Lunes, 19 de marzo de 2007 | Hoy
En una entrevista exclusiva, el prestigioso experto argentino José Cibelli sostiene que investigando el óvulo se puede aprender a producir células madre a partir de otras células especializadas.
Por Pedro Lipcovich
Si la película de Almodóvar pedía “Hable con ella”, el argentino José Cibelli –profesor en la Universidad de Michigan y uno de los expertos más reconocidos del mundo en células madre– dice: “Hablemos con el óvulo”. Este diálogo no se hace con palabras sino con esas palabritas microscópicas que portan las células y que se llaman genes. El óvulo tiene una capacidad única: si se introduce en él el núcleo de una célula cualquiera, por ejemplo de la piel, puede convertirla en una célula indiferenciada, como si fuese embrionaria: una célula madre. El camino elegido por Cibelli y otros científicos consiste en averiguar a qué genes recurre el óvulo para ese milagro y poner en acción, en otras células, los mismos genes: esto permitiría tomar células de la piel de una persona –es la apuesta a largo plazo– para transformarlas en el tejido pancreático que esa persona necesite para su diabetes, o en el tejido nervioso que le permitiera mejorar de su Parkinson. En realidad, ya hay un método, cuya efectividad se probó en los últimos meses: es la “partenogénesis”, donde el óvulo, sin espermatozoide, se divide a sí mismo y da lugar a células madre para esa mujer en particular. Claro que este método sólo es aplicable a las chicas, y así permite imaginar un futuro donde las mujeres, para siempre jóvenes, verían a los hombres avanzar hacia la decrepitud. Pero, sin perjuicio de esos y otros futuros posibles, Cibelli destacó que hay un presente de hierro: no existe todavía, ni siquiera en primerísimas fases de investigación, ningún uso terapéutico de células madre; hay que saberlo porque –advirtió– ya aparecieron médicos inescrupulosos que ofrecen curaciones con “células madre”.
“Después del caso coreano, la clonación terapéutica entró en crisis”, señala Cibelli, que el año pasado presentó una ponencia sobre el tema en las Jornadas de la Sociedad Internacional de Bioética. El “caso coreano” es el paper de un equipo dirigido por el profesor Hwang Woo Suk, de la Universidad de Seúl, que en 2004 fue aceptado por la muy prestigiosa revista Science: el artículo, que causó enorme impacto, anunciaba que, por primera vez, habían conseguido la “clonación terapéutica”: la técnica supuestamente utilizada introducía núcleos de células adultas humanas en óvulos, obtenidos de mujeres donantes, a los que se les había quitado el núcleo. Pero a los pocos meses los editores de la revista reconocieron y denunciaron que el artículo era simplemente un fraude. Los referís científicos de Science habían sido engañados. El propio Cibelli había llegado a firmar en coautoría un artículo previo del equipo de la Universidad de Seúl, al que había asesorado como experto en partenogénesis.
“Cuando uno entra en una colaboración científica es siempre de buena fe; uno no imagina que el otro pudiera estar actuando con deshonestidad”, comenta Cibelli, y estima que el increíble fraude pudo producirse “porque se juntaron: la ambición personal del director del equipo, la irrestricta disponibilidad de fondos y quizá cierto rasgo de la cultura coreana, donde prima un respeto muy grande por el jefe. En mi laboratorio de la Universidad de Michigan tengo un par de científicos coreanos que son excelentes, pero tienen demasiado respeto por mí: yo quiero que el alumno me desafíe permanentemente, que me señale mis errores”.
Lo que agrava la crisis es que los experimentos, en la línea de la “clonación terapéutica”, plantean un problema ético: requieren la participación de donantes voluntarias de óvulos, que deben obtenerse por sobreestimulación artificial del ovario. “Hoy consideramos que no sería ético someter a mujeres a sobreestimulación ovárica para experimentos inciertos, que no las tendrán a ellas mismas como beneficiarias”, sostiene Cibelli, quien vino a la Argentina como invitado al XII Congreso de la Sociedad Argentina de Medicina Reproductiva (Samer).
Distinta es la perspectiva de la partenogénesis: “Consiste en obtener células madre a partir de un óvulo que no ha sido fecundado. Es posible estimular a un óvulo para que, sin presencia del espermatozoide, se divida y desarrolle hasta producir células madre: en los últimos tres meses se ha demostrado que estas células son ciento por ciento compatibles con las de cualquier tejido de la misma mujer de quien procede el óvulo. Esto abre, para las mujeres en edad reproductiva, la posibilidad de tener células para curar sus propias enfermedades, cuando los tratamientos hayan sido puestos a punto”.
Por otra parte, “la partenogénesis no podría dar lugar a un embrión: las células se desarrollan sólo durante unos días y después mueren, pero ese tiempo es suficiente para que se pueda separar células madre. No hay ningún problema ético en someter a sobreestimulación ovárica a una mujer a fin de obtener células para curar una enfermedad que ella misma sufre”.
Sin embargo, “el futuro no está ahí: el futuro es conseguir que el clonado terapéutico mismo se vuelva obsoleto”, sorprende Cibelli. Es que se trata de su actual campo de trabajo: el proyecto es “tomar células somáticas, por ejemplo de la piel, y conseguir desdiferenciarlas hasta transformarlas en células madre”. Lograr una especie de viaje en el tiempo, de modo que el núcleo de una célula tan especializada como para formar parte de la piel, y de ningún otro órgano, vuelva hacia atrás hasta transformarse en una célula propia de los primeros estadios del embrión, una célula madre.
Para lograrlo, Cibelli y sus colegas cuentan con un dato esencial: el óvulo, por sí solo, es capaz de lograr ese viaje en el tiempo: “Si se toma el núcleo de una célula de la piel y se la fusiona con el óvulo, éste tiene el poder de hacerlo retroceder a la condición de célula madre”. Lo que busca Cibelli es lo mismo pero sin recurrir a óvulos reales: para esto hay que averiguar cómo hace el óvulo para que el tiempo retroceda. Es decir: ¿qué genes, en especial, funcionan en el óvulo para permitirle transformar células adultas en células madre indiferenciadas?
“Hace cinco meses, en la revista Proceedings de la Academia Nacional de Ciencia de Estados Unidos, publicamos nuestro descubrimiento de que hay aproximadamente 5000 genes que se expresan muy fuerte y casi exclusivamente en el óvulo”, cuenta Cibelli. El problema es que “5000 genes es demasiado: entonces, mediante modelos de computación, reducimos ese número a una lista de 66 genes ‘candidatos’”, es decir, los que tienen más probabilidad de ser responsables de la transformación de células adultas en células madre.
Todo el problema está en saber cuáles son los genes. Porque, a esta altura, la ciencia es capaz de “poner y sacar genes de un núcleo celular, de ponerlos en ‘ON’, hacer que funcionen, o en ‘OFF’, desactivarlos”. La cuestión es con qué genes trabajar. Ahora, que ya están los 66 candidatos, “los vamos a introducir y activar en una célula tomada de la piel, para tratar de que retroceda a célula madre”, anuncia el profesor argentino de la Universidad de Michigan.
Aquí la esperanza a futuro es: “Cualquier persona, a partir de un trocito de su piel, podría tener su propio banco de células embrionarias que, llegado el caso, podrían transformarse en cualquier tejido que necesitara, con la seguridad de no provocar rechazo, ya que son sus propias células”, resume Cibelli.
¿Y las células madre remanentes de los tratamientos de fertilización asistida, los famosos “embriones congelados”? Según Cibelli, tampoco resolverían del todo la cuestión: “Es cierto que, sólo en Estados Unidos, hay medio millón de ‘embriones congelados’ que nadie quiere y que se podrían utilizar para producir células madre. Pero el cálculo es que, aunque se consiguieran 1500 líneas celulares distintas, y esto es muchísimo, por cuestiones de compatibilidad inmunitaria no le servirían más que al 30 por ciento de la población”. En cambio, si se logra aprender cómo hace el óvulo sus maravillas, cada persona podría, si se desarrollan estas terapias, reponer los tejidos de su páncreas, de su riñón y quizás, alguna vez, un diente o un brazo perdidos, a partir de sus propias células.
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