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Para algunos paladares, el gran cambio sufrido por la Argentina con la catástrofe acaecida en el 2002 se centró en el horrible encarecimiento del té importado. Curiosamente, el café, que viene íntegramente del exterior y tiene su precio de commodity fijado en dólares, subió muchísimo menos. Pero el envase de 25 sobrecitos de la marca inglesa Twinings, casa establecida en 1706, luego de desaparecer de las góndolas por algún tiempo reapareció con una remarcación escalofriante. En Disco, por ejemplo, saltó de $3,95, precio predevaluación, a 14,50. Y ya nunca se movió de allí. Es como si el dólar hubiese pasado de valer un peso a costar $3,67.
El traslado de la devaluación fue mucho más que íntegro, ya que el costo del producto en origen es sólo uno de los componentes del precio final con que llega al público. Otros, como los costos internos de distribución y los márgenes de ganancia del importador y los sucesivos intermediarios, incluido el supermercado, no tenían por qué haber aumentado tanto como el dólar. Pero, infaustamente, en el caso del té Twinings ni siquiera el repliegue del tipo de cambio consiguió atenuar la paridad concerniente a los tea bags: $3,67 por dólar.
Como consecuencia, el éxodo del consumo hacia los tes nacionales fue masivo, incluso en el caso de los más selectos paladares, salvo que éstos correspondieran a bolsillos genuinamente privilegiados. De esta manera, el extraño comportamiento de Disco al dolarizar todos los componentes del costo, incluyendo su beneficio, contribuyó a que el objetivo de la devaluación se cumpliera plenamente: sustituir importaciones, para favorecer la producción local.
Siendo así, lejos de hallarse algo reprochable en la conducta de la cadena comercial, debe felicitársela por su aporte a la reactivación productiva. Los ciudadanos de un país empobrecido como la Argentina deben conformarse con consumos menos exquisitos. Sólo una selecta franja social puede mantenerse al margen de este destino común a la hora del té.