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¿Quién mató a los adolescentes?
¿Quién mató a Sergio Meza, Queco, y Eduardo Fuentes, Japo, los adolescentes que cayeron baleados después de ser perseguidos por un centenar de vecinos de Ministro Rivadavia? El fiscal Juan José González pidió la detención de once personas: de ellas fueron presas seis, pero hubo errores con dos hombres que fueron confundidos con otros. Quedaron procesados cuatro, los cuatro con los que habló Página/12. Y de sus testimonios surgen detalles que hacen más claro el momento en que las balas terminaron con la vida de Sergio y Eduardo: tres de los acusados aseguran que a varios metros vieron cómo un carnicero del barrio, harto de los robos de Los Banegas, usó sin asco su 9 milímetros para rematar a Eduardo, el segundo de los chicos muertos. Otros testigos se lo contaron con casi las mismas palabras a este cronista y al fiscal González. Sin embargo ninguna de las decenas de personas que reconocieron haber estado allí el 22 de septiembre a la siesta vio quién fue el que le dio a Sergio un escopetazo en la panza. Un hombre que no quiso identificarse le contó a este cronista: “Yo fui el que movió el cuerpo, me lo pedían los del terreno donde lo mataron: llevátelo, llevátelo por favor! Y yo no supe decir que no, no se cómo lo agarré de los pies, y lo arrastré hasta el campo, donde quedó tirado”.
Alexis Marchand Jara, detenido en la Brigada de Esteban Echeverría, junto a Rubén Francos, dice que él vio cuando “lo traían pegándole”. Habla de Queco. Eduardo Fuentes: “No supe qué hacer, vi que lo mataron y me metí corriendo a mi casa. Sentí lástima, es un humano a pesar de todo lo que nos hizo. Nunca había visto cómo mataban a alguien”. A Alexis como a los demás los señala una testigo por lo menos polémica, y que por los dichos recolectados por Página/12 está más cerca de la imputación que de la condición de simple testigo y familiar de la víctima: la tía de Los Banegas, Teresa Banegas. Este diario intentó ubicarla, pero fue tarde: la señora se mudó con familia incluida a otro punto del sur del Gran Buenos Aires. La escena en la que medio barrio la ubica es la del día anterior al homicidio: ella estaba entre los ofendidos por la temeraria corrida de Los Banegas arriba de un carro tirado por caballos cuando dispararon a mansalva a hombres, mujeres y niños. “¡Vamos a matarlos! ¡No me importa que sean mis sobrinos!”, dice Alexis que gritaba la mujer. Ella fue la que dio la plata para que vayan a comprar las balas”, cuenta.
Las balas que se usaron para matar a los chicos fueron compradas en la armería de Burzaco el sábado a la tarde. Eso es lo que aseguran varios testigos consultados. No se hizo una vaquita, dicen. Las mandó a comprar la mujer que es la testigo principal del crimen, junto a una de sus hijas. Fue con esas balas que los hombres, medio centenar, pasaron la noche que fue del sábado al domingo en vela y con las armas en la cintura esperando a Los Banegas que habían prometido regresar a vengar la quema de sus ranchos. Es que fue el sábado cuando quedó escrito el crimen de Los Banegas: luego de la balacera la policía llegó con sus patrulleros y les dijo a los vecinos: “Hagan lo que quieran, defiéndanse como puedan”. Los Banegas habían aparecido en una canchita donde la gente del barrio comenzaba un campeonato de fútbol y habían disparado con armas cortas y una escopeta. La familia de Mauro Chávez, el colectivero detenido, se salvó sólo porque la mujer aferró a los niños y se tiró con ellos atrás del auto que quedó lleno de agujeros. Después de esos disparos casi doscientos la emprendieron contra los ranchos de Los Banegas con el objetivo de dejar claro que debían abandonar el barrio. Algunos de los acusados estaban presentes cuando les prendieron fuego. “A mí me acusa Teresa porque me vio el sábado que yo corrí con todos los demás, y estaban sus hijos”.
Chávez y Franco coinciden en que Teresa pedía a gritos que mataron a sus sobrinos y se arrepintió justo cuando acababan de acribillarlos: “¡Asesinos, asesinos, eso querían, verlos muertos!”, cuentan los vecinos que dijo cuando llegó corriendo al cadáver de Queco sobre la calle Irízar. La defensora de Lomas de Zamora María Fernanda Mestrin sostiene en una larga apelación a la prisión preventiva dictada por el juez de Garantías Gabriel Blanco, que la mujer y su hija no pudieron jamás haber visto con el detalle que cuentan el momento en que fue tiroteado Queco. Por otro lado cuestiona la decisión de procesarlos por doble homicidio, porque del primero de ellos no hay un solo testigo. Mestrin le pidió a la Cámara de Apelación que la recibiera en una audiencia oral para argumentar por qué considera que se está poniendo al borde de la cadena perpetua a cuatro inocentes. Rubén Franco le contó a Página/12, que “Teresa ofreció ella misma plata. Dijo: ‘A esas ratas hay que matarlas’, me acuerdo de la palabra rata”. La defensora Mestrin plantea a la Cámara Penal que revise el testimonio de la mujer: es que tal como contó, que vio todo desde la otra esquina, es imposible que haya podido atravesar, ni con vista de viejo lince, los arbustos que taparon la escena del crimen. “Es todo ridículo en el pedido del fiscal y en la decisión del juez. Podría pensarse que la intuición masculina es lo que los guía, porque la carencia de pruebas es total y sin embargo proceden como si ya supieran verdaderamente quién mató a los chicos.”