Miércoles, 11 de julio de 2007 | Hoy
SOCIEDAD › COMO PASARON LOS SIN TECHO EL DIA DE LA SORPRESIVA NEVADA
Por Cristian Alarcón
Rosa María Vega es una mujer de “tierra caliente”. “Prefiero el calor del verano, nací en pleno febrero”, dice, en su refugio de la calle Piedras casi Caseros. Cartonera desde el 2001, en la calle desde el ’99, Rosa es una mujer de 47 años entrenada en la vida de los sin techo. Circula por una zona clave. Sabe dormir en uno de los tres bancos que hay frente al cine Gaumont, sobre Rivadavia, en la Plaza Congreso. O en el “rincón libre” de Hipólito Yrigoyen y Solís. Allí, frente a La Caja, estaba cuando distinguió la nieve blanca caer sobre el rostro. Rosa es una de las 462 personas sin techo que fueron contactadas por las once camionetas del programa BAP, Buenos Aires Presente, el día de la nevada. El dato que sorprende es que sólo el 15 por ciento de quienes fueron invitados a ser trasladados a paradores del gobierno de la ciudad aceptaron el convite. La mayoría prefirió preservar su rincón cubierto al aire libre. “¿Justo ahora que nieva me voy a ir?”, dijo uno de los hombres acostumbrados a dormir en un zaguán.
Rosa María nació en Tacuara, un pueblo del norte enterriano, en el departamento de La Paz. Era una niña cuando llegó a Buenos Aires. Tuvo una hermana, pero se perdieron de vista; a veces sueña que se encuentran en una esquina porteña. Tiene, le dijeron, una hermana mayor, y a ésa le gustaría conocerla. No como al padre, que nunca apareció. Sus tres hijas viven en un hogar para menores. La mayor ya tiene 20. Han estudiado, las tres. Son buenas chicas. Deben haber jugado con la nieve, ayer, piensa Rosa. Ella lo intentó, pero el frío pudo más y no se aguantó esperar a que se juntara la capa blanca sobre los bancos de la plaza, para amontonarla. “Me gustó que nevara, pero me quedé con las ganas de armar un muñeco”, sonríe. Esperó, dice, hasta que su nuevo amigo, Ricardo, de 33, el que la ayuda con el carro a veces porque ella con ese dolor en el costado izquierdo ya no puede, no vino. Pensaba quedarse con él, bajo la nieve, mirando la tarde blanca en Congreso. Cansada, dejó el carrito encargado en la carpa que el BAP tiene en la plaza. Y caminó, sola, bajo la nevada, hasta Piedras, para cenar en la casa Azucena Villaflor.
Ayer el BAP informó sobre lo trabajado en el “Operativo Frío”, que cada año para esta época vuelve a funcionar. Con la nieve se llamó “en carácter de emergencia al personal que no estaba en funciones para dar respuesta al caudal de llamados a la Línea de Atención Social Inmediata, 108”. El 9 de julio hasta las doce del mediodía habían llamado 43 personas. Entre las 12 y las 18, once personas más. A partir de esa hora y hasta las 24, fueron 429. Ya después de la medianoche, hubo 170 llamadas más. Los que se comunicaron fueron los sin techo para pedir frazadas, comida y bebidas calientes: las camionetas del BAP repartieron en 162 puntos de la ciudad. Uno de los datos que sorprendió a los operadores sociales fue que de cada punto en el que había un grupo o familia se recibieron unas tres llamadas: los propios vecinos que veían a los sin techo a la intemperie invernal se comunicaron para pedir ayuda.
Rosa, el pelo largo atado en una colita, aros de bijouterie azul, anillo de plata con la R de su nombre, volvió al parador Azucena Villaflor. Era una de las pocas mujeres solas. Las demás, unas 30, estaban allí con sus hijos, niños y niñas de entre días y doce años. “En mis tiempos, cuando a mis hijas hubo que meterlas al hogar, no había un lugar como éste, acá nos tratan bien, todo es muy limpio, la comida buena”, dice Rosa. “Nosotros estuvimos varios días durmiendo en la guardia del Hospital Garrahan, con mi marido y los chicos”, cuenta otra mujer. El ahora está en el parador nocturno de Parque Patricios, Bepo Ghezi. En la habitación contigua de la casona que hace un año funciona en San Telmo para albergar personas en situación de exclusión, una mujer recién se instala junto a sus cuatro chicos. Pasó por la casa de varios familiares hasta que el frío la hizo llamar al 108. Los chicos se preparan para cenar. No han ido a la escuela en los últimos meses. “La nieve la miramos caer, pero no pudimos jugar. Capaz que vuelve a nevar, porque el frío no se va”, dice la niña, única entre los tres varones. “Es linda –dice–, como en Navidad.”
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