mismo, pero en la vecina San Pedro. Ninguno tenía noticias de que existía el otro, y ahora quieren unirse en un grupo de teatro callejero para recorrer localidades cercanas, repitiendo a escala las metas del colectivo.
En la escuela técnica de Maimará confluyeron los adolescentes de ocho colegios de la Quebrada. Allí se reprodujo el esquema de lo que sucedió en cada punto de llegada del colectivo: es decir, dos días de talleres y un día dedicado a una muestra de lo producido. En el cierre del festejo en Maimará estuvo el ministro de Educación, Daniel Filmus. En el patio de la escuela se dejó al descubierto el mural que los jóvenes pintaron con la coordinación de Viviana. En ese pedazo de pared aparece el fantasma del alcoholismo –muy presente en la región– a partir de sus efectos: el nombre del mural es La Soledad.
Antes de eso, el clima de los talleres conoció las calles de Maimará. En la plaza, un grupo desafió el viento de la tarde haciendo malabares con pelotas de colores. La música de un grupo de percusionistas quebró la costumbre del silencio: de a poco, los chicos están más duchos en los ritmos de la saya. Los chasquidos de la tallerista ponen orden entre tambores y panderetas. Hay risas nerviosas, pero todos terminan moviéndose al compás. Luego, se los ve preparados para fusionar la chacarera con ritmos africanos.
Ese mismo día, corre la noticia de que los chicos del taller de cine no pudieron terminar el corto ideado por ellos mismos, cuyo escenario fue el cementerio local. Pero en la fiesta nada les quita la alegría del lugar y agradecen a Diego, tallerista a cargo. Por el trabajo interrumpido no hay caras largas. Muestran hasta donde llegaron a filmar y el resto lo cuentan: al final, se acreditan la mayor ovación de la tarde. Mientras tanto, los bolsos de los talleristas ya están preparados para otro destino.
Informe: Daniela Bordón.