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Domingo, 20 de abril de 2003

EL BAúL DE MANUEL

Baúl I y II

En la mira
La Argentina es un país arábigo, en cierta medida y en algunos respectos. No ponemos de resalto a los vulgarmente llamados “turcos”, esto es, inmigrantes o hijos de inmigrantes de la actual región arábiga del planeta –que no son pocos– sino a los argentinos primigenios, antepasados de la actual población. Santiago del Estero, madre de ciudades, fue fundada en 1553, en gran parte por oriundos de Al-Andalus. ¿Qué porción arábiga de su sangre no aportaron al país aquellos andaluces, luego de convivir ocho siglos con la cultura arábiga? Sus descendientes se reconocen por su tez bronceada, poco amor al trabajo manual, y aun por sus danzas: al malambo, orgullo santiagueño, lo baila como nadie Angel Pericet. El rasgo que nos une a otras comunidades hispanoamericanas, la lengua común, el español, ¿no es, con otras reglas de pronunciación y escritura, un dialecto árabe? Una proporción altísima de profesiones, paisajes y placeres de la vida desaparecería con la eliminación de las cosas designadas por vocables árabes: ¿Qué sería del rancho sin su aljibe, de la vaca sin su alfalfa?, ¿cómo endulzar sinsabores, sin el azúcar y el almíbar? ¿Qué sería del puré sin las albóndigas, del pesto sin la albahaca, de la pizza sin las aceitunas? ¿Qué fuerza armada se tendría sin alféreces ni almirantes, con sus capas de alamares; qué políticos sin alfombras rojas, coimas, alcahuetes y alharacas, qué guardias de tránsito sin alcoholizados? ¿Qué matemática puede concebirse sin el álgebra, qué juego de azar sin albur, qué tango sin los vahos del alcohol, qué ropa sin alforzas? La Riqueza de las Naciones perdería persuasión sin la fábrica de alfileres, los Cuentos del Tío Remus, encanto, sin el muñeco de alquitrán y “Los intocables” acción, sin los alambiques. La aldea global no existiría, ni tampoco la enseña azul y blanca. Como el Imperio ha decretado que todo lo árabe es atacable, aun preventivamente –y somos un poco árabes, mal que nos pese– y ha colocado a una ciudad vecina en el Eje del Mal, para eludir daños colaterales y “fuego amigo”, o diferirlos lo más posible, proponemos mutar el ser nacional, empezando por eliminar la lengua castellana, como proponía Alberdi. Llamar a los almacenes, shoppings, como ya ocurre; sustituir los alfajores por donuts, como también acontece, el “¡hala!, ¡hala!” de la pitonisa, por “go, go, go!”, etc. Ojalá algo o alguien pueda salvarse.


Por si las moscas

Los Estados Unidos fueron la primera república de la historia nacida burguesa. Por tanto, centrada en la adquisición de bienes materiales, y por ello signada por un constante temor a perderlos. No por conocida esta historia es menos reveladora de la propensión al miedo del habitante medio: era un domingo, como hoy, el 30 de octubre de 1938 (en el hemisferio norte, nuestro abril es como el octubre nórdico). Por radio un supuesto comentarista Carl Phillips dice: “¡Un momento! ¿Está ocurriendo algo! ¡Señoras y señores, esto es terrible!... Puedo ver el cuerpo de la criatura. Es tan grande como un oso y brilla como el cuero mojado. Pero la cara es... es indescriptible. Ya no puedo mirarla más... Ahora todo el campo está incendiado. Los árboles... Los graneros... los depósitos de gasolina de los coches... se está extendiendo por todas partes. Está llegando aquí. A unos metros de mí...”. Se interrumpió la transmisión y sólo siguió el silencio. Habían aterrizado extraterrestres en Nueva Jersey y se habían apoderado de los Estados Unidos. Más de un millón de oyentes se aterrorizaron. Hubo familias que huyeron en avión, millares se juntaron a rezar y otras se aprestaron para la lucha. No era sino un radioteatro basado sobre La guerra de los mundos, de H. G. Wells, interpretado por el actor y productor Orson Welles, de 23 años. No mucho más tarde, esa misma sociedad enviaría centenares de miles de jóvenes a guerrear en Europa y en el Pacífico. El pánico reapareció con el atentado del 11 de septiembre. América, hasta ese momento un bastión inexpugnable por ningún país de la Tierra, había sido dañada, ahora sí de verdad. El hecho escindió a la sociedad estadounidense, hasta entonces considerada modelo de democracia y tierra de libertad. Un sector se mantuvo dentro del sistema democrático, ateniéndose a las normas de trato con los demás estados. Otro sector sufrió una regresión, volviendo al estado de naturaleza, donde todo aquello distinto es un potencial enemigo y debe destruirse. “Con nosotros o contra nosotros”, proclamó el jefe de este sector, negando al resto del mundo el derecho a la independencia, amordazando a la prensa, enviando al campo de batalla a recientes inmigrantes. William Golding, Nobel 1983, en Señor de las moscas (1954) analizó este caso, donde un grupo de escolares, de pronto aislados del mundo, caen en el primitivismo y el gobierno por el terror.

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