Viernes, 20 de enero de 2006 | Hoy
SOCIEDAD › OPINION
Lejos estamos de los tiempos en que la información era escasa, y la que había disponible estaba sólo en pesados papiros y papeles que ocupaban mucho espacio. Hoy se puede tener 10 mil canciones en un solo reproductor de archivos musicales, o 10 mil libros en un solo CD-rom. Paralelamente, el costo en hardware y software por Terabyte de datos almacenados viene disminuyendo cada año entre un 25 a un 30 por ciento. Sin duda, gran parte de la gran masa de información generada y almacenada digitalmente mes a mes en todo el mundo incluye datos sensibles de muchas personas, o secretos industriales. Justamente por eso, George W. Bush, que no es del todo tonto, dijo hace unos meses en una reunión con la Sociedad de Editores de Periódicos de Estados Unidos que él no envía mensajes electrónicos ni siquiera a sus hijas, porque teme que se los lean y los publiquen. Por supuesto, el mismo tipo de información privada que ni él ni nadie quiere ver en manos de terceros es la que su gobierno pretende por varios medios controlar cuando se refiere a la población en general. No importa si nadie se cree que lo hace para defender al mundo de la pornografía y el terrorismo. Lo importante es que si uno se opone, aparece como un defensor de la pornografía y el terrorismo. Así, la privacidad se exhibe como un derecho abstracto y menor al lado de las grandes cosas que se quiere proteger a sus expensas. Mientras tanto, se opacan hechos obvios. Por ejemplo que, en realidad, la información hoy en día es un insumo económico, una materia prima, con la cual se pueden generar ganancias, no sólo simbólicas, sino también materiales. No por nada en la negativa de Google a revelar los datos pedidos por la Casa Blanca se argumenta que eso implicaría revelar secretos empresariales, es decir, un perjuicio económico para Google. Por otro lado, la información es, como decía arriba, una materia prima crecientemente barata de almacenar. Con lo cual, la tentación de coleccionarla por lo que pudiera servir es muy grande, no sólo para el gobierno de Bush sino para todos los gobiernos. En Europa, por ejemplo, se acaba de aprobar una ley comunitaria que exige a los ISP almacenar los datos de las comunicaciones de Internet por mucho tiempo, y hasta en la Argentina no hace mucho estuvo por ponerse en práctica una norma de similar contenido. La única buena noticia es que, hasta el momento, almacenar es fácil y relativamente barato, pero analizar, clasificar, seleccionar y jerarquizar la información no lo es tanto. Ningún Echelon del mundo podría distinguir la paja del trigo si un día todos decidiéramos añadir a nuestra firma electrónica y nuestros blogs, si los tenemos, palabras como “terrorista, bomba, porn, Osama, Bush” y otras por el estilo. Como van las cosas, no parece muy factible evitar que gobiernos y corporaciones junten esos megarreservorios de información sensible. Pero todavía, no sé por cuánto tiempo, podemos hacerles muy difícil lograr que esa información les sirva para algo.
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