Sábado, 10 de noviembre de 2007 | Hoy
GAEL GARCIA BERNAL Y HECTOR BABENCO HABLAN ACERCA DE “EL PASADO”
El director de Pixote y el protagonista de Amores perros explican por qué se atrevieron a poner en imágenes el libro de Alan Pauls. “Me pareció ver en la novela una modernidad muy grande, algo de lo que no se hablaba: la permanencia del amor después de haber vivido un gran amor”, dice Babenco. “Fue todo un proceso encontrarme en Rímini”, afirma García Bernal.
Por Luciano Monteagudo
La charla tuvo lugar en una suite del Sutton Place, el hotel que funciona como centro neurálgico del Festival de Toronto, un par de meses atrás. El pasado, versión de la magnífica novela de Alan Pauls, acababa de tener su estreno mundial y Héctor Babenco y Gael García Bernal se sentaron unos minutos con Página/12 a hablar atropelladamente de la película: de Rímini, de Sofía, pero también de la Argentina, de las mujeres, del melodrama, de Manuel Puig. Para el director de Pixote y El beso de la mujer araña, El pasado significa la segunda oportunidad –después de la conflictiva Corazón iluminado (1998)– de reencontrarse con los sentimientos de su país natal. “Me considero un brasileño que nació en la Argentina”, dice provocativamente Babenco, a quien todavía se le escapan algunas palabras en portuñol.
Para el actor de Y tu mamá también y Amores perros, la relación con nuestro país es menos compleja: hizo casi tantas películas en la Argentina como en México (Vidas privadas, de Fito Páez, sobre guión de Pauls; Diarios de motocicleta, donde encarnó nada menos que al joven Ernesto Guevara; ahora El pasado) y reconoce sentirse tan cómodo en uno como en otro país. Gael dice que la Argentina tiene sobre él una enorme influencia y su primera película como director –Déficit, también presente en Toronto– no hace sino confirmarlo: se nota por allí la sombra de Lucrecia Martel y Pablo Trapero.
La primera pregunta es para Babenco, que responde casi sin respirar, como si fuera una catarsis.
–¿Cómo se animó con una novela que parece imposible de filmar? ¿Cuál fue el disparador?
–No sé, me agarró en un momento extraño, en el que estaba yendo a visitar a mi mamá, que vive en La Plata y con quien tenía una deuda muy grande. Viajaba casi todas las semanas, iba los jueves y volvía los domingos. Tenía una reaproximación muy fuerte con ella, con quien siempre tuve una distancia muy grande. De alguna forma me fui acercando a la primera mujer que tuve, que fue mi madre. Y simultáneamente encontré el libro y lo fui leyendo en estas idas y vueltas y me pareció ver en la novela una modernidad muy grande, algo de lo que no se hablaba: la permanencia de un amor después de haber vivido un gran amor. ¿Qué sucede con esa mochila que uno cree dejar atrás, con ese peso que uno aún lleva sobre la espalda? Y como uno también lleva un poco de millaje encima, de kilometraje recorrido, y ha tenido varias relaciones (algunas más intensas, otras menos), reconoce que todas esas mujeres tan queridas son presencias muy fuertes en la vida del heterosexual. Yo he sido un hombre de varias mujeres y es como si tuviera que decirles a todas ellas: “Gracias, chicas, por haberme querido tanto, aunque a mí me pareció tan poco...”. O no lo suficiente, porque hay una especie de insatisfacción con relación al poder del amor que estas mujeres nos dieron y que uno ha dado también, porque cuando uno ama, entrega. En fin, me parece que encontré allí algo nuevo en esta forma de cargar la relación una vez que la relación ha terminado. Me parece que no ha sido discutido todavía, que no ha sido colocado en ninguna expresión artística: pienso y no encuentro ninguna otra novela, obra de teatro o película que se haya aproximado a este tema como lo hace la novela de Alan. Es la primera vez que me acerco a un texto que habla de esto. Y que habla de esto con un contenido muy tanguero, muy melodramático. Pienso que si vos lo analizás de una forma deshidratada, de una forma seca, cruel y objetiva, están todos los elementos del melodrama: están los celos, la venganza, la tragedia, el abandono, el “cuesta abajo” (ese hombre que termina hecho un trapo), están todos los elementos típicos del melodrama mexicano y argentino, del bolero y del tango. Yo nunca fui un frecuentador de este género, porque siempre crecí con una cierta ojeriza, con un prejuicio tonto, intelectual, de no entregarse a lo cursi. Me hubiera encantado tener un poco más el alma de Manuel Puig, esa cosa reservada al universo gay, lo retro, la diva, el gran amor. Yo siempre me alejé mucho de eso porque era nuestra generación, fue un poco la educación que tuvimos y también las elecciones que hicimos en aquella época. Pero todo esto que te estoy diciendo ahora lo sé hoy, pero no lo sabía cuando leí el libro. Cuando leí el libro sentí que había algo ahí adentro y me pareció que había que filmarlo, había que hacerlo, que había que extirparle a la novela esta historia que estaba enterrada en ocho trillones de palabras (son casi seiscientas páginas...). En fin, me pareció que valía la pena hablar de amor, hablar de varias mujeres, unas tan distintas de otras. Y me encantó también la idea de un hombre que se pareciera a mí, un hombre que no fuera deportista, que no fuera un maratonista del sexo. Siempre que me tuve que comportar como un argentino –como me enseñaban mis amigos del barrio, de la esquina o del club–, metía la pata y me salía todo raro, porque me daba cuenta de que yo no estaba preparado para ser tan macho como eran mis amigos. Había algo diferente adentro mío que me daba vergüenza o que escondía. Me parece que Rímini tiene algo de eso, que lo vuelve tremendamente vulnerable.
–¿Cómo leyó la novela, Gael? ¿Qué le pareció Rímini?
–Había escuchado hablar de la novela, porque con Alan habíamos trabajado en Vidas privadas, la película de Fito Páez, de la cual él escribió el guión. Y cuando Héctor vino con la idea de filmarla y empecé a leer la novela, me di cuenta de la ambición y de la originalidad de Babenco: no recuerdo ninguna otra película que se parezca a El pasado. Ya en el papel era una película única y lo fue también en su materialización. En cuanto a Rímini, fue todo un proceso encontrarme en el personaje, un ida y vuelta constante. Ensayamos mucho para encontrarle una dimensión a este personaje que oscila entre la inacción y el autismo. De hecho, Rímini sufre incluso una parálisis, pierde la capacidad de traducir, que era no sólo su modo de vida sino también su mundo, vivir entre las palabras. Creo que el viaje emocional era encontrar las ataduras de este personaje en el pasado, el monstruo del destino tocándole la puerta a cada instante y la incapacidad de no poder controlar su vida, de saber que no hace lo suficiente para cambiar. Hay algo mítico allí, pero de características muy urbanas.
–¿De estas características del personaje encontró algo suyo en Rímini, como encontró Babenco?
–El dejar ir. Yo también he tenido que dejar ir, como todos, creo. Son procesos similares, que nos cuestan mucho: la pérdida de la inocencia, la aparición de nuevas responsabilidades. Me involucré en el viaje emocional del personaje, al que creo que puedo intuir antes que comprender racionalmente. Y la intuición es mi herramienta de trabajo, es lo que necesito que aflore para darle carne a un personaje y al mismo tiempo dejarlo volar por sí mismo. Por otra parte, tengo muy claro que en cine el actor es soldado del director, lo sigue allí donde le mande.
–¿El pasado es la historia de una ruptura que no puede consumarse?
Héctor Babenco: –Es un corte consensual, orgánico y casi como un acto de honestidad. Es una pareja que se dice: “Mirá, ya hemos vivido todo lo que teníamos que vivir juntos. Es parte de todo lo que nos queremos que ahora nos separemos”. Es un poco irónico, pero es así. Tenemos que crecer cada uno por nuestros lados porque juntos ya hemos experimentado todo: el placer, el dolor... Eliminé en el guión una cosa que era importante: hay un aborto en el libro de Alan. Y también una traición: ella tiene un amante durante la relación. Pero no había tiempo en dos horas para contar todo eso. Y también en el cine hay que explicar menos para que el espectador se entregue mejor a la historia. Ocultar es una forma, a veces, de que el espectador pueda complementar el relato con su propia experiencia.
–En esa larga, traumática separación de la que habla El pasado, ¿se puede leer algo de esto en su relación con la Argentina? ¿Cómo se interpreta esta película en relación con Corazón iluminado, la otra experiencia argentina de su cine?
>H. B.: –Corazón iluminado fue una película de reencuentro. Fui a buscar una Argentina que yo había enterrado durante muchísimos años porque no había espacio dentro de mí para vivir simultáneamente la experiencia argentina y la brasileña. Nunca pude vivir al mismo tiempo en las dos realidades. Y en este sentido fue una película de reencuentro: el reencuentro del primer amor, de la mujer que me marcó. Es muy extraño cuando vos tenés 16, 17 años y tu primera gran novia es una esquizofrénica, por quien te sentís terriblemente atraído. Y te parece que la mujer ideal en tu vida tiene que ser aquella que tenga ese grado de locura. Probé entonces muchas cosas en Corazón iluminado y fue una película estúpidamente maltratada en la Argentina. Salí tan triste, tan machucado... Fue cruel lo que me hicieron en la Argentina, porque yo había vuelto con el corazón en la mano y ni siquiera fui rechazado o escuchado. Fui ignorado. Fue una experiencia desastrosa, pero vuelvo a la Argentina porque soy un hombre que pongo la cara para recibir la cachetada. He pasado siempre por emociones muy fuertes, la vida ha sido así. Y no soy un hombre cobarde.
–Gael, ¿cómo es su relación con la Argentina?
G. G. B: –Muy intensa. La Argentina es un lugar donde me siento en casa. Desde la primera vez que la pisé, siento que soy de allí, casi tanto como de Guadalajara, que es la ciudad de donde provengo. Es un país que me ha enseñado muchísimo, al que llevo siempre conmigo, aunque a veces no pueda volver por largo tiempo. Creo que mamé mucho la cultura argentina, tanto como muchos argentinos mamaron la cultura mexicana. De niño, la mayoría de mis amigos eran hijos de argentinos exiliados. Lo ideal para mí sería vivir entre ambos países. Es que la Argentina para mí es algo profundo, de cepa.
H. B.: –Vos sabés que yo soy un poco como vos, Gael. Yo volvería a la Argentina, pero no para siempre, porque hoy ya no se vive en un lugar para siempre. Y a pesar de que fue difícil la época del rodaje, a la Argentina no la puedo excluir de mi organismo, me hace falta, la necesito. Y El pasado me lo confirma.
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