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Lunes, 9 de diciembre de 2002

INTERNACIONALES › CONSEJOS PARA NO LLEGAR A NINGUNA PARTE

El Gran Hotel del Abismo

Un nuevo turismo recorre la Argentina: el de explicadores de la realidad nacional que vienen fascinados por el desastre.

 Por Claudio Uriarte

En sus intermitentes polémicas de posguerra con Theodor W. Adorno, Georg Lukacs lo acusó memorablemente una vez de construir un sistema filosófico equivalente a un gigantesco y lujoso hotel suspendido sobre un abismo, con múltiples vistas al abismo, para que los burgueses de todo el mundo fueran a contemplar el abismo que se abría a sus pies y bajo su civilización. Desde luego, llamó a esta construcción “el Gran Hotel del Abismo”. A eso se parece cada vez más la Argentina desde el 20 de diciembre del año pasado, el fin de la convertibilidad y el default. De haber sido la vitrina de los éxitos neoliberales, el país se convirtió en el peor lodazal. Y de recibir la visita de George Bush padre y de Bill Clinton, se pasó a un nuevo tipo de turismo: el disafecto o contestatario. Respetables ciudadanos radicados en las metrópolis más prósperas vienen de visita en una especie de turismo revolucionario para conocer y fascinarse con el buen salvaje piquetero o cartonero. Y a explicarlo. Y los argentinos, honrando una tradición inaugurada por parecidas “explicaciones” que daban en la primera mitad del siglo XX incompetentes luminarias extranjeras de visita como Ortega y Gasset, Lanza del Vasto o el conde Keyserling, los escuchan. De este modo se cierra un círculo perverso, en que los padecimientos locales se reinterpretan con la mirada desatenta, romántica u oportunista de los visitantes, en una versión a la moda del colonialismo cultural.
De las visitas recientes, dos muy parecidas merecen atención: la del historiador estadounidense radicado en Amsterdam James Cockcroft y de la periodista canadiense Naomi Klein. Y también una tercera, de signo aparentemente diferente: la de Joseph Stiglitz, ex economista jefe del Banco Mundial. En los primeros dos casos, sobresalen el romanticismo y el rechazo a la modernidad, dentro de lo cual se incluye a la racionalidad. Cockcroft, interrogado por este diario sobre el margen de maniobra de los nuevos movimientos de izquierda en la región frente a la deuda externa, repone: “Mucho margen, si tienen el valor de aprovechar la oportunidad que ya existe (...). Para renegociar su deuda externa, Brasil puede apoyarse en su envergadura (es la décima economía del mundo) o en todos los países que pasan por su misma situación y negociar en bloque”. ¿Y qué pasa si no lo hace? “Yo no creo que haya otra oportunidad como ésta para introducir cambios”. Pasemos a Naomi Klein. Esta antiglobalizadora está de vuelta en la Argentina filmando una película sobre los piqueteros y las asambleas. Estuvo antes, tras la debacle de diciembre, y se fue diciendo que aquí en Argentina se estaban construyendo nuevas formas sociales y políticas muy interesantes. Desde luego, es como si alguien, frente a un edificio derrumbado, dijera que eso es un ejemplo muy interesante de una nueva forma de arquitectura. Y por último estuvo el Dr. Stiglitz, progresista como militar sin mando de tropa, recomendando ignorar al Fondo Monetario Internacional. Desde luego, es el FMI el que ignora a la Argentina.

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James Cockcroft, feliz de conocer al buen salvaje piquetero en su propio hábitat porteño.

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