En la “primavera democrática”, tras la salida de la última dictadura cívico-militar argentina, el Clú del Claun presentó su primera obra, Superrutinas 78. De esa manera, inició un ciclo de crecimiento para un género que revolucionó el teatro argentino. El grupo fue fundado por Walter Barea (Batato), Cristina Martí (Petarda), Gabriel Chamé Buendia (Ramón), Hernán Gené (Pitucón), Daniel Miranda (Loreto) y Guillermo Angelelli (Cucumelo). “El Clú del Claun nació de una manera totalmente espontánea, respondiendo a la propia necesidad de los integrantes de entrenar ese nuevo lenguaje”, recuerda Angelelli desde Singapur, donde está dando clases en el ITI (Intercultural Theatre Institute). “Hacía parte del método Lecoq traído a la Argentina por Cristina Moreira en un momento en el que, en la escena nacional, la palabra tenía supremacía como portadora de un mensaje político en respuesta a la opresión ejercida durante los años de la dictadura militar.”

El grupo fue uno de los pioneros en construir al clown como un personaje irreverente y lúdico, aun en las adversidades. Por eso, para Angelelli, uno de los mayores aportes del Clú a las tablas nacionales fue “la clara falta de solemnidad y un espíritu iconoclasta que renovó la idea de cultura y de arte a través del humor, como parte de todo un movimiento y una estética que, en su heterogeneidad, albergaba a grupos como Las Gambas al Ajillo, La Organización Negra, La Pista 4, La Banda de la Risa, Los Melli, Las Hermanas Nervio y otros, en espacios como el Parakultural, Cemento, Centro Cultural Ricardo Rojas, Centro Cultural Recoleta, Ave Porco, Mediomundo Varieté”. Además, afirma, esta rebeldía artística les permitía expresar “el entusiasmo de reconocer nuestras imperfecciones y comunicarnos a través de ellas, desafiando el código social para encontrarnos de manera más íntima con un público deseoso también de un reconocimiento menos heroico y más humano”.