Domingo, 21 de mayo de 2006 | Hoy
NOTA DE TAPA
Talleres textiles con empleados bolivianos. Extensión horaria en comercios minoristas y en supermercados. Condiciones precarias en call centers y en la construcción. Subcontratación y tercerización en medianas y grandes industrias. Precariedad en fileteros de pescado y en el sector agrícola. Desde una posición moral se lo denomina “trabajo esclavo”. Pero todos esos casos son de sobreexplotación, organización de las relaciones laborales que busca ganancias extraordinarias.
Por Veronica Gago
El trabajo textil no es el único que se caracteriza por ser informal y producir a destajo. También en los empleos del comercio minorista, en los supermercados, en los centros de atención y venta telefónica (call centers) y en la construcción. Situación similar se verifica en industrias grandes y medianas que subcontratan trabajadores y tercerizan empleo. Otros casos son los fileteros de pescado y ciertos segmentos del trabajo agrícola, como la recolección de fruta en el Sur y Norte del país, y la zafra de la caña de azúcar en Tucumán. Se suman las subcontrataciones que hace el sector público para tareas de limpieza y mantenimiento. Ese panorama laboral proyecta una tendencia que se ha generalizado: la sobreexplotación del trabajo. No se trata de la idea de tono moral del “trabajo esclavo”, como se popularizó a partir de los talleres textiles que emplean a bolivianos, sino en la más extendida y raíz de ganancias extraordinarias de la sobreexplotación.
Hoy, en la Argentina, más del 39 por ciento de la mano de obra ocupada trabaja un promedio de doce horas por día. Además de la extensión horaria, los empleos de sobreexplotación se definen por la precarización contractual (trabajo en negro) y por salarios que son variables y muchas veces por debajo de los mínimos legales. Las condiciones laborales –tanto espaciales como sanitarias– suelen ser de alto riesgo y se constatan sus consecuencias en el rápido crecimiento de los accidentes de trabajo. Los altos índices de desocupación y un modelo exportador que no requiere demasiada mano de obra son la contraparte de esta sobreexplotación que, en los países periféricos, se consolida como una ventaja comparativa para las empresas. Más que “trabajo esclavo”, lo que se registra en el mercado laboral es una forma organizativa y productiva del trabajo precario para amplios sectores, que pasan a formar parte de una mano de obra cada vez más diferenciada y jerarquizada entre sí.
El fenómeno no es sólo local. Siendo que la producción está sometida a una feroz competencia internacional, la sobreexplotación del trabajo es una exigencia creciente más que un exabrupto aislado de algunas ramas o de espacios geográficos excepcionales como las fronteras. La sobreexplotación se nutre de los altos grados de flexibilización laboral y de la posibilidad de emplear trabajadores temporarios. Esas características permiten elevar la productividad del trabajo y al mismo tiempo pagarlo cada vez menos con relación a lo que produce. Tras los efectos de procesos de privatización, tercerización y desindustrialización, un cierto tipo de regulación estatal e institucional sostiene esta reconfiguración del mundo del trabajo o directamente es incapaz de controlarla.
Héctor Palomino, director de Estudios de Relaciones del Trabajo del Ministerio de Trabajo, considera que durante la década del ‘90 fue desarticulada la política estatal de inspección. Aunque ahora hay una “política de Estado para regularizar el trabajo”, señala que uno de los problemas, sobre todo en el segmento de confección de la industria textil, se debe a que una gran parte de los trabajadores se localiza en establecimientos de menos de 5 ocupados, los cuales quedan invisibilizados para la inspección. Los datos, entonces, son “aproximaciones indirectas” a la hora de contabilizar esa informalización del trabajo.
En la industria textil aparecen los rasgos más extremos de esas condiciones. Por su lado, en la industria del pescado, el pago es mísero tras jornadas de hasta 16 horas diarias, con empleos en negro, sin cobertura médica ni previsional. Pero la situación no deja de ser precaria en áreas sumamente modernas como las celdillas en que decenas de jóvenes son empleados como teleoperadores de empresas tercerizadas contratadas por trasnacionales. En esas labores, más que la extensión horaria es la intensificación del trabajo y la altísima rotación lo que las caracteriza como paradigma de sobreexplotación. El trabajo en regiones agrícolas y, a su vez, la flexibilización se registran por jerarquías: hay una diferenciación creciente entre un grupo reducido de trabajadores, estables, calificados y con mejor retribución, y un número grande de empleados discontinuos, con menor calificación y salario, en situación de riesgo social.
La sobreexplotación se entiende con un mapeo general del mercado laboral que debe partir, según Claudio Lozano (CTA), de dos datos clave: una desocupación de 14,1 por ciento (computando los planes sociales) y bajos ingresos promedio. El salario medio es de 722 pesos para ocupados, cuando a fines del 2005 la línea de pobreza ya se sitúa en los 860. “Esto produce una elevada disponibilidad de la fuerza laboral que pone límites al salario promedio, que crece muy por debajo del Producto. Es esta alta tasa de disponibilidad la que deteriora las condiciones de empleo, brindando así situaciones de sobreexplotación. El alto nivel de desempleo tiñe al mercado laboral en todos sus sectores: nadie queda a salvo del miedo de pasar a engrosar sus filas.
El 39 por ciento de los ocupados tiene una jornada laboral promedio de 12 horas. Uno de los casos emblemáticos es el de los fileteros de pescado, situación precaria que comparten 4500 trabajadores sólo en la industria de Mar del Plata. Cada medianoche, cientos de personas van a las puertas de las empresas a esperar si consiguen una “changa”: esto significa que, hasta que no llega la carga de pescado, no saben si son contratados durante esa jornada. A diferencia de quienes están agrupados en cooperativas (otra forma de la tercerización), quienes changuean deben lograr cada día conseguir una “mesa”. El trabajo empieza a las 2 o 3 de la mañana y se extiende entre 12 y 16 horas. Todo lo necesario para hacer el trabajo (equipo blanco, botas, cuchillos, tablas, etc.) lo debe proveer cada trabajador. El pago de la changa nunca se sabe cuánto será hasta el final del día. Depende de factores como la cantidad de kilos fileteados, y el tamaño y la calidad del pescado. Por jornada, hoy se paga entre 40 y 70 pesos.
El empleo rural y agroindustrial, en particular el sector exportador de frutas frescas y derivados, es difícil de medir. La investigadora Mónica Bendini, del Grupo de Estudios Sociales Agrarios de la Universidad del Comahue, comentó a Cash que la fruticultura en Río Negro y Neuquén se caracteriza por “diversas modalidades de tercerización que mediatizan las relaciones laborales y la persistencia de trabajo no registrado”. De acuerdo con estimaciones sindicales, el trabajo en negro oscila entre 25 y 35 por ciento, dependiendo de la zona y del tipo de unidad productiva. En Mendoza, donde la producción de fruta está en cifras record, una página web de análisis empresario señala algo imposible de captar aún por los datos estadísticos: el sector privado le transmitió su preocupación al gobierno provincial en caso de que se adelante el inicio de las clases en el 2006 y que se “restrinja la presencia, en las plantaciones, de muchas madres que deberán entrar en el ritmo escolar, junto con sus hijos, antes de lo previsto”. Bendini ratifica así esa otra modalidad de la flexibilización: “La feminización del trabajo en cultivos”.
La reconfiguración de los sectores obedece a una doble flexibilidad: por un lado, por incorporación de tecnología, que reordena los procesos de producción y suprime o modifica puestos de trabajo. Por el otro, una flexibilidad laboral que inestabiliza la condición del trabajador. Ambas combinadas generan el terreno, en muchos segmentos productivos, para la sobreexplotación. El contexto donde las confecciones clandestinas y en negro se vuelven mayoritarias fue producto de la reorganización del sector entre 1993 y el 2003, cuando “presentó una evolución global muy desfavorable en términos del número de obreros ocupados y de las horas trabajadas en la industria, un estancamiento en los niveles de productividad laboral agregada y una reducción persistente en los salarios reales percibidos por los empleados del sector”, según un informe de la Cepal. La Secretaría de Industria del Ministerio de Economía registra la situación de los call centers, muchos de ellos offshore: “Importantes empresas del exterior han elegido a nuestro país para brindar desde aquí servicios de atención telefónica a sus clientes en diferentes países del mundo, entre ellas se encuentran: Motorola, Microsoft, Hewlett Packard, IBM, Sony, Reuters y HBO”. Este expansivo sector laboral (que llegaría a los 50 mil puestos este año) se promueve debido a que “la Argentina cuenta con importantes ventajas competitivas en los costos de los principales insumos que demanda esta actividad: energía eléctrica, telecomunicaciones y mano de obra”. Los costos de la mano de obra, según el informe, son “jornales aproximados a 2,50 dólares la hora en Córdoba y Rosario, comparado con 3 dólares la hora en Buenos Aires, 4,25 en Ciudad de México; 5,25 en Costa Rica y 5,60 en Chile”.
De esta manera, lo que diversos sectores confirman es una organización del trabajo que presiona sobre la totalidad del mercado laboral, difundiendo la flexibilización general de la mano de obra y, en particular, la sobreexplotación en algunos segmentos de la producción como requisito de rentabilidad para las empresas locales y trasnacionales que se radican en el país.
Osvaldo Battistini
CEIL-PIETTE
¿Cómo caracterizaría la sobreexplotación del trabajo en Argentina?
–No es novedosa ni es solamente referida a los casos de trabajadores cuasi esclavizados en talleres clandestinos. Está directamente relacionada con un modelo cuyo objetivo principal es generar condiciones de libre explotación de la fuerza de trabajo. Esto comenzó con la dictadura militar y se profundizó con Menem y Cavallo que, por medio de la flexibilización laboral y el aumento constante del desempleo, facilitaron a los empresarios la sobreutilización de la fuerza de trabajo.
¿Cómo se instrumentó?
–Las señales del Estado hacia el empresariado los inducían a condiciones de contratación determinadas por ellos mismos. Si ese Estado también disolvía, desde mediados de los ‘70, la inspección del trabajo, no realizaba controles sobre las condiciones de trabajo y derivaba parte de esa actividad a organismos privados, a partir de la Ley de Accidentes de Trabajo y la creación de las ART y la Superintendencia de Trabajo, estaba diciendo: “lo que ocurra en las empresas, de la puerta para adentro, ya no es un problema público”.
¿Es un caso limitado a ciertos sectores?
–No sólo hay que hacer hincapié en que se trata de un problema de los sectores más empobrecidos de la población o de los inmigrantes. Hay que ver cuántos jóvenes de clase media están obligados a trabajar tiempo extra en sus empleos sin que éste sea pagado. Cuántos deben llevar trabajo a sus casas sin retribución, convencidos de que se trata de una forma de obtener el beneplácito de sus jefes y calificar así para futuros ascensos. Hay que observar cuánto de competencia individual se establece entre ellos y de qué manera beneficia la sobreexplotación.
¿Qué rol cumple el Estado?
–Si existen leyes pero nadie controla su cumplimiento, esas leyes no tienen sentido. El máximo culpable de que esto suceda es el que no controla a pesar de tener poder de policía respecto de las empresas. Los empresarios, a su vez, apoyaron y presionaron para que el conjunto de políticas laborales de orden neoliberal se lleve a cabo y son hoy quienes usufructúan de tasas de ganancia impresionantes. Una política de control de precios también puede realizarse teniendo en cuenta la retribución del trabajo.
Pablo Levin
UBA
¿Cómo se entiende la sobreexplotación?
–Sus manifestaciones son múltiples, pero hay que subrayar que la causa que genera la sobreexplotación es absolutamente necesaria desde el punto de vista del desarrollo del capitalismo, como consecuencia de procesos de diferenciación del capital. En la economía esto se expresa como la necesidad de que ciertas empresas que están cerca del piso de la estructura jerárquica, sólo puedan existir como tales si sobreexplotan a los trabajadores.
¿El trabajo denominado “esclavo” es abordado desde la moral?
–No es que estas empresas podrían ser más buenas y no quieren: la sobreexplotación es la única forma posible que tienen para mantenerse. Y esto es así porque en otro tramo de la misma pirámide, otras empresas obtienen “normalmente” tasas de ganancia extraordinarias sin acudir ellas mismas a la sobreexplotación.
¿Por qué?
–La existencia simultánea de una explotación que con muchas aclaraciones podríamos llamar “normal”, junto con la sobreexplotación, sólo es posible ante la gigantesca masa de desocupados que presionan sobre los salarios de los subocupados y que indirectamente presionan sobre toda la jerarquía de calificaciones que, a su vez, reflejan la jerarquía de las empresas.
¿Qué efectos tuvo la devaluación en este escenario?
–Impactó en el salario relativo. A principios de los ‘70, la cuenta general de salarios era bastante más de la mitad del Producto Bruto y mucho más si se calcula sobre el producto neto. Esa proporción ha caído mucho y presenta hoy niveles que antes se hubieran creído incompatibles con el funcionamiento de la economía. Eso enmascara el aumento masivo de la desocupación: hoy los trabajadores que perciben salario ya son muy pocos. La única forma de realización del capital es por medio de negocios rápidos y precarios que no instalan capacidad productiva importante.
¿Qué papel tiene el Estado en esta forma de organización del trabajo?
–El Estado tolera esta situación, responde a los conflictos tratando de atenuarlos y convertirlos en situaciones normales. Muchas veces, el tipo de instrumento que utiliza, sólo agrava las cosas, como sucede con los planes sociales
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