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Hace poco más de un año, el grupo Signo de Rosario se entusiasmó con la idea de expandirse a Buenos Aires. El proyecto era ideal. El sistema de seguridad electrónica para edificios era perfecto para una ciudad atemorizada por la ola de inseguridad cada vez más presente. Y todo comenzó a ponerse en marcha con cierta velocidad hasta que llegó el día en el que nadie se acordó más ni de la inseguridad ni de sus modas. La oficina de Signo en Buenos Aires hoy quedó desactivada. En su lugar pusieron una agente de comercial, una línea de teléfono y una estructura mínima para cubrir los costos y pedidos de tarjetas con bandas magnéticas y seguridad.
Este engranaje les permitirá atender a sus clientes y dar pelea: “La opción fue achicarse para resistir, para mantener el compromiso con los clientes de calidad y tiempo: preferimos cerrar hoy Buenos Aires y no cerrar todo en mayo”, explica ahora Claudia Barcia, la rosarina que está a cargo del timón aquí en la city. La empresa sintió el primer coletazo de lo que se vendría en julio y después de algunas mejoras se encontró con una caída de las ventas del 80 por ciento en diciembre y enero.
Aun así, Barcia se encuentra con uno de esos problemitas que para los que trabajan en base a productos importados son un problemón: “Importamos las tintas, los pigmentos, las cintas de las impresoras, las máquinas de computación son importadas”. Ninguno de los proveedores les aceptan cheques y sólo aceptan dólares en una variante que para los comerciantes en general, adquiere el tono de una dictadura: “Todos quieren dólar billete”.