Viernes, 6 de mayo de 2016 | Hoy
RITUALES
De la fiesta dionísiaca a los encuentros clandestinos, de la celebración de una cosecha exitosa a la danza de la lluvia, los rituales de reunión se suceden con colores y olores diversos pero la misma furia por canalizar los demonios y festejar el roce de los cuerpos. En esa sintonía es que Las12 cumple la mayoría de edad y quiere tirar la casa por la ventana este sábado en Niceto, invitando a todos y a todas al calor de un encuentro que además de agitar las banderas de la alegría sea un grito colectivo de rabia por el embate de un gobierno que quiere privatizar nuestras emociones hasta volverlas productos de supermercado. Porque en la resistencia también se puede ser feliz y porque 18 años no se cumplen todos los días, queremos hacer de esta fiesta un ruido que nos ayude a sublimar la pena y nos empuje a seguir adelante, más fuertes, unidxs, hermosxs y empoderadxs.
Por Flor Monfort
Cuenta la leyenda sobre la relación entre el placer y el vino que las hetairas de la Grecia clásica no eran las prostitutas que la historia quiso canonizar sino mujeres independientes que no se casaban, recibían educación formal y la pasaban bien entre ellas, ya sea al compás de las orgías dionisíacas que las enredaba como al ritmo de las copas que empinaban solas. Ni extranjeras ni esclavas, las hetairas hacían de intermediarias entre otras mujeres que ofrecían sus servicios sexuales y varones pero ellas mismas concebían el encuentro como una forma de goce del que no querían privarse. Perdidas en los pliegues de un relato que las quiso siempre ocultar, estas griegas no eran sumisas ni esclavas sino fiesteras y hedonistas, capaces de desfallecer en la orgía que celebraba al dios del falo y también de cultivar la paciencia necesaria para recoger la cosecha de los viñedos, esa que necesita velocidad y manos precisas para separar la uva de la parra y de allí sacar su jugo para la bebida. Y de celebrar que la cosecha sea exitosa y plantar bandera en cada territorio donde la tribu se expandiera también fueron responsables las mujeres, desde las egipcias a las tebas, de las mayas a las judías del matzá pero siempre invisibles porque la fiesta era de los hombres y su sentido uno que se reforzaba en las raíces del patriarcado: la fiesta como descarga, como descoque y como canalización de una energía guerrera en los aztecas, los asirios y los persas que visten los manuales, como ritual de pertenencia y como despliegue de una cultura. La fiesta como actividad usual de una manada que quiere danzar junta con el tiempo se va significando como respuesta política, ya sea por clandestina o secreta, esa en que la música son susurros y los pies están descalzos para evitar la razzia, las que empiezan a urdir una nueva trama en los subsuelos del anarquismo, la primera lucha obrera o los encuentros feministas que alrededor de la figura de Hermila Galindo se hicieron célebres en México: casi como en una lectura contemporánea, las chicas pasaban al frente a leer sus manifiestos, vestidas como Tonatiuhtéotl, el dios del sol que todo lo ilumina, y terminaban bailando desnudas hasta el amanecer. Y bailar no es solo seguir la música cuando de crear una narrativa revolucionaria se trata, sino menear el cuerpo en un grupo que se abraza a coro, como está pasando en las fiestas “Dilma”, que se suceden en distintos domicilios privados de Río de Janeiro y que intentan frenar a través de la energía del abrazo lo que en la realidad es una piña en la cara: el intento de destitución de una presidenta democrática y populista en nombre de las fuerzas armadas, dios y alguna que otra virgen santa, como se escuchó en el vergonzoso impeachment contra Rousseff el pasado 17 de abril. O la movida “Amor Si Macri No” que el año pasado surgió como respuesta al avance de Macri en la primera vuelta electoral de octubre y resultó en un trending topic inmediato que cosechó decenas de asistentes y oleadas de afecto militante, en un encuentro espontáneo en Parque Centenario y otras acciones concretas que siguieron al triunfo del empresario como presidente del país pero sobre todo una construcción que pone a los afectos en primer plano y propone mezclarlos con las resistencias políticas para cristalizar un destino posible que visibilice las alianzas entre cerebro y corazón cuando de acción política se trata.
Efectivxs y mecanizadxs
El significado de la fiesta empieza a deformarse cuando un encuentro colectivo deviene en una trampa mortal. Cinco jóvenes murieron en la madrugada del sábado 16 de abril en la fiesta Time Warp por consumir una potente variante del éxtasis que detonó en sus cuerpos asfixiados por un lugar abarrotado y una forma de tortura que es privar de agua potable a un tipo de encuentro que la necesita. Rápidamente fue condenada la cultura de la fiesta electrónica, demonizados sus integrantes y rituales, y como siempre ocurre en estos casos, puesta en sospecha el grupo más perseguido por el ojo conservador: lxs jóvenes. Estos con la suerte de pertenecer al grupo de “normales” que excluye a los pobres, según palabras de la vicepresidenta Gabriela Michetti pero igual de reprobados en sus hábitos, gustos, deseos y costumbres. Rápidamente y a tono con el gobierno neo liberal de Macri, Rodríguez Larreta decidió ordenar la suspensión de las fiestas electrónicas en la ciudad de Buenos Aires hasta tanto no haya una ley que regule los eventos de este tipo. La decisión de Rodríguez Larreta suena extraña cuando él mismo se encontraba fuera del país en la Time Warp, jamás apareció para contener la
conmoción que siguió a las muertes (y a los chicos y chicas que siguen internadxs) e informar sobre los pormenores del caso, que intentó reducirse a la responsabilidad individual de un grupo de empresarios inescrupulosos y no también a un evento masivo y anunciado en un predio de alto tránsito de la ciudad. Pocos días después de esta prohibición, el juez en lo Contencioso, Administrativo y Tributario porteño Roberto Gallardo lanzó una prohibición que sigue rebotando en los oídos como los beats de una consola para “toda actividad comercial de baile con música en vivo o música grabada que se suceda en la Capital Federal”. Si bien la medida fue rechazada por el Gobierno de Larreta, Gallardo dijo que no abandonará la cruzada hasta tanto se garanticen las medidas de control e inspección adecuadas mediante un protocolo que vuelva mecánico algo que en la realidad es más complejo de controlar, por laxo, por flexible, por impredecible y porque el control de calidad no es de tipo mercantil sino humano. El goce y el sentimiento de pertenencia que resultan de la fiesta, su sentido lúdico y profundo de vibración y sonoridad se excluyen de cualquier análisis que siguen a esas muertes, como lo hicieron luego de la tragedia de Cromañón en diciembre de 2004. Y las políticas de cuidado que deberían difundirse para garantizar la diversión sin muertes están lejos de cualquier slogan político.
De pobres y “anormales”
Para la socióloga Malvina Silba, investigadora del Conicet y docente del Departamento de Sociología de la Facultad de Humanidades de la Universidad Nacional de Mar del Plata que viene trabajando hace más de diez años el vínculo entre la música popular, la juventud y las diferencias de género en contextos de pobreza, trabajar con mujeres y varones pobres no implica transferir esos condicionamientos a todos los ámbitos de sus vidas y, mucho menos, creer que la experiencia de la pobreza implica únicamente la puesta en escena del dolor, la desesperanza, la injusticia o la desolación frente a lo que no se puede cambiar. “Por el contrario, el primer aporte de nuestro trabajo gira en torno a la alegría, la diversión y el placer de estas mujeres y varones jóvenes, dimensión poco atendida dentro de los estudios sobre juventud, género y pobreza” dice y adelanta lo que será parte de su próximo trabajo en desarrollo junto a Carolina Spataro “Did cumbia villera bother us?: Criticism of the academic common sense about the links between women and music” en Vila, Pablo Music, Dance, Affect and Emotions in Latin America. “En los bailes (…) se practicaba un paso de baile específico: el meneaíto. El mismo se constituía en un ritual netamente femenino, de celebración del placer y la agencia de las mujeres, emulaba el acto sexual y les permitía a las mujeres ocupar la posición de arriba, moviéndose al ritmo de la música y obteniendo placer para sí misma al tiempo que se lo daban al varón en cuestión” como dice en un pasaje donde recupera el valor de una práctica sospechada de sexista en un contexto que irrumpió de un modo revolucionario. “Un análisis que concluya que dichas letras son denigrantes y sexistas clausura la posibilidad de interpretar la riqueza subyacente a estas poéticas, ya que otras formas posibles y complementarias de leerlas hablan del protagonismo permanente de las mujeres, de una sexualidad activa y de la capacidad de acción de éstas”.
Por eso, aquello de que lxs jóvenes, asociados a la categoría de personas, tienen excesos, y los pobres, subsumidos a la categoría de bestias o subpersonas, mueren por el flagelo de la droga, no hace más que subrayar la necesidad de reapropiarse de la fiesta, de volverla horizontal y capaz de atravesar el espacio público en todas sus dimensiones: la previa, el kiosco, la plaza, la vereda, el boliche, y de no permitir que el deseo y modos propios de festejar sean apropiados por otros con sus globos de colores y bailes espásticos.
Que siga el baile.
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