NOTA DE TAPA
Ayer nomás
Bujías para auto, lápices de colores, tubos de luz fluorescente, paraguas, afeitadoras, hojas de afeitar, pilas, cadenas para bicicleta, planchas, motocompresores para heladeras y aire acondicionado, termostatos, armas de puño, lycra, tubos de rayos catódicos para televisores, despertadores, cochecitos de bebé, locomotoras, cepillos de dientes y encendedores a gas son algunos de los productos que alguna vez exhibieron la etiqueta “Industria Argentina”. Ahora ya no la llevan.
Por Alejandro Bercovich
Cerrado el canje de la deuda en cesación de pagos, tanto Néstor Kirchner como Roberto Lavagna anunciaron el deseo oficial de recuperar la Argentina “industrial”. Y adelantaron que reforzarán los incentivos para las inversiones de extranjeros y residentes en la economía real. Aunque el Estimador Mensual Industrial del Indec está cerca de superar su record precrisis, el sector fabril aún no se recuperó de las bajas sufridas en el último cuarto de siglo. La industria enfrenta hoy la disyuntiva entre especializarse en pocos rubros dinámicos o recuperar un tejido productivo que llegó otrora a una integración envidiable para cualquier país de la región. Luego de bucear en estadísticas oficiales y privadas y recorrer fábricas y talleres abandonados, Cash confeccionó una lista con algunos de los bienes de uso masivo que se producían en el país y hoy vienen del exterior. Además recogió el testimonio actual de ex fabricantes sobre una historia de desindustrialización que reconoce dos hitos clave: la apertura de Martínez de Hoz en los ‘70 y la convertibilidad de Cavallo en los ‘90.
Como ejemplo paradigmático, en el país que se jacta de haber inventado la birome no se fabrica ninguna birome. Casi 62 años después de que el periodista húngaro Ladislao Biro patentara en Buenos Aires el primer modelo de la Eterpen, que luego tomó su propio nombre y el de su socio y amigo Juan Meyne, Argentina importa la totalidad de los bolígrafos económicos que consume. Y no es el único caso. Bujías para auto, lápices de colores, tubos de luz fluorescente, paraguas, afeitadoras, hojas de afeitar, pilas, cadenas para bicicleta, planchas, motocompresores para heladeras y aire acondicionado, termostatos, armas de puño, lycra, tubos de rayos catódicos para televisores, despertadores, cochecitos de bebé, locomotoras, cepillos de dientes y encendedores a gas son algunos de los productos que alguna vez exhibieron la etiqueta “industria argentina” y ya no la llevan.
También hay otros productos que dejaron de fabricarse que son bienes intermedios que no suenan familiares, pero que determinaron la transformación de grandes complejos fabriles en simples armadurías.
“Cuando cerró Yelmo no dejó en la calle solamente a sus 1800 empleados sino al triple, entre los proveedores de partes y los servicios que dejó de utilizar”, recordó ante Cash el empresario Pedro Vaisman, que manejó la planta de electrodomésticos de San Justo hasta 1976, varios años antes de su cierre definitivo. Sólo en ese rubro, las marcas que desaparecieron o se vendieron como sellos para productos importados superan la veintena: las más conocidas son Wemir, Atma, Kenwood, Rosario, Turbotronic, Braun y Magiclick. Para Vaisman, la destrucción de la industria nacional fue algo deliberado, “porque había que cerrar las fábricas para que los obreros perdieran el poder político que tenían a fines de los ‘60”.
Las cifras no lo desmienten: entre 1975 y 2004, el salario real cayó un 30 por ciento y la desocupación trepó del 6 al 14 por ciento, según precisó el economista Jorge Schvarzer, profesor de la UBA y autor de La industria que supimos conseguir. Ante la consulta de este suplemento, Schvarzer opinó que detrás del desmantelamiento de la industria hubo un plan deliberado para engrosar las ganancias empresarias en detrimento de las remuneraciones de los asalariados. “Martínez de Hoz quiso bajar los salarios persiguiendo y matando a los dirigentes gremiales, pero los trabajadores seguían pidiendo aumentos igual porque no había desempleo. En los ‘90 ese problema no estaba, y no hizo falta ninguna dictadura para eliminar los reclamos salariales”, sostuvo el analista.
La inflación posdevaluación hizo el resto: recién a fines del año pasado el salario real de los trabajadores del sector privado registrado recuperó su ya deprimido nivel de 2001, mientras el de los estatales e informales sigue muy por debajo de esa cota. ¿Qué pasó con esas empresas? ¿Quiénes fueron sus dueños? ¿Por qué decidieron cerrar? Las respuestas varían según el rubro que se estudie. Los testimonios que recogió Cash de los últimos fabricantes de bujías y paraguas del país (ver aparte) son historias de pequeñas y medianas empresas de capitales nacionales que cayeron ante la competencia externa debido a la sobrevaluación de la moneda local. Lo mismo ocurrió en el rubro de cochecitos para bebé, donde las marcas argentinas Rulitos, Bebesit y Ruba llegaron a ocupar una posición importante en el mercado local a principios de los noventa, para luego sucumbir ante la importación china.
El caso de los bolígrafos, los tubos fluorescentes y las hojas de afeitar es distinto. El invento de Biro abandonó su origen por decisión de las multinacionales europeas Pelikan y Bic, y los otros dos productos deben su desaparición a las políticas definidas por las filiales de sendas multinacionales estadounidenses, según explicó a Cash Horacio Rieznik, analista de la Secretaría de Industria.
En cualquier caso, la corresponsabilidad del empresariado nacional es ineludible. Manuel Herrera, que fue secretario de la Unión Industrial Argentina entre 1991 y 1994, reconoció ante este suplemento que “en este país no hay una verdadera burguesía nacional”. Y describió que “las empresas argentinas duran tres generaciones: una que las levanta, otra que las agranda y la última que las funde”.
Ahora bien, ¿vale la pena volver a fabricar todo lo que se producía en el pasado? ¿No sería acaso ineficiente –Pareto dixit– que se compitiera con plantas de mayor escala ya instaladas en la región? Para Schvarzer, el análisis no admite maniqueísmos: “Hoy no quedan países en el mundo que produzcan absolutamente todos los bienes manufacturados que consumen. El desarrollo actual está más vinculado a una economía especializada pero capaz de reciclarse, con un tejido industrial apoyado en algunos nichos competitivos pero relativamente completo”, opinó el economista. Su colega Dante Sica, ex secretario de Industria y titular del Centro de Estudios Bonaerense, consideró que es muy difícil recuperar una línea de producción que ya se perdió, porque “no se puede competir por sueldos bajos y línea larga con Brasil ni mucho menos con China”. Por ese motivo, aconsejó buscar las complementariedades con los países de la región y evitar repetir las reconversiones de facto, en las que los sectores con menos ventajas simplemente son barridos del mapa productivo. “La alternativa es una reconversión inteligente con subsidios estatales o incluso multilaterales para los nichos industriales amenazados por la competencia externa”, sostuvo Sica.
Está claro que el desguace industrial incrementó notablemente la vulnerabilidad de la economía en su conjunto. Y que el dólar alto pudo aflojar la soga que apretaba el cuello de las fábricas, pero difícilmente vaya a revertir por sí solo ese desmantelamiento. Mientras tanto, aunque sea sólo por orgullo, ¿nadie quiere fabricar un par de biromes?