Dom 13.03.2016
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El gran Profesor

› Por Mario Rapoport *

“No hay ningún país desarrollado en el mundo que se asiente esencialmente en la transformación y renta de sus productos primarios.”
Intervención de Aldo Ferrer en la Cámara de Diputados sobre el tema de las retenciones agropecuarias, julio de 2008.

Resulta una gran pérdida para el país y para sus amigos el fallecimiento de Aldo Ferrer. Fui su alumno en los años 60, en la recientemente inaugurada Licenciatura en Economía Política, y su obra La Economía Argentina representó para los estudiantes de mi generación y de las que siguieron luego, un instrumento indispensable para entender la realidad nacional y, en mi caso particular, para entusiasmarme por esa disciplina. Con el tiempo me di cuenta de que Ferrer no era sólo un economista, un distinguido profesor e investigador, un importante funcionario nacional e internacional o, más tarde, el líder infatigable del grupo Fénix sino, sobre todo, un intelectual humanista cuyo propósito fue siempre el de comprender plenamente, en toda su complejidad, la sociedad en que vivimos.

Más allá de la agudeza de su análisis, el planteo metodológico de Ferrer apunta a la necesidad de una reflexión y conceptualización económica de la evolución histórica y a una fundamentación histórica de los conceptos económicos. Ferrer tiene en claro también la idea de que el conocimiento cabal de una sociedad no puede realizarse en forma parcial, desde cada disciplina por separado, aunque ello contribuya al avance del conocimiento, sino que es necesaria una visión más amplia, de carácter interdisciplinario. Aunque se enfatice un tema, ningún aspecto está aislado de los otros. Ferrer es economista pero no olvida la naturaleza indivisible de su objeto de estudio. Los fenómenos políticos, sociales, culturales integran también su pensamiento.

En lo que constituye el esquema interpretativo del núcleo central de su libro La Economía Argentina, Ferrer parte de un enfoque histórico-estructural de sus distintas etapas. Expone allí que pese a los elevados índices de crecimiento del período primario exportador, el país era extremadamente vulnerable, subordinado a las políticas e intereses de las grandes potencias y basado en la primarización de su economía. En él examina en particular las causas del atraso argentino en relación a otros países que siguieron caminos de desarrollo más virtuosos, comenzando con los problemas que se le presentan a la Argentina en el proceso de crecimiento industrial. En este sentido, mantuvo siempre una posición opuesta a la de una economía especializada en la producción primaria y a favor del desarrollo del mercado interno y del proceso de industrialización.

Ferrer reconocía que el estrangulamiento externo del crecimiento económico en éste proceso, originado en el deterioro de la balanza de pagos, conlleva fluctuaciones profundas y frecuentes de la producción y el empleo y provoca una subutilización permanente de la capacidad industrial. Ante esas restricciones, lejos de proponer la interrupción del proceso, siempre pregonó su profundización hacia senderos que implicaran un menor requerimiento de importaciones y una mayor generación de recursos tecnológicos internos. Para Ferrer resultaba fundamental la integración del aparato productivo nacional.

A partir de los años 40 la intervención del Estado en la economía, el abandono de la vinculación “privilegiada” con la vieja potencia hegemónica y una mayor participación de sectores sociales postergados, en contraposición al viejo régimen oligárquico, aunque necesarias, no resultaron suficientes para un cambio profundo en las estructuras productivas. Se asistió así a un proceso de crecimiento y a una más equitativa distribución de ingresos pero no se pudieron evitar crisis recurrentes de estrangulamiento externo, fenómenos inflacionarios y fluctuaciones frecuentes de la producción y del empleo.

Pero su principal crítica se dirige al giro neoliberal que asume la economía argentina desde la última dictadura militar, que comienza en gobiernos anteriores (“los de hay que pasar el invierno”) basados en la vuelta a un esquema agroexportador, y el predominio de la especulación financiera y la deuda externa sobre la producción, el empleo y el consumo. Una tendencia que se agrava en los años 90, después del retorno a la democracia, a través de la venta de los principales activos nacionales, las políticas de desregulación y apertura externa indiscriminada y la ley de convertibilidad, produciendo el estallido de la crisis de 2001-2002 y dañando gravemente las actividades productivas, en especial a su sector industrial y a las condiciones de vida de la población.

Esas alternancias en la orientación de las políticas económicas no son propias de la Argentina, entre los Estados Unidos de Roosevelt y el de Reagan, por ejemplo, hay aun mayores diferencias. Ante este retroceso Ferrer plantea como salida principal profundizar la industrialización llevándola hacia etapas más avanzadas de desarrollo a través de la conformación de una estructura industrial integrada y abierta, la movilización del ahorro y la inversión interna y el apoyo a empresas que creen en el país, en especial las Pymes, frente a la creciente presencia de las compañías trasnacionales y la obstrucción por la fuga de capitales de una alienada burguesía local que más que nacional juega como la punta del iceberg de los poderes mundiales.

Para ello es fundamental integrar y modernizar el aparato productivo, incluyendo la cadena agroindustrial, y fortalecer los vínculos regionales mediante proyectos e instituciones comunes, en un momento, marcado por la presencia en América Latina de fuerzas políticas y gobiernos más afines. Pero Ferrer era consciente que en nuestro caso particular, esa cadena agroindustrial, con todo el empleo directo e indirecto que genera, representa alrededor de un tercio del empleo de la fuerza de trabajo. Si no se cuenta simultáneamente con una base de industrias dirigidas al mercado interno y aun otras más complejas, diversificadas y tecnológicamente avanzadas que puedan exportarse, no se va a poder dar trabajo y bienestar a una población de 40 millones de habitantes. No se llegará al pleno empleo y, por lo tanto, va a sobrar más de la mitad de la población.

En los últimos años, Ferrer ha continuado exponiendo sus ideas, manteniendo siempre la coherencia de sus posiciones. Desde el Plan Fénix, al tiempo que la convertibilidad era defendida por los economistas del establishment, Ferrer tenía un enfoque crítico de la misma sosteniendo que podía conducir a una profunda crisis. En aquel espacio, hacia fines del 2000, ya recomendaba medidas de emergencia, como la reprogramación de la deuda externa y la reducción de sus servicios y, sobre todo, flexibilizar y controlar la política cambiaria regulando los movimientos de capital. En este camino fue asentando ideas claves que iluminaron su pensamiento. La primera de ellas la de “densidad nacional” basada en una mayor “cohesión social”, en la calidad de los liderazgos y las instituciones y en la existencia permanente de un “pensamiento crítico”. La segunda, el “vivir con lo nuestro”, aludía a cuatro cuestiones fundamentales:

1. Asegurar el comando propio de la economía en defensa de los intereses nacionales.

2. Obtener, basado en las inmensas riquezas naturales y humanas que el país genera, el ahorro interno necesario para el desarrollo y no vivir del financiamiento externo.

3. Encauzar ese ahorro en inversión productiva para lo cual debe jugar un papel determinante el Estado, al igual que para una redistribución progresiva de los ingresos.

4. Fortalecer la economía a través de su mercado interno y de su propia capacidad productiva.

Esas son las bases principales para poder proyectarse hacia el exterior y no sufrir las consecuencias de una presencia irresponsable en los mercados mundiales, como le ocurrió a la Argentina de los años 90 y principios de siglo. “Vivir con lo nuestro” no significa encerrarse en sí mismo, sino hacer los que hicieron aquellos que llegaron a la cima en distintos momentos históricos

Un último y muy importante trabajo que publicó recientemente, quizás su testamento académico, diferencia ya netamente la alternancia en el poder de dos modelos de país: por un lado, un “proyecto nacional y popular” que abarcaría los primeros gobiernos peronistas, y los gobiernos kirchneristas del 2003-2015, complementados con algunas políticas de otros gobiernos más fugaces. Por otro, un modelo liberal o neoliberal que continuó en forma “aggiornada” con el apoyo de las ideologías antikeynesianas y luego del “consenso de Washington” predominantes en el mundo, las políticas económicas de los ochentas años transcurridos hasta 1930 cuando reinaba el modelo agroexportador basado en gran parte de su historia en el endeudamiento externo. Este modelo fracasó sobre todo por factores económicos, pero también, agregamos, por al resistencia de la población.

En cambio, pese al protagonismo del Estado y sus políticas inclusivas que mejoraron las condiciones de vida y tuvieron mejores resultados macroeconómicos que el modelo neoliberal, no se lograron transformar significativamente en los “proyectos nacionales y populares” las estructuras productivas y la restricción externa debido sobre todo a factores políticos. Lo que muestra las dificultades para construir, sobre esas bases, un proyecto sustentable de desarrollo de largo plazo. Habría que agregar para nosotros, en este último caso, la ausencia de reformas tributarias, financieras, productivas y con respecto al capital extranjero, las debilidades propias de sus protagonistas y la fuerte oposición de intereses internos y externos.

Ferrer no se limitó solamente a estudiar la economía argentina. Ha sido uno de los intelectuales más activos en la denuncia de los efectos negativos de la globalización sobre los países periféricos y de la ideología liberal que la sustenta. En su último artículo escribía: “la soberanía y autonomía de la política económica son conceptos ausentes en el imaginario neolilberal”.

Del mismo modo, la mayoría de los textos que hablan de globalización carecen para él de una perspectiva histórica o, si la tienen, ésta es insuficiente o no bien fundamentada. El problema principal consiste en que muchos de los que se refieren a la economía mundial esgrimen la idea de que las economías nacionales están en vías de disolverse, ignorando el grado en el cual, a lo largo de varios siglos, el proceso de mundialización económica estuvo íntimamente articulado a la formación y desarrollo de los espacios nacionales. Según Ferrer, discutir el status teórico e histórico de la globalización remite necesariamente a un nuevo debate sobre el papel de los mercados internos y de los Estadosnación como categorías históricas. Esta temática constituye el nudo central de dos de sus libros más importantes reeditados recientemente: Historia de la globalización I e Historia de la globalización II.

Hasta aquí sus ideas, pero ellas respondieron a lo que él era como persona. Un gran tipo, abierto, compañero, amante del tango y la literatura. Dispuesto a ayudar a sus amigos y a entregarse a una causa, una y otra vez: la de su propio país. No muchos abandonan como Aldo este mundo dejando tal herencia.

* Profesor emérito de la Universidad de Buenos Aires.

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