Sábado, 5 de agosto de 2006 | Hoy
TEATRO › JUAN “TATA” CEDRON Y WALTER SANTA ANA, UN DUO DE LUJO PARA “OREJITAS PERFUMADAS”
El espectáculo iba a estrenarse la semana pasada, pero el granizo tuvo un efecto devastador sobre el Teatro Alvear. El dúo no se amilana y analiza la resonancia que aún tienen los textos que componen la obra. “La tristeza es humana, y la depresión, algo industrial, un agregado monstruoso a lo que ya somos.”
Por Hilda Cabrera
Era otra aguafuerte porteña sin los personajes de Roberto Arlt. El miércoles en que cayeron piedras sobre la ciudad no se multiplicaron los humillados, sino los dueños de celulares con cámara ansiosos por captar el fenómeno. Juan “Tata” Cedrón, guitarrista y cantor, fascinado primero por el sonido a hecatombe, solemne y sacrificial de los truenos que –decía– no se escuchan en París, y luego por el granizo que golpeó fiero contra la marquesina del Teatro Presidente Alvear, se desembarazó rápido del asombro ante la urgencia de rescatar los instrumentos guardados en su camarín. El Alvear se inundaba. Cuando la guitarra y el contrabajo quedaron a salvo en el hall, apareció el actor Walter Santa Ana. Los dos conversarían poco después animadamente sobre Orejitas perfumadas, en el café aromado de especias contiguo a la entrada de artistas del teatro. Orejitas... es el título del espectáculo que protagonizan y que finalmente estrenarán el 17 de agosto, ya reparados los daños que produjo la tormenta. La música en vivo está a cargo de los integrantes del Cuarteto Cedrón, los textos pertenecen a Roberto Arlt y Mario Paoletti y Roberto Saiz se ocupa de la dirección. Recuperados del contratiempo, Cedrón y Santa Ana armaron otra realidad reflexionando sobre un espectáculo que expone tristezas y ofrece a los personajes retratados por Arlt el desahogo de un bailongo de barrio, donde “la entrada vale un peso y da derecho a abrazar dulcemente a una muchacha”. Cedrón dice entonces: “¡Ojo con la tristeza!”. Casi un mandato en esa tarde. Ante la advertencia, Santa Ana pide que no se confunda tristeza con depresión: “La tristeza es humana, y la depresión, algo industrial, un agregado monstruoso a lo que ya somos, hondamente tristes”.
–¿Tan propia del humano es la tristeza?
Juan “Tata” Cedrón: –Raúl González Tuñón se preguntaba si acaso la tristeza no era una forma sutil de la alegría, y pienso que sí, que aun siendo una emoción contraria es parte de la alegría. En la época de Arlt no se usaba el término depresión a nivel popular. Se entendía en cambio qué era la tristeza.
Walter Santa Ana: –En las sociedades que comercian con la angustia, la depresión es colocada en un lugar relevante. Y más en un país como el nuestro, que es una fábrica de angustia. La única que no cerró.
J. C.: –Y que nunca nos van a comprar los extranjeros.
–¿Qué significa para usted, Cedrón, este regreso al teatro?
J. C.: –Hace dos años que me establecí en Buenos Aires. Viajo cada tanto a Europa, pero aquí tengo ganas de estar. Fueron treinta años en París. Esto que estamos haciendo ahora ya lo habíamos hecho antes. En los años ‘60 trabajé con Walter y con Roberto Durán, Laura Yusem, Rodolfo Walsh, Paco Urondo... ¡tanta gente!. Con Walter presentamos Mataron al taxista y Motivos, también un espectáculo sobre textos de Jorge Luis Borges. En Francia, el idioma fue siempre una barrera. Lo hablo, pero no logro expresarme totalmente. La lucha de un artista no es mejor ni peor allí que acá.
–La impresión es que allí se intenta resolver problemas.
W. S. A.: –Los conflictos, grandes o pequeños, no se solucionan, “se van solucionando”, que es otra cosa. En nuestro país ya formaron una montaña.
J. C.: –Prefiero no pensar en las dificultades. Quiero retomar los textos de Arlt y esa frase: ¡Ojo con la tristeza!, porque eso es también una realidad. ¿Por qué estar triste si en algún lugar la entrada a un bailongo cuesta tan poco? Estoy componiendo sobre un poema de González Tuñón, “La calle del paso de la mula”, donde se dice que todos los paisajes nos hacen pequeños. Y es cierto. ¡Menos soberbia!, porque el paisaje seguirá estando cuando nosotros nos hayamos ido. Yo me siento arltiano de nacimiento y quiero hacer mía otra frase de Arlt: “El futuro es nuestro por prepotencia de trabajo”. Para este espectáculo compuse canciones con los poemas de Paoletti sobre Arlt y elegí textos de Arlt que tienen carácter social y son muy profundos. La vida puede ser muy dura, pero dentro de esa vida un baile es disfrute, además de real como el nacimiento de un niño. Mi hijo Román, que está conmigo en esto, me decía que él no tenía ganas de mostrar un mundo podrido o triste, con cafiolos y cieguitas. Por eso esta idea de incorporar el bailongo de los personajes a la obra me pareció interesante. Es una vía de escape, el costado feliz de la gente simple que puede y quiere sentarse ante una mesita de chapa y compartir una cerveza con maníes.
–Mostrar ese mundo de marginados y marginales no impidió que los más jóvenes se apropien de los textos de Arlt ni de advertencias como la que tira Ergueta a Erdosain: ¡Rajá, turrito, rajá!
J. C.: –Siempre digo que los ingleses tienen la frase “Ser o no ser” y nosotros ¡Rajá, turrito, rajá!, que toman los jóvenes de hoy como, en otro tiempo, los de mi generación.
W. S. A.: –Arlt se aproxima más a una realidad con esos estados de tristeza, humillación, angustia y aburrimiento que el tonto saludo optimista. A uno le preguntan cómo está y uno dice “Todo bien”. Los jóvenes se dan cuenta de que ese “todo bien” es un automatismo, que ni siquiera es optimista sino tonto. Su escritura nos sumerge en esas profundidades que el joven tiene aún muy frescas.
–¿La rebeldía, por ejemplo?
W. S. A.: –Exacto. Es intensa en Arlt, y no pretende ser organizada. Me atrevo a decir –y con cuidado– que es un poco loca. Sabemos que con esa rebeldía se puede hacer algo y que nada es posible con la estupidez. Hablo de una locura creadora y no creativa, porque para creativos están los publicitarios.
–¿Sería la locura como desafío?
W. S. A.: –Sí, como la de los poetas que pueden desafiar a Dios, aun siendo ateos.
J. C.: –La crudeza de los textos de Arlt nos lleva a esa parte podrida que tenemos los humanos, a lo que ocultamos, y al rencor. Juan Carlos Onetti me dijo una vez: “¿Sabés por qué me gustan los tangos? Porque tienen rencor”. También él era una especie de Roberto Arlt.
W. S. A.: –El creador debe experimentar todos los sentimientos. Onetti hablaba de rencor y Pablo Neruda envidiaba.
–En Orejitas... alternan textos y música. ¿Se busca relacionar los textos con un ritmo determinado? El Cuarteto interpreta tangos, valses, candombes...
J. C.: –Nuevamente, hablo de Onetti. Radio Francia le hizo un reportaje que se emitió en dos programas de cuatro horas cada uno. El estaba en su cama, como siempre. Le preguntaron sobre aspectos psicológicos de sus personajes y él respondió que cuando escribía no pensaba en esas cosas. A mí me ocurre algo similar. Tomo la guitarra y canto, generalmente solo, también mientras camino por la calle. Después, mejoro, redondeo, agrego ritmos. Soy un intuitivo y quiero resguardar esta forma de componer.
–¿Dónde descubre música un actor?
W. S. A.: –Uno puede analizar los poemas gramaticalmente, pero a veces el mismo poema se lo impide. Cuando pienso en Llorar, de Oliverio Girondo, aparece la música. Ahí se dice “Llorarlo todo, pero llorarlo bien”. Allí hay un ritmo, y uno lo advierte. El poema no se aprende “de memoria”. Se aprende viviendo, y no es una exageración decir que amando, comiendo, caminando y viendo cómo se vive. Así, en gerundio, la mnemotecnia va dejando lugar al saber. Y eso es lo que marca a un actor. Algunos textos de Orejitas... no son poemas pero sí poéticos, como uno de los que me toca decir: Tacuara. Se adaptó, porque era muy largo, pero suena a balada. Se reitera la frase “Tacuara, adónde no habré ido con Tacuara”, pero no como simple repetición.
J. C.: –A mí me toca mucho el sonido de las palabras, y en cualquier idioma.
–¿Cómo surgió la idea de musicalizar poemas?
–En la década del 60, cuando empecé, ya había antecedentes. Carlos Gardel cantó “Hay una virgen”. La letra era de Manuel Flores, pero sobre una poesía de Lord Byron. No es el único ejemplo. Y después están nuestros poetas populares. ¿Cómo superar a Pascual Contursi en “Mi noche triste”? O cómo superar los versos de “Margot”, de Celedonio Flores (“Se te embroca desde lejos, pelandruna abacanada”). En mi época tenía a Juan Gelman, Julio Huasi (“Hay una asamblea de gatos esta noche/ debaten por los fétidos tachos volcados”) y algunos más. Los poemas me permitieron romper la estructura tradicional. Empecé componiendo melodías tradicionales con estructuras que no lo son. Traté, también, de no cargar las tintas en el porteñismo, aunque soy porteño y tanguero.
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