Viernes, 18 de junio de 2004 | Hoy
DíA DEL PADRE
Que el embarazo adolescente sólo ingrese en las estadísticas oficiales de mano de las madres dice y calla a la vez. Si lo dicho afirma que el nacimiento de esos bebés inaugura maternidades, lo silenciado pasa por alto que tras esos mismos nacimientos también hay varones adolescentes convertidos en padres. De expectativas y deseos que todavía no son de adultos, presiones para acomodarse a los roles tradicionales y paternidades ejercidas de maneras insospechadas hablan algunos de ellos en esta nota.
María Abril vuela por encima de José Agustín en los brazos
de José Agustín. Ella mira atenta el mundo que la rodea, que la
sorprende, no sabe que es un mundo distinto porque es su mundo, pero se sorprende,
mira y se consagra en una risa poseída cuando entre la piel de su papá
y la de ella hay un imán de besos. María Abril tiene dos meses
y su papá 17 años. “Prefiero estar con la nena que estar
con mis amigos y pienso más en ella que en la joda”, dice José
Agustín Vergara con una corrección paternal que no parece heredada.
“Antes no era así”, explica, y se ríe con una timidez
que lo deja seco de palabras y reaviva sus expresiones, la picardía de
su silencio y el amor latente en sus caricias. José ya es papá
y falta apenas un mes para que sea tío. Su hermano, Emilio, de veinte
años, está esperando otra nena. “No puede ser, éste
se me adelanto re-mal”, se queja con una sonrisa a la salida del EMEM
Número 4, del Distrito Escolar 21 de Villa Lugano, donde cursa cuarto
año de noche y es normal que papás y mamás recorran los
pasillos con carritos, mamaderas y cuadernos. Son las nueve de la noche y Emilio,
que trabaja durante el día en un taller de electricidad, está
cansado. “Ayer no me pude dormir. Me quedé abrazando a mi novia
mirando el moisés”, dice. Él y Fabián Sosa comparten
la pasión por “Vecinos molestos” y “Vísperas
sicilianas”, dos grupos del barrio (además de “Intoxicados”)
de los que son seguidores. Los dos se saludan con gracia. “Che, el domingo
es nuestro día”, le anuncia, en broma y en serio, Fabián
a su amigo. Él tiene diecinueve y un hijo, Facundo, de nueve meses, pero
se siente lejos de los modelos publicitarios regálele-unaafeitadora-este-domingo
que enmarcan los festejos del tercer domingo de junio.
“Todavía no caigo que soy padre, no hago todas las cosas de un
padre”, afirma Fabián, que no vive con la mamá de su hijo
pero que tiene como sueño llevarlo a ver recitales a Facundo. Emilio
subraya: “Hay que ser responsable”. Y lo dice con chapa de orgullo.
Él sí vive con su novia –en la misma casa que su mamá,
su papá, José, su novia y María Abril– y también
(en la edad en que todavía la vida es para salir) lo primero que piensa
como papá es en las salidas, pero con su hija. “Yo la voy a acompañar
a los boliches. Le vamos a decir a la mamá que salimos a tomar un helado
y nos vamos a ir a bailar juntos y si la veo que anda con un chico que me parece
buen pibe, todo bien, pero si es decente, no voy a querer para ella lo peor...”,
aclara, aunque la especulación adelanta veinte años, la de un
futuro en que su hija tendrá veinte y él recién cuarenta.
“Todavía no nació y ya la estás cuidando”,
lo ataja Leonardo Arce, que tiene 18 años y también se sorprendió
con el embarazo de su novia, Lorena, que ya está de siete meses. Recita
sin vacilar: “Si me mandé la cagada me tengo que hacer cargo”.
Leonardo no sabe el sexo de su hijo porque no se dejó ver en las ecografías,
que, de todos modos, él no puede mirar porque de día trabaja en
el Mercado Central y a la noche cursa segundo año.
Los papás adolescentes no son un club de iguales. Sin embargo, en el
imaginario colectivo están invisibilizados o equiparados en dos arcos:
“los que se borran” o “los que se hacen cargo”. Casi
nunca se los ve como adolescentes que también sufren o como papás
que también disfrutan. Las mayores presiones sociales –incluso
de sus novias o de sus familias– son para que cumplan con el estereotipo
masculino de varón proveedor y “consigan para los pañales”.
“Muchos chicos que se borran lo hacen fomentados por sus propios padres
que les dicen ‘¿Cómo sabes que el chico es tuyo?’
y los presionan para que rechacen al bebé que, por otra parte, ellos
no pueden mantener por sus propios medios. Mientras que cuando los padres los
apoyan, en general, los someten a una gran dependencia y semeten mucho en su
vida y la crianza de su hijo”, explica el médico Gustavo Girard,
autor del libro El adolescente varón (Ed. Lumen) y consultor de adolescencia
en el Programa de Salud Sexual y Procreación Responsable del Ministerio
de Salud. “Hay chicos que te conmueven de la alegría que expresan
de tener un bebé y hay otros que son muy irresponsables, pero es cierto
que los chicos son más difíciles de explorar que las chicas, son
más herméticos, a ellos les cuesta mucho contar lo que les pasa
con la paternidad” describe Norma Colombatto, directora de la EMEM Número
4, un colegio que participa del proyecto de Retención Escolar de Alumnas/os
Madres/ Padres y Embarazadas de Escuelas Medias de la Secretaria de Educación
del Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires. Girard acota: “En estos años
cambió más el paradigma asignado a las mujeres que el paradigma
asignado a los varones, aun cuando sean jóvenes”. Sin duda, los
chicos papás son el otro eslabón de un fenómeno –el
de los embarazos adolescentes– que crece en un país en el que muchos
no tienen educación sexual, muchos menos acceso real a preservativos
y/o anticonceptivos y otros se aferran al deseo de tener un hijo, por deseos
genuinos o imposibilidad de desear otra cosa. “Observamos que los varones
que están en situación de calle no buscan deliberadamente ser
papás, pero sí utilizan esta condición como un indicador
de jerarquía –apunta María Elena Naddeo, presidenta del
Consejo de los Derechos de Niños, Niñas y Adolescentes del gobierno
porteño–, por eso la sociedad tiene que cuidarse de no alentar
la paternidad adolescente por no ofrecer proyectos alternativos para los jóvenes”.
En abril del 2001, el Ministerio de Desarrollo Social de la Nación advirtió:
“La incidencia del embarazo adolescente es relativamente alta en relación
con el nivel general de fecundidad de nuestro país, puesto que uno de
cada seis niños que nace por año en la Argentina tiene por madre
a una adolescente”.
Agustín, Emilio, Fabián y Leonardo son sólo cuatro ejemplos
que reflejan cómo la paternidad adolescente se hace notar en recreos
donde se habla de sexo, mamaderas y rock & roll. Sin embargo, ellos no forman
parte de ninguna estadística, aunque en el país sí se lleva
registro de la maternidad adolescente –que, se supone, generalmente tiene
como protagonistas a mamás con compañeros de su edad, aunque esto
no siempre sea así–. No registrarlos es, también, una forma
de negarlos.
Desprotegidos y protectores
El 70% de los jóvenes varones que debutaron sexualmente entre 1980 y
1985 no usaron ningún tipo de protección. La cifra se achicó
en el tiempo: el 40% de los que tuvieron sus primeras relaciones entre 1986
y 1991 no se cuidaron. Entre 1992 y 1999 el 15% de los que se iniciaron sexualmente
no utilizaron anticonceptivos ni preservativos, según un estudio del
Cenep. Estas cifras reflejan un cierto progreso en la conciencia de los adolescentes
varones sobre la necesidad de cuidarse. Sin embargo, todavía no están
visualizados los efectos de la crisis del 2001 –que tuvo consecuencias
educativas, económicas y de falta de expectativas en los jóvenes–
y, además, en muchos casos, los chicos se cuidan la primera vez pero
no todas las veces. En la sección adolescencia del Hospital Rivadavia
de la Ciudad de Buenos Aires, detectaron –en un trabajo sobre 500 chicos
presentado en el 2002– que el 70% de los varones se inicia con preservativo
pero sólo el 63% se lo sigue poniendo cada vez que vuelve a hacer el
amor.
“Teníamos 17 años y no nos cuidamos, la primera vez sí,
pero después ya la conocía y era mejor no cuidarse”, reconoce
Saúl Daniel Lento que ahora tiene 20 años, un hijo –Iván–
de dos, y todavía conserva ese poder de relato de la adolescencia.
–Entré a la escuela media hora tarde, fahhhhhh, ese día
me mató, ese día fue la iniciación de todo. La vi así
nomás con la pollerita deluniforme y me pegó el flechazo, quedé
tonto. Empecé a preguntar quién era esa piba. Como yo era el gato
de la escuela tenía que tenerla. Me animé, le golpeé el
hombro, le dije que me gustaba y le pregunté si podíamos salir.
La llamé por teléfono. “¿Qué Saúl?”,
me preguntó. “Lento”, mirá yo el apellido que tengo
también. Y estuvimos tres horas y media hablando... Mi mamá me
quería matar. ¿Sabes cuánto me gasté con ella hablando
por teléfono? Después me dijo que sí, que aceptaba salir
conmigo. Cuando la vi le di un beso. Ahí me volví loco. Desde
el primer momento que la besé me enamoré. ¿Viste cuando
te pasa eso?
Saúl habla del amor y del sexo como un huracán sin reposo para
pensar en causas y consecuencias, como si la protección no pudiera entrar
en los malabares de las caricias. Él muestra esta dualidad en el imaginario
de muchos adolescentes: amor versus protección. “Se hizo el Evatest
y dije ‘Nooooooooooooo’. Soy pendejo. ¿Qué hago? ¿Cómo
hago? ¿Cómo hago para ser padre, para ser buen padre?, si no tengo
nada para darle algo. ¿Cómo hago para decirles a mis viejos?”.
Graciela Rosso, médica y Secretaria de Programas Sanitarios del Ministerio
de Salud de la Nación subraya: “En realidad se responsabiliza a
los adolescentes por los embarazos no deseados, pero los adultos también
somos responsables de los embarazos adolescentes, porque deberíamos prevenir
estas situaciones y ayudarlos a que ellos tengan acceso a educación y
anticonceptivos para prevenirse”.
“Yo terminé el colegio, pero ella no, por el nene”, cuenta
Saúl que después de cuatro años de noviazgo se separó,
a su pesar, de Romina, la mamá de su hijo. “Después del
primer cumpleaños del nene empezaron los problemas para que yo lleve
plata, todo en la Argentina de hoy se basa en la plata.”
–¿Te cambió mucho la vida tener un hijo tan joven?
–Sí, un montón. Antes no tenía responsabilidades
de nada, toda la vida era joda, joda, joda. Ahora lo ves desde otro punto de
vista, lo único que te importa es él y nada más que él.
Lo más importante que tengo es Iván.
–Hay muchos chicos que se borran
–Se te pasa por la cabeza. ¿Qué hago con esto? ¿Cómo
salgo del pozo? Pero cuando lo ves que está ahí... no pensás
en nada más.
Sin clases
Las diferencias de clase social se meten en la cama de los jóvenes. Según
un trabajo del Cenep, sólo 5 de cada 100 varones de entre 20 y 29 años
con algún nivel de educación superior son padres y, en cambio,
32 de cada 100 jóvenes que no completaron el secundario ya tienen, al
menos, un hijo. En relación a las mujeres (las únicas investigadas
por los datos del Indec), el 60% de las chicas que en el 2000 fueron madres
adolescentes no terminaron la primaria. Además, mientras que en la Capital
Federal el 6,5% de las mamás son adolescentes en el Chaco el 25% de las
madres tienen menos de 20 años. Sin embargo, los únicos papás
adolescentes no son los que no tienen medios para enterarse. “Se nos rompió
el preservativo y no teníamos nada de conocimiento, si siquiera conocíamos
la pastilla del día después, ni nada, en los colegios tendría
que haber charlas desde primer año y todas las semanas. Nosotros recién
en el quinto mes de embarazo les contamos la verdad a nuestros padres y, hasta
ese momento, no nos habíamos hecho ni un control ni sabíamos,
por ejemplo, que no se pueden tomar remedios durante el embarazo”, describe
Nico Fernández de Ortiz Rosas, que estaba en quinto año de un
colegio privado de Palermo Chico cuando descubrieron con su novia, Delfina,
que antes del viaje de egresados les iba a llegar un hijo.
–Papi, ¿me ponés este reloj? –interrumpe ahora Valentina
que ya tiene 4 años y arma un dominó de princesas con Nico, que
a los 18 empezó aaprender a ser papá, y ya aprendió que
el tiempo ya no es propio y hay que hablar jugando a la vez y vivir, cuidando
a la vez.
Hoy Nico tiene 22 y una historia singular porque, por posibilidades y decisión,
las familias de él y de Delfina ayudaron para que Valentina no se convierta
en una barrera que corte sus vidas. Nico siguió estudiando diseño
gráfico y tocando en la banda de hardcore melódico “Fuck
face” –con la que sacó un disco por la discográfica
independiente Patea Records– y Delfina estudió decoración.
Ellos siguieron juntos, pero cada uno viviendo en la casa de sus padres (a dos
cuadras de distancia). “Está mal que te obliguen a casarte porque
sos chico. Yo estoy perfecto con Delfina, pero tener un hijo no te obliga a
casarte. Nosotros siempre dijimos que íbamos a seguir viviendo con nuestros
viejos. Por suerte, nunca tuvimos presiones y ellos nos apoyaron en todo.”
–Papi, te toca –insiste la princesa que quiere mover sus fichas.
–Ahora sí me quiero casar e irme a vivir con ellas dos, pero ya
estoy laburando y puedo pensar en hacerlo.
–Quiero hacer limonada –pide Valenchu.
–Ahora no.
–Quiero.
–No –retruca Nico, porque él es el papá y serlo también
es marcar los tiempos.
De menor a mayor
“Para que haya una maternidad y paternidad responsables, la sociedad y
la familia tienen que tener una actitud comprensiva –afirma Graciela Rosso,
virtual viceministra de Salud–. Puede haber un papá y una mamá
sin que se forme una pareja. A veces, la presión para que los chicos
se casen aleja a los varones de su paternidad. Y como los chicos no viven el
embarazo en su propio cuerpo necesitan estar cerca del bebé para compenetrarse
en su nuevo rol.”
“Al parto llegué temblando”, cuenta Nico. “Sufrí
como un hijo de puta, estaba muerto de miedo. Cuando vi la cabeza de Valentina
no pude mirar mas”, dice ahora que ya sabe bañar a una bebé,
cambiar pañales y esperar en el consultorio del pediatra. “A veces
en la calle te preguntan si es tu hermanita o te dicen ‘qué joven
que sos’, pero yo ya lo tengo re-asumido. Y Valentina me hace caso sin
que yo le levante la voz. Sabe perfectamente que soy el padre.” Con Valentina
tiene una promesa pendiente: ir al zoológico a ver peces. Los suyos son
tiempos de padre, pero también tiempos de adolescente. “Por tener
una hija no tengo que dejar de salir con mis amigos, a veces ella viene con
nosotros y vamos a ver muestras a museos y a veces salgo solo”, cuenta
Nico en una habitación repleta de Nemos, Piñón Fijo, libros
de diseño y discos.
A Saúl, para que lo dejaran salir su hermana tuvo que ir a buscarlo al
colegio el día que nació su hijo. Demasiado chico, demasiado grande.
En vez de caminar por los pasillos de la clínica recorría las
baldosas por las que aprendió cuentas e historia y seguramente le faltó
aprender de su propio cuerpo, de los deseos que también pueden cuidarse,
y caminó de nervios hasta que una mayor de edad –su hermana–
le firmó la autorización para retirarse del establecimiento “por
parto”.
–Parecía tan frágil, tan chiquito, no sabía qué
hacer, después aprendí que hay que agarrarle la cabecita, cómo
hacerle upa –detalla–, es un amor tan grande que no podés
expresarte con palabras, el corazón parece que se te agranda y empieza
a palpitar, todo es hermoso, es lo mejor.
Saúl tiene un tatuaje en la espalda por el que se trepa Iván.
Los dos están aprendiendo a crecer.
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