Miércoles, 16 de abril de 2008 | Hoy
ENTREVISTA CON EL DIRECTOR Y ACTOR FRANCéS JACQUES NOLOT
El cineasta de L’Arriere Pays, La chatte a deux têtes y Avant que j’oublie presenta en el festival porteño esta trilogía, que focaliza en la madurez de un hombre gay enfermo de sida, cruzando la ficción y la autobiografía. “El cine es un arte menor”, afirma.
Por Julián Gorodischer
La historia del francés Jacques Nolot está plagada de mitos: que se contactó con la inteligencia parisina trabajando como gigoló, que fue amante de Roland Barthes, que sus films no serían otra cosa que una autobiografía armada en tandas, que por eso él mismo es siempre el protagonista (en la trilogía conformada por L’Arriere Pays, La chatte a deux têtes y Avant que j’oublie, en el Bafici). Su carácter fuerte y la intención de abocarse a masticar un bife bien jugoso dificultan sondear sobre cómo, cuándo, por qué se conocieron, con qué intensidad se relacionaron con Barthes y cómo luego pasó de ocupar esa posición lateral en los círculos cultos de una París dorada a ser él mismo un cineasta venerado por psicoanalistas de Francia y la Argentina (dos focos de la resistencia mundial), tal vez atraídos por la inclusión de escenas de diván y la exploración del deseo en la vejez.
“¿Qué compartimos con Barthes? –pregunta, irritado por la insistencia–. Eso me lo guardo. Yo no soy fanático. Tenía una voz dulce, yo amé a la persona. Lo que le gustaba a él de mí era mi lado salvaje. Llegué a él como gigoló, pero nunca se enamoró de mí; le gustaba mi singularidad, mi juventud. No siento que se vea en mi obra su influencia; soy demasiado egocéntrico y no lo admitiría aunque lo creyera. No fui su fan; lo veía como un profesor de provincia.” Lo dice y calla. Será lo poco que ilumine sobre la relación. Para más, hay que ver Avant que j’oublie, en la que los viejos lo mencionan reiteradamente. Sus tres films son minuciosos retratos de la cotidianidad de hombres muy parecidos a Nolot, uno de los cuales está siempre encarnado en su figura. El personaje está enfermo de sida, en tránsito del departamento al cine porno, en círculos de ex gigolós y viejos que fueron muy bellos y que trazan la historia de las propiedades que heredaron. “En mi film –sigue– los personajes se refieren a Barthes, a André Techiné.... Personajes y director nos encontramos alguna vez con estas personalidades y nos ayudaron a crecer. Con la gente inteligente somos más inteligentes, y con los tontos somos más tontos.”
–¿Por qué prefiere trabajar con “no actores”?
–Siempre prefiero trabajar con actores no profesionales porque no piensan, y se dejan hacer. Los profesionales se hacen preguntas sobre cómo va a ser el personaje, cómo viene la historia y quieren ser más inteligentes que los personajes. Eso me molesta mucho.
–El paso de gigoló a consumidor de sexo pago, ¿es narrado como una tragedia íntima?
–No, de ninguna manera, es una lucidez de la vida. Uno no tiene opción cuando envejece. El tema es otro: de cómo la enfermedad influye en la escritura. El malestar no es el consumo de sexo sino lo que impulsa a la creación, como sucede también con un pintor. Creo en un dolor que provoca una necesidad de escritura. En cuanto a la literatura, los grandes autores son los que escribieron por necesidad. Y hablo de ellos, no de mí.
–Como se lee en Barthes por Barthes, “¿todo debería ser entendido como de un personaje de ficción?”
–Todo y nada a la vez es autobiográfico. Después hay reglas que tienen que ver con una política de la escritura y que deciden cómo presentar el material. Es vital, no tengo opción, una vez que está escrito pasa a ser ficción. No puedo mostrar a un hombre que ama a los hombres haciéndolo actuar como “loca”. Ahí hay una política de la creación de no querer lo que el espectador y los productores quieren que haga.
–¿Por qué las acciones pequeñas de lo cotidiano son puestas en un primer plano en sus películas?
–Es una elección cinematográfica basada en que amo los silencios, la repetición, las acciones mínimas. Quiero que estén las cosas de lo cotidiano como hacer pis o hacer el amor. En la repetición de los mismos gestos, de rituales, de acciones diarias también puede leerse y descubrirse la experiencia de un hombre solo.
–En Avant que j’oublie se expone como actor a través de desnudos totales y en una actividad sexual muy realista, ¿por qué optó por su sobreexposición?
–Yo me hago. Nunca vi las tomas porque me molestaba. Pero cuando Pierre (su personaje) baja el café hasta las piernas y la cámara lo acompaña, tomo partido sobre el cuerpo. Quería que se vieran las partes bajas de mi personaje porque hay una muestra del envejecimiento.
–El flaneur gay de La chatte a deux têtes podría ser considerado, citando al director Bruce Labruce, como un tipo de zombie urbano...
–No sé de qué está hablando, no podría opinar. Mi personaje en La chatte a deux têtes acaba de perder a su hijo de sida, está cercano a la muerte, y me inspiré en eso.
–Ese tránsito mecánico por el cine porno los asemeja a muertos vivos...
–Eso es por los códigos de los lugares de sexo. No es mejor ni peor que en otros lugares. Son imágenes relacionadas con el silencio, la vida y la muerte. Es ahí pero podría ocurrir en cualquier lado. Prefiero a ese tipo de gente que a un funcionario.
–¿Por qué un espectador le dijo que después de La chatte... sólo quedaba el suicidio?
–Yo no pienso más que en el suicidio.
– ¿Hacer cine no ayuda a cambiar el foco?
–El cine es un arte menor; la pintura es un verdadero arte que lleva 60 años de ventaja. Hay cosas mucho más importantes en la vida que hacer una película.
* Avant que j’oublie se exhibe el sábado a las 17.30 en el Hoyts 10; L’Arriere Pays, el domingo a las 19.30 en la Sala Leopoldo Lugones y La chatte a deux têtes, el domingo a las 22 también en la Lugones.
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