SOCIEDAD › EL DESAHOGO DE LOS FAMILIARES Y EL NERVIOSISMO DE LOS CUSTODIOS
Un día de cantitos contra la policía
Por Carlos Rodríguez
”¿Cómo va a reaccionar de esa forma alguien que ha recibido tantos insultos en su vida?”. La frase fue dicha, en su alegato, por el fiscal Julio César Castro, aludiendo a la insólita reacción del imputado Juan de Dios Velaztiqui, quien mató a tres chicos por hablar mal de la policía. Ayer podría haberse hecho extensiva a los 20 policías que custodiaban la puerta de acceso al Tribunal Oral número 13, en Lavalle 1170, quienes en media hora recibieron todo el repertorio completo de insultos contra la Federal, propio de estadios de fútbol o marchas multitudinarias. Ninguno sacó el arma y disparó, aunque era evidente el nerviosismo y la violencia, por fortuna contenida. La reacción de los familiares de las víctimas y de los amigos que los acompañan todos los días, se debió a la demora de cuatro horas que sufrió el comienzo de la audiencia debido a “una indisposición” sufrida por Velaztiqui en el penal de Marcos Paz.
A las 10.30, cuando los familiares habían esperado una hora, el secretario del tribunal, Carlos Onorati, anunció que Velaztiqui había sufrido “una indisposición porque no le suministraron los medicamentos que toma para la diabetes”. De acuerdo con Onorati, la información que les llegaba de Marcos Paz decía que “no había medicamentos” y que “ni el SAME los tenía”. Uno de los allegados a las víctimas, en tono de solfa, pidió el nombre del medicamento y se ofreció para organizar “una colecta entre todos”. Silvia Yrigaray, mamá de Maximiliano Tasca, no estaba para bromas: “Yo no pongo ni 50 centavos para el asesino de mi hijo”.
Así las cosas, sin el imputado presente en la sala, la audiencia se demoró hasta las 13.30. El nerviosismo propio de una instancia tan importante como los alegatos hizo que el público presente –vinculado a las víctimas ya que la familia de Velaztiqui nunca ocupó los dos lugares que tenía asignados en la sala– saliera de nuevo a la calle con evidente mal humor. En la acera, envueltos en banderas con el rostro de los chicos asesinados, los asistentes se hicieron oír y la policía fue el blanco.
“Velaztiqui botón, sos un hijo de puta, la puta madre que te parió”; “Lo sabía, lo sabía, a los chicos, los mató la policía”; “Gatillo fácil la puta que te parió”; “Yuta, yuta, yuta, yuta hija de puta”; “Atención, atención, no es la policía es toda la institución”; “Velaztiqui, Velaztiqui, la puta que te parió, vos mataste a los pibes, no hay olvido ni perdón”; “Olé, olé, olá, por una pizza reprimís a tu mamá”; “Olé, olé, olé, olá, si no hay sentencia qué quilombo se va a armar”. Durante una hora, a tres metros de distancia unos de otros, los veinte policías escucharon inmutables el repertorio de insultos, variado y persistente.
Ninguno de los policías sonreía, ni hacía gesto alguno. El rostro de todos parecía de piedra. Sólo movían sus manos. Un oficial se rascaba la nariz, otro el barbijo, una mujer policía suspiraba entrecortado, dos abrían y cerraban sus manos sobre el palo o el arma, siempre estáticas en la cintura. El festival de la canción anti-cana duró cerca de una hora, interminable a juzgar por ciertas caras.