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Domingo, 13 de abril de 2008

EL BAUL DE MANUEL

 Por Manuel Fernández López

PJ: agro e inflación

Las desinteligencias campo-Gobierno en el justicialismo no son nuevas. En los dos primeros gobiernos de Juan Perón se intentó promover el desarrollo industrial, por ejemplo, a través de las escuelas industriales. Pero las industrias requieren maquinarias, equipos, repuestos y combustible, y nada de eso se producía en el país, por lo que debía importarse y pagarse en dólares. ¿De dónde sacarlos? Obviamente, de las exportaciones: así como lo importado se paga en dólares, lo exportado se cobra en dólares. El país sólo exportaba productos agropecuarios, y nada de industria. Por lo tanto, la agenda política era conseguir la expansión de la producción agropecuaria. Como ésta la fijan los intereses de los productores particulares, y los mismos toman en cuenta principalmente la cotización externa (en dólares) de los bienes exportables, la agenda pasaba a ser la mejora del precio en dólares de los bienes de origen agropecuario. El precio en los mercados extranjeros no podía ser cambiado por la política económica argentina, pero ésta podía ofrecer un dólar más alto (más pesos por dólar) a los exportadores, lo que era equivalente a una mayor cotización internacional de las exportaciones argentinas. A esto siguieron dos noticias: una mala, y otra peor. La mala fue que la oferta agropecuaria no respondió a los incentivos ofrecidos, ya sea por falta de mecanización agrícola, el no uso de fertilizantes, el alto costo de los combustibles, o simplemente la falta de identificación con el gobierno. La peor fue que, por consumir el mercado interno los mismos bienes que los exportados, la suba de precios decretada por el gobierno se trasladó al precio interno de los bienes agropecuarios, es decir, de los alimentos. La reacción de los sindicatos obreros fue exigir un reajuste salarial, el cual, otorgado, retrotrajo los precios relativos a su estado inicial, anulando la promoción estatal. De tal manera, a la suba de precios agropecuarios se sumó un alza de salarios y de precios no agropecuarios. El gobierno, tozudo, repitió una y otra vez aquella política, cuyo resultado era, o bajar la calidad de vida del trabajador, o fogonear la inflación. No cabe duda de que el gobierno aspiraba al crecimiento agrario e industrial, y estaba atento a impedir la baja del salario real. Pero en este caso, otra vez se cumple que el camino del infierno está sembrado de buenas intenciones.

Las cosas no bajan

Los precios de los bienes –como los entes en el mundo de Aristóteles–- están en perpetuo movimiento. Pero el mundo de los precios –a diferencia del universo aristotélico– sólo tiene dos dimensiones, se mueven hacia arriba o hacia abajo. Adam Smith ideó un precio comprendido entre las alzas y las bajas, al que llamó “precio natural”, y cuyo nivel dependía de las tasas “naturales” de retribución de los factores del costo, que a su vez estaban dadas por las condiciones generales de la economía. En relación con el precio natural, los precios corrientes o de mercado, podían situarse a ese nivel, o debajo o por encima del mismo, aunque la mayoría de las veces se situaban por encima. Es decir, que los precios de mercado tendían más al alza que a la baja. Dicho con otras palabras: su flexibilidad era asimétrica –mayor al alza que a la baja–. Pero oigamos a Smith: “el precio natural es, como si dijéramos, el precio eje hacia el que los precios de todos los artículos gravitan constantemente. Diversos incidentes pueden en ocasiones mantener dichos precios suspendidos por encima de ese precio eje, y en otras ocasiones los obligan a descender algo por debajo del mismo. Pero, cualesquiera que sean los obstáculos que les impiden establecerse en este centro de reposo y de estabilidad, los precios tienden constantemente hacia él ...puede ocurrir, unas veces por incidentes especiales, otras por causas naturales y en ocasiones por reglamentaciones singulares de la Administración pública, que muchos artículos se sostengan durante largo espacio de tiempo en un precio de mercado muy superior al precio natural”. Smith no llegó a expresar que la inflexibilidad descendente de los precios es causa de inflación. Ello fue tarea del ex rector de la UBA, doctor Julio H. G. Olivera (1960): “Si los precios en dinero son relativamente inflexibles en sentido ascendente o descendente, la variación de los precios relativos, sea cual fuere su causa y dirección, sólo puede realizarse mediante un movimiento del nivel general de los precios en el sentido opuesto al de menor flexibilidad. El valor del dinero resulta sujeto, así, a una continua presión no monetaria con un sesgo definido. Si los precios en dinero son inflexibles ... en sentido descendente, la adaptación de las relaciones de precios al cambio incesante de las circunstancias económicas tiende a producir un estado crónico de inflación”.

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