Por Naum Minsburg *
Desde hace algunas semanas, y cada vez con mayor énfasis, los voceros gubernamentales y los gurúes económicos, aquellos que “nunca se equivocan”, han iniciado una campaña basada en que “lo peor de la crisis ha pasado y ahora estamos emergiendo”. Es conveniente destacar, ante todo, que en la historia del capitalismo no han existido crisis “eternas”. En algún momento cambia la coyuntura y el proceso comienza a revertirse. Después de 51 meses de la peor crisis de la historia de nuestro país, aparecen algunos síntomas que, exhibidos con una fuerte dosis de exitismo, evidenciarían la existencia de factores que potencialmente podrían impulsar la tan ansiada y necesaria reactivación.
Se debe partir en el análisis de que más de la mitad de nuestra población se encuentra en estado de pobreza y 8 millones son indigentes, situación intolerable no sólo desde el punto de vista ético o moral sino especialmente desde la óptica económica, puesto que esa enorme masa de individuos no es consumidora. Se sabe que el consumo, o la demanda, estimula la inversión productiva, facilita el crecimiento y posibilita una mejor recaudación impositiva, lo cual a su vez permite disminuir el déficit fiscal.
Faltan considerar otros temas trascendentales, la inexistencia actual de un sistema bancario que haya sido depurado de la “mayor estafa de la historia”: el corralito-corralón. No es otorgándoles miles de millones de pesos por indebidas compensaciones como podrá mejorarse su eficiencia.
Para terminar efectivamente con la crisis es imprescindible tomar algunas medidas elementales y urgentes: 1) terminar con el hambre; 2) mejorar los subsidios para los Jefes y Jefas de Hogares a cambio de trabajo social, evitando el clientelismo político y garantizando su transparencia; 3) emprender enérgicamente una reforma que inicie una redistribución del ingreso para ir terminando con la pobreza; 4) organizar la reapertura de empresas, favoreciendo la creación de cooperativas democráticamente constituidas, estimulando al mismo tiempo una sustitución eficaz, competitiva y tecnológicamente avanzada de importaciones; 5) favorecer las exportaciones tradicionales o no tradicionales con el mayor valor agregado; 6) el sector bancario financiero debe estar al servicio de la producción con tasas de interés de fomento especialmente para las pymes; y 7) eliminar drásticamente los subsidios abiertos o encubiertos indebidamente otorgados a los grupos económicos concentrados y a las empresas privatizadas.
Por todo ello es imprescindible que este gobierno (¿transitorio?) deje de ocuparse, inútilmente, del sector financiero. Debería encarar un sendero que lleve a la transformación progresista de nuestra sociedad.
* Economista
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