› Por Mercedes Marcó del Pont *
A sus 88 años, Aldo Ferrer irradiaba juventud. Y no sólo por el entusiasmo con el que encaraba cada debate acerca de los problemas nacionales y sus desafíos, sino fundamentalmente por la pasión con la que participaba en cada invitación a pelear por el país con el que soñaba.
No concedía frente a sus convicciones, pero sin dogmatismos tenía una gran capacidad para actualizar su visión acerca de la realidad. Como todo intelectual de ley, sometía a la crítica permanente sus ideas. En alguna charla reciente que mantuvimos me contó que había revisado la visión tan estricta que en otras épocas tuvo acerca del rol del ahorro externo en nuestras economías, reivindicando el papel virtuoso que la inversión externa podía cumplir si aportaba a la transformación y modernización de nuestra estructura productiva. Pero, sin mistificaciones, reconocía que dejados a la mano de la lógica de las multinacionales, esos capitales eran funcionales a la perpetuación de las condiciones del subdesarrollo.
Subestiman el pensamiento de Aldo Ferrer quienes reducen su posición a la simple consigna de “vivir con lo nuestro”, de manera descontextualizada de su profundo abordaje sobre la globalización y los espacios para el desarrollo. En esa definición no se manifestaba una posición de aislamiento, de “quedarse afuera del mundo”, como pregona el cliché ortodoxo cuando critica los proyectos de matriz nacional y popular.
Explicitaba en cambio su obsesión por no volver a caer en la trampa de la financiarización, la fase que ha hegemonizado en las últimas décadas el funcionamiento del capitalismo, y que con el despliegue de las políticas neoliberales frustró recurrentemente las posibilidades del desarrollo con equidad de nuestros pueblos. Pero también con esa definición destacaba la urgencia por generar condiciones para la acumulación interna en los sectores industriales y en el desarrollo endógeno de innovaciones científicotecnológicas, diversificar nuestro aparato productivo y correr la frontera tecnológica, único camino genuino para romper la relación subordinada respecto a los países centrales.
Fiel a sus ideas, reivindicó los espacios de soberanía ganados por la Argentina en estos últimos doce años, con hitos centrales como la reestructuración de la deuda, el haberse sacado el lastre del FMI o la recuperación de los recursos de la Seguridad Social, entre otros. Pero reflexionaba permanentemente acerca de los muchos frentes que habían quedado pendientes para viabilizar el camino hacia el desarrollo.
Por eso estaba preocupado por la celeridad con que el nuevo Gobierno desandaba esos espacios de soberanía. Con enorme lucidez y coherencia dejó bien clara su postura acerca de todo lo que estaba en juego en torno a la negociación con los fondos buitre. Denunció que el endeudamiento y la desregulación cambiaria y financiera que promueve el Gobierno estaban sembrando nuevamente las semillas de la crisis.
Aldo hablaba vehemente pero humildemente, tranquilo, pero siempre mirándonos a los ojos. Esa mirada es la que hay que sostener en momentos tan críticos donde se nos juega el futuro de la Argentina.
* Economista, FIDE, ex presidente del Banco Central.
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