Dom 13.03.2016
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La primera clase

› Por Néstor Restivo *

La primera vez que entrevisté a Aldo Ferrer fue en marzo de 1982, hace tantísimos años que asusta. Ya entonces, cuando me recibió en su departamento de la avenida Del Libertador, aquel joven cronista de entonces que estaba por comenzar sus estudios en la Facultad de Filosofía y Letras estaba fascinado con su libro clásico La Economía Argentina. La nota era para el suplemento económico de Clarín, y tenía que ver con las inversiones externas.

A contramano de la visión que tienen muchos economistas sobre la centralidad de esa variable, Ferrer siempre la puso en su lugar. Las inversiones extranjeras pueden ser importantes, sobre todo si cumplieran regulaciones ambientales, pago de impuestos sin elusiones vía triangulaciones entre sus propias empresas, respeto a las normas de un país en términos laborales y otras cuestiones, lo que no siempre ocurre. En eso no hay distinción con empresas locales. Pero nunca, excepto en economías de enclave, la inversión externa define una situación económica, y menos el desarrollo de un país. Lo importante siempre, decía entonces, siguió diciendo siempre, es el entramado de agentes internos –un Estado activo y regulador en favor del bien público, las empresas locales, las pymes, el mundo laboral, quienes invierten día tras día en su propio territorio– que definirá la fortaleza de un país. Pese a que puedan decir lo contrario, lo saben bien todos los países que hicieron ese camino, como Estados Unidos, Alemania, Japón o tantos otros. Las inversiones externas que recibieron ellos pudieron haber ayudado un poco. Sólo eso, un poco, o un poquito.

Ferrer fue desarrollando su propio pensamiento hasta llegar a categorías propias como la de densidad nacional, ese conjunto de condiciones endógenas y sus derivados de tejido productivo, social, tecnológico que llevan al desarrollo de un pueblo, en todo lo cual la participación de las “inversiones externas” es, si no insignificante, leve.

Ahora mismo se plantea de nuevo el tema. En el discurso presidencial del 1º de marzo se habló de “establecer” (sic) relaciones con Estados Unidos, Francia y otros países, como si en el anterior gobierno se hubieran roto esas relaciones. Y eso sería para “volver” al mundo, esa falacia que confunde articularse en la globalización del mejor modo posible con someterse a los dictados del capital financiero global, del cual sí la Argentina se había desentendido, en buena hora, en los últimos doce años. Si vienen más inversiones extranjeras, bienvenidas, pero no definirán nada sobre el país que vaya a desplegarse en los próximos años. Ese país para el cual la ausencia de Ferrer agravará la orfandad de ideas. Por suerte quedan sus libros, su pensamiento, su decencia y su docencia.

* Periodista e historiador.

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