Viernes, 26 de octubre de 2007 | Hoy
SOCIEDAD › JUICIO ORAL CONTRA UN SACERDOTE ACUSADO DE PAIDOFILIA
Detenido en enero de 2004, a Napoleón Sasso la Justicia lo acusa de haber abusado de cinco nenas, de entre 5 y 13 años, cuando dirigía la capilla de La Lonja, en Pilar. Sasso enfrenta una condena de 20 años. El juicio comienza el lunes en San Isidro.
Por Horacio Cecchi
Nadie puede garantizar que el camino del padre Napoleón, entre Olmos y San Isidro esté atravesado de espinas o de flores. Ese será el derrotero que el padre Napoleón deberá seguir cada día, desde el lunes próximo, cuando el Tribunal Nº 1 de San Isidro inicie el juicio oral en su contra por abuso sexual agravado de menores en cinco casos probados y dos más por incorporarse hoy a la causa mientras ejercía como cura de la capilla San Manuel, en La Lonja, Pilar. Desde enero de 2004, después de medio verano prófugo de la Justicia terrena, el padre Napoleón quedó albergado en la cárcel de Olmos como el interno Mario Napoleón Sasso Muñoz. No en la 1, la peor de todas, sino en la vip, la 26, porque el Señor quiso diferenciarlo de sus otros hijos en razón de su fe y cobijarlo como procesado en la Unidad Limitada de Autogestión Confesional Católica. En la causa que enfrenta, el padre Napoleón cuenta según la acusación con un diagnóstico médico de paidofilia en San Juan en el ’94; la internación obligada en la casa eclesial Domus Mariae para curas paidófilos en crisis, entre el ’96 y el ’98; su designación en el ’98 al frente de la capilla San Manuel, con comedor asistencial para chicos incluido; y su casamiento el 9 de marzo pasado, en prisión, con una de sus testigos de defensa.
Las espinas en el camino del padre Napoleón empezaron en San Juan, porque el cura es nacido sanjuanino, de 50 años, y con primeras actuaciones como cura de la parroquia de Concepción. Tras deambular por otras parroquias, entre el ’91 y el ’94 recibió las primeras quejas de actuaciones non sanctas. Lo que luego derivaría en un informe médico que, según el abogado Ernesto Moreau, miembro ejecutivo de la APDH y representante de las víctimas, “figura en la causa, diagnostica paidofilia y recomienda un tratamiento y la internación”.
La internación, efectivamente, se produjo por orden de monseñor Italo Severino Di Stefano y se cumplió entre el ’96 y el ’98, en el Hogar Mis Hijos, dependiente de la organización Domus Mariae. El alojamiento estaba bajo la dirección de Pedro Marano, quien admitió ante la prensa que habían recibido más de 70 sacerdotes de toda Latinoamérica “con problemas de paidofilia, alcoholismo y homosexualidad”.
Pasados los dos años de internación, el padre Napoleón fue recuperado para misa y confesión. Pero instalado con un lapsus eclesial comparable al de sembrar el camino del adelgazamiento con tortas fritas y cheese cakes: lo ubicaron al frente de la capilla San Manuel, de La Lonja, con un comedor asistencial al que concurría mayoría de chicos y que funcionaba los sábados y consistía en distribuir comida entre las familias carenciadas de la zona, que son muchas. La capilla depende del vicario general de Pilar, por entonces José Ramón Villa Iglesias, y su secretario, Gabriel Michelli. A su vez, dependientes del obispado del por entonces monseñor Rafael Rey (ver aparte).
El trámite del comedor era sencillo: un grupo de colaboradores ayudaba a empaquetar las viandas que luego las familias pasaban a buscar por la capilla. Por la capilla pasaban las nenas en busca de la vianda. Así, una colaboradora laica de la capilla descubrió –en junio de 2003– que una de las nenas de por entonces 12 años se encontraba en muy malas condiciones anímicas y comenzó a indagar. Pidió colaboración al cura Luis Domínguez Guzmán, quien convocó a la psicóloga María Inés Olivella.
Durante el juicio, Olivella será citada para testimoniar sobre las pericias realizadas, que fueron aportadas a la causa. También Domínguez declarará sobre el escenario con que se encontró en ese momento. Pero fundamentalmente será la mujer laica, colaboradora de la capilla, quien revelará aquello que fue relatando cada una de las nenas que ahora se presentan en la acusación. “Las peripecias de la mujer laica fueron infinitas –dijo Moreau a Página/12–. No hay lugar más confiable para un creyente que una iglesia. El hecho de que ocurra este tipo de cosas es algo muy perverso, porque ellos creen y confían más en la Iglesia que en el Estado. Y la mayoría de los testigos al principio eran incrédulos. La mujer les decía a los curas, en Cáritas, a los padres, y nadie le creía. El propio Sasso reconoció haberse mezclado en un caso en San Juan y lo nombró como ‘un exceso de afecto’. Si hubiera sido un linyera el que manoseó a una nena, lo hubieran linchado. Pero era un sacerdote. La gente prefiere mirar para otro lado.”
Pero los testimonios se fueron reuniendo. El primero, presentado en noviembre de 2003 ante la titular del Juzgado Nº 5 de Menores de San Isidro, Mirta Angélica Rovera Godoy, quien avanzó con la investigación. También el fiscal Enrique Ferrari de Pilar aportó pruebas. El 30 de noviembre de ese año, el fiscal Ferrari pidió la detención de Sasso, por considerar que existían suficientes pruebas para acusarlo por abuso sexual de menores agravado, delito que representa una pena máxima de 20 años.
Pero el padre Mario Napoleón Sasso Muñoz desapareció de escena y se transformó técnicamente en prófugo. Estuvo en Paraguay, pero la falta de cobertura, según los investigadores, lo obligó a regresar. El 20 de enero de 2004 lo detuvieron a bordo de un remise, en un peaje de la Panamericana. Había perdido parte de su fisonomía: la barba, el pelo recortado.
Pasó pocos días en la histórica celda de la DDI de San Isidro donde permaneció detenido Carrascosa. Y luego fue derivado a la Unidad 26, la cárcel vip de Olmos. Allí se casó con su testigo Argentina Graciela Inés Miño, en un intento de demostrar que abandonó sus hábitos.
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