“Borges podía ser un muy buen narrador o muy buen poeta, pero no sabía escribir novelas”, dice Tomás Eloy Martínez.

–Más que no saber, parece que no quería escribir novelas, o no le interesaba.

–El creía que la novela era un género que, si se cultivaba, tendía al psicologismo, y como Borges desdeñaba el psicologismo, creía que la novela tenía que ser peripecia. Por eso le gustaba García Márquez, con la única observación que hizo de que a Cien años de soledad le sobran cincuenta años (risas). Borges es inmenso, pero creo que ha hecho mucho bien y mucho mal, como se decía del cardenal Richelieu, que tenía una inscripción en su tumba: “Aquí yace el cardenal Richelieu, que en vida hizo mucho bien y mucho mal. El mal que hizo, lo hizo bien, y el bien que hizo, lo hizo mal”. No se puede decir eso de Borges porque escribió obras maravillosas que nos han marcado a todos. No hay cuerda que trate de tocar en la guitarra que no haya sido tocada por Borges antes. Pasa como con el Quijote. No hay vuelta que le quieras dar a la novela que ya no la haya dado Cervantes.

En un viejo texto que publicó en PáginaI12, “Sombra terrible de Borges”, el autor de Santa Evita advertía hasta qué punto la influencia poderosísima de Borges, “muy valiosa en tantos sentidos, en la novela se ejerció de un modo negativo”. El escritor señala que “todo toque de sensibilidad o de sentimiento en la novela era un ataque de mal gusto, cosa que Borges creía sinceramente”.

–¿Cómo explica esa influencia negativa de Borges?

–El escribía admirablemente a espaldas de toda forma de sentimiento, aunque algunos poemas de Borges son profundamente sentimentales. Eso permitió cierta forma de sequedad en la literatura argentina de la misma manera que las novelas del nouveau roman introdujeron una cierta sequedad en la novela francesa. La sombra tremenda de Borges engendra en la literatura argentina una especie de manto de sequedad, que impidió durante un largo tiempo una comunicación fluida con el lector.