Jueves, 5 de octubre de 2006 | Hoy
SOCIEDAD › NOBEL DE QUIMICA PARA UN ESTUDIO SOBRE GENES
El estadounidense Roger Kornberg descubrió cómo sucede el tráfico de información de los genes a las proteínas. Su padre también fue galardonado con el Nobel de Medicina, en 1959.
Por Federico Kukso
“Todo queda en familia” o “de tal padre, tal hijo”. Cualquiera de estas dos expresiones que rayan el lugar común son perfectas para describir lo que por estas horas (y de acá en más) vive el estadounidense Roger Kornberg, profesor de Biología Estructural de la Universidad de Stanford, flamante ganador del Premio Nobel de Química por “sus estudios de las bases moleculares de la transcripción eucariota”, según anunció ayer la Real Academia Sueca de Ciencias. A fin de cuentas, su padre, Arthur Kornberg se alzó con el mismo galardón (pero de fisiología o medicina) en 1959 por su “descubrimiento de los mecanismos en la síntesis biológica del ARN y el ADN”. Pero a diferencia de su padre, Roger Kornberg no compartirá con nadie la medalla y el cheque por 10 millones de coronas suecas (1,08 millones de euros). Será para él solo por sus investigaciones realizadas en 1974 acerca de cómo se da el tráfico de información de los genes a las proteínas, flujo que permite la diferenciación de las células en distintos tejidos con diversos funcionamientos. Es la séptima vez que padres e hijos reciben el Premio Nobel.
“La información genética está contenida en el ADN, que se encuentra en el núcleo de la célula. Cada segmento de ADN que da la orden para fabricar una proteína se llama gen”, explicó a Página/12 el biólogo molecular Alberto Kornblihtt, investigador del Conicet y profesor del Departamento de Fisiología y Biología Molecular de la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales de la UBA. “Para que la orden se cumpla, ese fragmento debe ser copiado a otro tipo de molécula, también informacional, llamada ARN, conocido también como ‘ARN mensajero’ porque lleva el mensaje del gen –que está en el núcleo de la célula– al citoplasma; cuando llega allí se encuentra con los ribosomas y se copia para formar la proteína correspondiente. El copiado del gen para fabricar el ARN mensajero se llama transcripción.”
Desde incluso antes del descubrimiento de la estructura del ADN realizado por Francis Crick y James Watson en 1953, en la genética reinan a sus anchas las metáforas lingüísticas influenciadas más que nada por la teoría de la información. Por eso se habla del genoma como “código”, “receta”, “mapa”, “plano arquitectónico” o “libro de la vida”, que el ADN transporta “información genética” o que los genes son “instrucciones”. Así, a la hora de dar nombre al proceso del pasaje de la información del ADN al ARN se eligió la palabra “transcripción”. El proceso se llama así porque es similar a lo que hacían antes de la invención de la imprenta los monjes en los monasterios cuando copiaban a mano –transcribían– un libro en griego y escribían otra copia del mismo libro.
“El lenguaje en el que está escrita la información en un gen es el lenguaje de bases o nucleóticos: A, T, C y G. Según el orden en el que se encuentren esas bases, el gen tiene una información u otra. Cuando el gen se copia en una molécula de ARN cuyo lenguaje también es de bases. O sea no hay un cambio de idioma, no es una traducción. Es simplemente un cambio de molécula. Puede haber errores, pero no son tan graves porque un gen produce decenas de miles de copias del mismo ARN. Que una de las moléculas del ARN mensajero esté equivocada pasa inadvertido”, comentó Kornblihtt.
Francis Crick comentó una vez que este flujo unidireccional de la información (del ADN al ARN y del ARN a la proteína) es el “dogma central” de la biología molecular. “Cada uno de nosotros tenemos 25 mil genes en cada una de nuestras células. No todos están encendidos al mismo tiempo, sino que existe una regulación de la expresión genética por la cual algunos genes están encendidos y fabrican sus correspondientes proteínas y otros están apagados”, continuó Kornblihtt.
Además de describir puntillosamente todo este proceso, lo que hizo Roger Kornberg, de 59 años, fue estudiar todas las proteínas que hacen la transcripción, porque para que haya transcripción a su vez debe haber proteínas que interactúen con el gen, que lo “enciendan”. Y también investigó la forma de las proteínas con técnicas de biofísica como la de cristalografía de rayos X, un dato fundamental pues la función de la proteína depende de su forma.
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