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Qué buena tu remera de Los Ramones!”, le dije a uno de mis alumnos de Metodología II, de la carrera de Relaciones Internacionales, donde empezaron mis pasos hacia la carrera docente. “Profe, ¿a vos te gustan Los Ramones?”, me dijo con voz ronca el muchachito de 19 años que no salía de su asombro: su profesora compartía la pasión por ese grupo desalineado y ruidoso. “¡Qué bueno, profe, apasionan las dos cosas: estudiar y Los Ramones!”, me dijo entusiasmado por la rareza. Le dije que nuestra distancia era sólo cronológica, que los que estudiamos carreras sociales tenemos un proyecto para construir una sociedad mejor y que si uno se apasiona y se esfuerza, todo llega. En un par de años seríamos colegas. Así, en 1996, conocí a Maximiliano Tasca, mi alumno al que le gustaban Los Ramones. A lo largo de este tiempo fui testigo de su ahínco, de sus ganas de superarse a pesar de las dificultades de todo tipo que sorteó para llegar al 2001 adeudando sólo la tesis. Cada vez que doy clases, pienso y pienso en cómo transmitir a los chicos la importancia de tener sueños y proyectos que se alcanzan con el esfuerzo cotidiano. En cómo pensar en construir un futuro con el presente incierto, cómo creer en las instituciones si por la irracionalidad de los que nos deberían cuidar, Maxi perdió la vida. Lo que le pasó a Maxi y a otros chicos que murieron sin razón recuerda épocas de canibalismo social que parecían superadas. Por ellos, por favor, NUNCA MAS.