SOCIEDAD › EL PRIMER CASO DE UN SECUESTRO CON MUTILACION

Una odisea con risas de fondo

El miércoles 16 de octubre de 2002 a las ocho de la noche comenzaban las 32 horas de secuestro, tortura y mutilación de Ariel Strajman. Aquel día, una camioneta 4x4, un Fiat Duna y dos hombres armados lo interceptaron en el garaje de su casa, en la calle Combatientes de Malvinas 3282. Lo subieron a un Peugeot 504 antes de abandonar el lugar.
Diez minutos más tarde, lo cambiaron de vehículo. Ariel viajaba vendado, atado y descalzo hacia el primero de sus cautiverios. Cuando llegaron a una casa de la calle Holmberg 1295 de la familia Sommaruga, lo encerraron en el sótano y lo sedaron con tranquilizantes. Pocos minutos antes, sus padres se enteraban del secuestro. Preocupados por la demora, Mario Strajman se comunicó con el celular de Ariel. La comunicación entró a las 20.15. Quien atendió, le anunció el secuestro, pidió el rescate y anunció una nueva comunicación. Apenas media hora después, a las 20.45, los secuestradores pasaron a buscar al padre de Cristian por su casa. Lo subieron en una scooter roja, lo metieron en un auto y lo golpearon. Antes de soltarlo le exigieron que pasara por su oficina a buscar oro, dinero y joyas para el rescate. En quince minutos, el padre reunió mil dólares, 400 pesos y recogió las joyas que tenía en su oficina de Corrientes y Libertad. A las 21.30 se los entregó en otra esquina del centro. Cuando recibieron el pago, le aseguraron que “era insuficiente”. No le advirtieron, en cambio, que en unas pocas horas más Ariel viviría uno de sus días más terribles.
–Uno me dijo “dame la mano” –contó el muchacho durante el juicio– y empezó a golpearla con algo que no era un martillito, parecía una maza. Si bien uno solo hizo el corte, todos los que estaban ahí ayudaron. Había varios, cinco o seis personas. Uno me agarraba de una mano, otro de la otra, uno de una pierna y otro de la otra y el quinto me cortaba el dedo, supongo que con una pinza.
Eran las diez de la mañana del jueves. Presuntamente ya lo habían cambiado de cautiverio. Lo insultaron, lo quemaron con cigarrillos. Con un encendedor le quemaron el pecho y los labios. Antes de cortarle el dedo, se burlaron de su condición de judío. “Todos se cagaban de risa –contó él–. Era una carcajada generalizada.” En ese momento escuchó: “No tenemos problemas en cortarte en pedacitos y tirarte al Riachuelo”.
Ese mismo día volvieron a trasladarlo. Se lo llevaron al barrio Bonanza de Pilar, donde al día siguiente lo encontró la policía. Sus padres habían recibido el “regalito” con el dedo cortado. La policía estaba detrás de las pistas de los Sommaruga, alertados por una llamada a un celular. Adrián Sommaruga, el patovica, ocultó la camioneta usada y viajó a Pilar para liberarlo.

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