Domingo, 27 de marzo de 2005 | Hoy
EL BAúL DE MANUEL
Por Manuel Fernández López
En septiembre de 1939 comenzó la Segunda Guerra Mundial. En noviembre de 1941 los EE.UU. entraron en la contienda. En el período intermedio, el citado país vio incrementarse su Producto Interno Bruto (PIB) al haberse convertido en proveedor de armamento de los beligerantes. En 1940, precisamente, grandes economistas como Hicks y Samuelson se preguntaron cómo debía valuarse un incremento del PIB. ¿Era una mejora producir bienes a los que se hacía volar por los aires casi en seguida? El problema no era muy distinto al de emiratos petroleros, en los que un PIB gigantesco es apropiado por una sola persona. Tampoco estamos demasiado lejos de esos casos aquí, donde un incremento significativo del PIB es motorizado por el consumo suntuario (construcción de lujo, automotores, turismo) de una capa muy delgada de una población en que el diez por ciento de mayor ingreso capta más de treinta veces lo que recibe el diez por ciento de menor ingreso. El PIB es una ficción, construida a partir de un agregado de estadísticas, y en ninguna parte se puede ver ni tocar, y por ello un incremento del PIB sólo adquiere sentido con referencia a la situación distributiva en la que ocurre. Todo nuevo bien que el aparato productivo entrega a la sociedad es un incremento del PIB. Pero las empresas sólo producen aquellos bienes reclamados por quienes pueden pagarlos, como bien lo expresó Adam Smith hace más de dos siglos. Se produce para los solventes, es decir, los de arriba en la pirámide social; de ahí para abajo, se llega hasta donde lo permite la igualdad distributiva. Si los bienes en cuestión sólo pueden ser adquiridos por una capa delgada y no por el resto de la sociedad, ello más que una mejora es un signo de desequilibro e injusticia social. Y entonces mal puede hablarse de “mejora”. En lugar de emplear un índice abstracto como el PIB, medido a precios del pasado, en una moneda que no es la corriente, y en el que lo que un peso representa para el rico se considera igual a lo que representa para un pobre, mejor sería expresar los avances o retrocesos de la economía con magnitudes comprensibles y comparables, discriminadas por regiones y por barrios, como la desnutrición, morbilidad y mortalidad infantil, la deserción escolar, la proporción de desocupados y subempleados, el trabajo en negro, el grado de alimentación en calorías, el endeudamiento que se inflige a generaciones futuras, etc.
Es sabido que con las estadísticas pueden fabricarse refinadas y poco descubribles mentirillas. Pero también hay otros caminos para fabricar una pseudo-comunicación a la opinión pública. En la zoología, por ejemplo, los objetos de estudio se agrupan en reinos, tipos, clases, órdenes, familias, géneros y especies. Un rasgo que se presenta en cierta especie, a su vez contenida en cierto género, podría mostrarse como un rasgo del género. Fulano se viste de dorado; como Fulano es parte de la población argentina, informamos que la población argentina se viste de dorado. Es una falacia, claro, pero nada impide crear una ilusión sin asidero en la realidad. Si uno dice “baja el precio de los lácteos” y no entra en detalles, puede inducir a pensar que se habla de alguno de los distintos productos lácteos consumidos por una gran proporción de la población, o al menos por porciones de ella que merecen especial consideración, como la leche entera para el común, la leche maternizada para los neonatos, la leche descremada para los ancianos, etc. ¡Pero no!: resulta que se trata del yogur bebible. El tema de la suba de precios se ha convertido en un fenómeno muy sensible para la masa de la población, que como sabemos está dentro o cerca del nivel de pobreza, y por tanto cualquier encarecimiento en la alimentación, vivienda, indumentaria, educación y transporte se traduce como un recorte efectivo de su nivel de vida. La vida tiene mucho de fantasía y no extrañe que en cualquier momento (el menos pensado, claro) se anuncie: “Bajó el pescado, a un 8 por ciento menos se venderán las huevas de esturión frescas y salpresas”. “Bajan los pollos: por 15 días bajará 5 por ciento el precio del pichón de faisán.” “Baja la educación privada: cobrarán menos los profesores particulares de sánscrito.” “Rebaja de alquileres: de mayo a agosto costará 2 por ciento menos el alquiler mensual de carpas en Mar de Ajó.” “Baja la atención de salud: cobrarán 2 por ciento menos sus sesiones los miembros de la Asociación Psicoanalítica Lacaniana.” “Baja el transporte: Aerolíneas Argentinas bonificará los gastos de aeropuerto a los viajeros a Niza en clase Business.” Cierto es que los caminos de la política económica son inescrutables, pero en este como en otros casos, cierto tufillo parece indicar que Cavallo aún está vivo, como cuando desgravó productos tan nacionales y populares como gaseosas, whisky y alfombras.
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