Miércoles, 19 de julio de 2006 | Hoy
LITERATURA › VICTOR HEREDIA PUBLICO SU SEGUNDA NOVELA
Su nuevo libro se llama Rincón del diablo y transcurre en un pueblo santafesino, donde tras una trama ficcional se plantea una reflexión sobre las reponsabilidades. Heredia lleva el tema hacia su experiencia en la militancia y sostiene que hay que rastrear las culpas “de la sociedad entera”.
Por Silvina Friera
Ese pueblo aislado, al norte de la provincia de Santa Fe, parece de verdad, pero Víctor Heredia lo inventó para poner en escena la historia de su segunda novela, Rincón del diablo (Norma). En ese lugar hubo un trágico duelo a cuchillo que dio origen a una leyenda, con cuerpos que desaparecen y fantasmas de aparecidos, y mucho miedo al mundo de los muertos más que al de los vivos, que por cierto no son muchos en ese caserío de apenas 600 habitantes. Un solitario peón de campo, Cipriano Airala, autodidacta de memoria prodigiosa y con un talento inigualable para narrar historias –todos los sábados a la noche en el boliche del prostíbulo–, se transforma en el informante elegido por el comisario Di Paola, que llega a ese rincón del mundo para investigar el crimen que disparó la “mala fama” de la zona. Pero las apariencias engañan, la “realidad” tiene pliegues más sutiles y un gran manipulador que la va manejando a su antojo, pero con la convicción de que es necesario vengar el asesinato de su padre.
Más cómodo y seguro tras su debut en el mundo de la literatura con Alguien aquí conmigo, Heredia cuenta en la entrevista con Página/12 que ya superó el pudor y la inhibición de partir al artista que todos conocen en dos mitades, que recién ahora se complementan sin molestarse: el cantautor y el escritor. Aunque a veces uno le quite tiempo al otro, el músico y el escritor parecen convivir en paz y armonía. “Creo que tomé una buena decisión y me siento muy feliz con lo que hago. La literatura me da un gran placer”, admite. “Lo que no puede explicarse es mejor no escribirlo, más vale sugerirlo. Escribir se parece a la pintura: hay cosas que no están pintadas y modifican un cuadro por la forma de plasmar la pincelada, de sugerir la distancia o el horizonte. En la literatura pasa lo mismo, uno no puede trasladar lo que sabe sino lo que percibe.”
–¿Por qué ese peón de campo, que hechiza con versiones orales de cuentos policiales a la gente del pueblo, termina siendo un gran manipulador?
–Los que utilizan el lenguaje y el conocimiento pueden manipular. El tema es para qué lo hacen. En este caso pareciera ser una buena obra, pero de cualquier manera él se duele mucho de esta manipulación, aunque es consciente de que no tiene otra forma, que no puede cruzarse a la vereda de enfrente y utilizar la fuerza bruta. Por eso elige el camino de la inteligencia, de la sagacidad, de la ironía.
–En la novela hay una reflexión sobre las responsabilidades: los que se incluyen en un “nosotros lo hicimos” y quienes se excluyen a través del “vos lo hiciste”. ¿Cómo se vinculan estas responsabilidades con la última dictadura militar?
–Lo que propone Cipriano, en referencia a su pequeño pueblo, es algo que nuestra generación tiene que plantearse. Algunos ya lo han hecho con mucha inteligencia y otros se han cerrado a la idea de que todo lo que hicimos está bien y que la culpa es de los otros. La culpa es nuestra, de una sociedad entera. El “hicimos” también tiene que ver con nuestra realidad, con la posibilidad de empezar a comprender que hay cierta culpabilidad en lo que sucedió y que tenemos que admitirlo. Esto no quiere decir llorar sobre los errores, sino asumirlos y tratar de entender que el enemigo estaba en ese momento en el mismo barco y en el mismo océano que nosotros. En definitiva, todos fuimos manipulados por alguna circunstancia, los que defendíamos algo que era cierto y valedero y los que se oponían desde sus propias verdades.
–¿Y en qué momento estaría la sociedad argentina respecto de la comprensión de su pasado inmediato?
–En principio se está poniendo sobre la mesa aquellas cuestiones que no fueron conversadas y debatidas. Los argentinos estamos en el período del “hiciste”, y es justo que esto suceda desde el punto de vista histórico, porque tenemos necesidad de visualizar a los culpables. Cuando lleguemos aprofundizar lo que nos está pasando a los argentinos desde hace 30 años vamos a empezar a comprender también cuántas cosas debemos analizar de nuestras propias acciones durante la dictadura. Pero estamos en el buen camino; lo primero que hay que hacer es señalar el barbarismo y después plantear cuánto de culpabilidad existe en nuestras políticas, que derramamos y sembramos en una generación entera.
–El hecho de que Airala sienta culpa por su juego de manipulación, ¿diluye la línea divisoria entre víctimas y victimarios?
–Sí, tanto la víctima como el victimario tienen una sociedad que está más allá de lo que ellos puedan llegar a decidir, y no hay manera de desembarazarse, porque pareciera ser que la rueda del destino plantea las cosas de esa manera. Hay una suerte de familiaridad entre víctima y victimario, que se conjuga en el momento del crimen. Esa familiaridad no los iguala, porque las razones por las cuales accionan son absolutamente distintas. La víctima en todo caso puede llegar a ser inocente de la reacción del victimario. Los iguala el hecho de que ninguno de los dos puede evadir ese destino. En definitiva, lo que propone Cipriano es una especie de tortura intelectual, pero el destino está por encima de él. Creo que toda novela tiene algo de tragedia porque está emparentada por los siglos de los siglos con los griegos.
–Hay en ese pueblo una preocupación por el mundo de los muertos, más que por el de los vivos. ¿Por qué piensa que la cultura occidental tiene tanto temor hacia la muerte?
–Quizá porque la muerte y su entorno han sido diseñados siempre desde la oscuridad y lo tenebroso en la cultura occidental. Además, el miedo del ser humano está en lo desconocido, en lo que no puede explicar, pero que inútilmente han tratado de explicar muchas religiones.
–¿La locura es un sesgo de la humanidad, como dice uno de los personajes?
–Hay psicosis (risas), estamos psicopateados por una serie de propuestas que tienen que ver con el sistema de mercado. Se nos inculca esa necesidad imperiosa de pertenecer a un determinado estrato de la sociedad desde la compra. Hay una psicosis gigantesca en el mundo y queda absolutamente clara cuando Estados Unidos se permite avasallar a un pueblo entero por el petróleo.
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