Domingo, 21 de mayo de 2006 | Hoy
LA UNIDAD ECONOMICA REGIONAL A PRUEBA
La crisis entre Argentina y Uruguay pone en juego la profundización de la disputa por atraer inversiones externas
o la apuesta a un proyecto regional soberano con complementariedad productiva.
Por *Antonio Elías - **Jorge Marchini
El conflicto por la instalación de las plantas de celulosa sobre el río Uruguay desvela y enfrenta a nuestros países. La tensión sigue en aumento y en medio de la creciente agitación en ambas orillas resulta natural preguntarse: ¿se trata sólo de un conflicto puntual debido a la magnitud de las inversiones e intereses en juego? ¿Es una disputa que demuestra la inviabilidad actual del mayor proceso de integración y complementación económica regional, el Mercosur?
Por lo pronto llama la atención que, aun existiendo hoy tanto en Argentina como en Uruguay gobiernos denominados en una imprecisa definición como de centroizquierda, que han definido en forma permanente su vocación común prioritaria hacia la “unidad latinoamericana”, nos encontremos en un estado de crisis y tensión entre países vecinos. La relación bilateral parece marchar a un callejón sin salida. Una creciente manipulación chauvinista puede hacer aparecer el conflicto por las papeleras como irreductible. A no engañarnos, lo que realmente organiza el alineamiento de fuerzas políticas de nuestros países en el “conflicto por las papeleras” no es tema de banderas. Se trata ni más ni menos que de una polémica por la radicación de empresas transnacionales.
Son dos los aspectos ordenadores de referencia real en debate. Por un lado, las condiciones, exigencias, presiones y disputas que determinan la localización de grandes inversiones transnacionales. Por otro, la evaluación de los costos y prevenciones por los efectos multiplicadores (Fray Bentos, Uruguay) o desarticuladores (Gualeguaychú, Argentina) en el empleo, la actividad económica y el eventual impacto ambiental en un área común por tratarse de las mayores inversiones extranjeras en la historia de Uruguay y ser gigantescos proyectos de procesamiento de materia prima con masiva utilización de recursos naturales y productos químicos.
Por lo pronto, con este conflicto no se marcha hacia una proclamada “imprescindible unidad latinoamericana” sino a un proceso de balcanización. Si las disputas específicas por “ganar” inversiones del exterior llevan a la competencia/pelea por definir cuál es el país que da mayores ventajas y beneficios al capital extranjero no debe temerse afirmar que el destino que espera América latina es el de postración y la resignación a hechos consumados, dependencia y tirantez multiplicada.
El conflicto hoy entre Argentina y Uruguay no refleja los cambios sino la continuidad del “sálvese quien pueda” de toda una época. Como muestra de debilidad es posible observar el profundo contrasentido de que, en el momento que se cuenta con gobiernos supuestamente progresistas y que reclaman, más que nunca, la necesidad de que los latinoamericanos asumamos nuestras responsabilidades y rol histórico en forma madura, el Banco Mundial –el cuestionado organismo, señalado tantas veces como causante de “semillas de destrucción”– se convierta en el árbitro esperado para laudar en el conflicto. O la Corte de La Haya, cuya ineficacia en resolver conflictos internacionales es bien reconocida, se convierta en ámbito de dilucidación de la disputa entre Uruguay y Argentina en torno de la instalación de las plantas de celulosa. O peor aún, que se busque que la salida salvadora sea terminar con los acuerdos regionales o avanzar en entendimientos individuales de preferencia comercial con países mayores, en lo que sin duda sería un salto al vacío con impredecibles costos para nuestras sociedades.
Si se asume que la crisis se vincula a la estrategia en las últimas décadas, entonces es necesario desmontar un andamiaje normativo de perspectivas, tanto en lo que tiene que ver con las reglas formales que liquidaron los mecanismos de protección de la economía nacional y redujeron el papel del Estado, como con las normas informales, la cultura y la ideología predominantes en las últimas décadas. En una perspectiva más general, la eclosión de las papeleras demuestra la falta de visiones,programas, mecanismos de resolución de conflictos y líneas de acción y cooperación comunes. El Mercosur asume cambios profundos o no tendrá capacidad de unificar criterios y acciones mínimas de complementación.
Los objetivos de la integración deben ser el desarrollo armónico de nuestras sociedades, el cuidado de nuestros recursos, el desarrollo sostenido de las economías fortaleciendo relaciones intra regionales y unificando políticas, acciones y criterios que fortalezcan en común vinculaciones en relación a terceros países. Debe abrirse sin demora el debate de alternativas para el aprovechamiento de los recursos y capacidades productivas y humanas regionales. Deben darse pasos concretos por parte de los países más grandes de la región (Argentina y Brasil) para considerar la situación desventajosa por el menor desarrollo relativo, localización y escala de los mercados de los países más pequeños (Paraguay y Uruguay). El neoliberalismo de un regionalismo abierto ha fracasado. La solución no es separarnos, ni declamar por los problemas sino estar unidos en búsqueda de soluciones. Para ello la unidad no sólo es conveniente, sino imprescindible
* Docente de la Universidad de la República (Uruguay).
** Docente de la Universidad de Buenos Aires.
Ambos son miembros de la Junta Directiva de la Sociedad Latinoamericana de Economía Política y Pensamiento Crítico (Sepla).
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