MALA COMUNICACION MEDICO-PACIENTE
¿Cómo dijo, doctor?
Por Esteban Magnani
Muchas veces se tiene la sensación de que una anécdota propia despierta la identificación de cualquier interlocutor y se llega a la conclusión de que el fenómeno se trata de algo común y difundido. Por eso, cuando algún estudio comprueba estadísticamente esa sensación, uno se tranquiliza al ver que las intuiciones eran ciertas. Eso ocurrirá probablemente a muchos al enterarse de que numerosos estudios que analizan la comunicación entre médicos y pacientes demuestran que el problema de los primeros para hacerse entender supera largamente el de una letra ilegible. El resultado es preocupante: diagnósticos equivocados, exámenes que no eran necesarios o pacientes intranquilos porque el médico utilizó la palabra “cáncer”, por ejemplo, con la misma liviandad con la que diría “acné”.
Así las cosas, quienes sienten que para sus galenos de cabecera son como autos en el mecánico, es decir que no se espera de ellos que digan ni entiendan mucho, pueden quedarse tranquilos porque su mal es compartido por convalecientes de todo el mundo y ya hay quienes están pensando mecanismos para que los médicos se hagan entender con el que se encuentra en el otro extremo del estetoscopio. De la misma manera que los policías ahora tienen que hacer cursillos de derechos humanos, los médicos del futuro deberán aprender algo sobre comunicación interpersonal.
Mala comunicacion, mala praxis
Un estudio de la Universidad de Rochester de EE.UU. demostró ya en 1984 que los médicos suelen interrumpir a los pacientes 18 segundos después de que éstos empezaron a hablar, mientras se preparan mentalmente para atender al siguiente, de la misma manera que Chaplin ajustaba tuercas en Tiempos modernos. También víctimas de un sistema que no quiere dejar segundos muertos, los hombres y mujeres de blanco apuran a cada paciente a la primera sospecha de una simple hipocondría y transmiten la ansiedad porque “pase el que sigue”. Para colmo el médico siempre ocupó un lugar de poder aceptado por ambos lados, por lo que el desinterés genera decepción y una sensación de desamparo que se paga: un estudio reciente realizado por psicólogos de la Universidad de Harvard (EE.UU.) explicaba que el comportamiento de los cirujanos que habían sido acusados de mala praxis solía ser más autoritario, lo que repercutía en la confianza que el paciente tenía en ellos aún más que en los resultados del tratamiento. Ante cualquier problema imprevisto había una mayor predisposición a culpar al cirujano de los problemas.
Pero el problema de comunicación trasciende largamente cuestiones psicológicas y simbólicas. Por ejemplo, un estudio de 1997 del Beth Israel Deaconess Medical Center de Boston (EE.UU.) explica que mientras que cerca de la mitad de los estadounidenses utiliza alguna forma de medicina alternativa, sólo un tercio de ellos se lo cuenta a su médico. El caso es particularmente extremo en los pacientes con cáncer: mientras que los médicos creían que sólo el 4 por ciento de sus pacientes estaba haciendo algún otro tratamiento, la encuesta demostró que el porcentaje en realidad llegaba a la mitad del total. Las consecuencias pueden ser graves: en muchos casos los tratamientos simultáneos se anulan, potencian o producen otros problemas al combinarse. Tras una investigación de la Universidad de California (EE.UU), se llegó a la conclusión de que en promedio sólo 15 por ciento de los pacientes comprende realmente lo que le indica su galeno y que los hombres tienden a no hacer preguntas mientras que las mujeres hacen un promedio de 6 por consulta aunque con resultados diversos, entre ellos seguramente cansar a aún más a su médico. Una serie de pruebas con pacientes hipertensos y diabéticos demostró que aquellos que lograban un buen diálogo en el consultorio obtenían mejores resultados en exámenes posteriores debido, claro, no sólo a la contención que les llegaba del otro lado del escritorio, sino también porque mejoraba la efectividad de la consulta.
Diga 33 preguntas
No todo es culpa de los médicos, que pierden la paciencia cada vez más rápido: ¿cuántas veces explicar qué es el asma? ¿Otra vez hipotiroidismo? ¿Cómo evitar distraerse al repetir una y otra vez lo mismo? O peor aún, ¿cómo comprender el sufrimiento del paciente futbolista número 35 que sufre una fractura? Para un médico una rotura de ligamentos puede parecer trivial al lado de otros casos, pero para quien la sufre puede ser fuente de infinitas ansiedades. Por otro lado, es cierto, la salud propia resulta un tema apasionante para mucha gente que hablaría por horas si se le permitiera hacerlo.
¿Cómo resolver el problema? Entre las soluciones posibles se propone una suerte de sistematización de las relaciones médico-paciente, como está haciendo la American Medical Association y la American Public Health Association de los Estados Unidos (www.AskMe3.org). Por medio de una campaña de comunicación, se intenta imponer una receta con tres preguntas básicas que cubran la brecha entre las partes: ¿Cuál es mi problema principal? ¿Qué tengo que hacer? ¿Por qué es importante hacer eso? Allí también se recomienda llevar una listita con las dudas que se tengan o llevar un familiar a la consulta. Por otra parte se está incluyendo en diversos cursos y carreras relacionadas con la salud alguna materia que permita transformar la comunicación con el paciente en parte del tratamiento mismo.
La mejoría de la relación médico-paciente llevará un largo tiempo, pero su recuperación será celebrada, seguramente, con una buena charla de café que, por supuesto, estará rigurosamente descafeinado.