Castigos habituales para visitas
Mujeres carceleras es un trabajo de Eva Giberti sobre visitas de familiares a presos políticos desde 1983 a 1986. Allí describe lo arbitrario de los modos de ejercicio de poder en el interior de la institución penitenciaria, basado en el cumplimiento de órdenes y reglamentos jamás exhibidos; respondiendo a una “obediencia debida”, aun durante la democracia. Aquí algunos fragmentos de su descripción de una requisa que lamentablemente siguen estando vigentes.
“La historia comienza en los plantones que debíamos hacer en la calle esperando ser atendidas primero, ingresar a la cárcel después. Habitualmente se cambiaban las directivas con respecto de las ‘colas’: si durante algunos días nos habíamos encolumnado frente a la ventanilla de la derecha, seguramente habría un cambio y la empleada correspondiente estaría en la ventanilla izquierda. Colocarse en la fila prevista por la costumbre arriesgaba tener que repetir la espera (¿razones de seguridad?). La clave residía en la lentitud del procedimiento y en sus interferencias. (...)La revisión de alimentos. Se efectuaba sobre una mesa larga, más alta que cualquier mesa y sumida en ostensible suciedad. Para escarbar la comida se utilizan cuchillos que las empleadas se pasan de mano en mano limpiándolos a veces con algún papel que encuentran entre los envoltorios de los alimentos; o sin mediar limpieza alguna cortan alternativamente un bizcochuelo, una tortilla o revuelven un dulce. Desde su pertenencia al Género Mujer no ignoran los efectos de tal promiscuidad como tampoco desconocen lo que significa llegar con un bizcochuelo sobreviviendo un largo viaje, protegiéndolo para no dañarlo y después de haberlo cocinado para ‘su’ preso, que es lo que hace una mujer para su familiar. Cuando revisa sabe que lo que está cortando no es solamente una comida sino un proceso amoroso iniciado el día anterior y cuyo final será la entrega en propias manos del interno para aliviarlo de la comida carcelaria. Frente a ese saber, ella tajea prolijamente la torta hasta descompaginarla sin necesidad (...).”
“La requisa corporal. Aparecen nuevas formas de sadismo. En ella se escarbaba y manoseaba el cuerpo de otra mujer, en lugar de la comida. Para ambas revisiones, la mirada de estas empleadas jugaba un papel voyeurista e intimidatorio, lo mismo que las voces con que ordenaban: “Desabróchese”. Había que desprenderse la blusa y mostrar el corpiño que era cuidadosamente palpado. Dejo constancia de las escenas que se suscitaban cuando alguna mujer aparecía con una amputación de mama que la obligaba a usar prótesis: debía entrar a la visita sin ella. Luego era necesario abrir las piernas mientras la requisa pasaba la mano entre ellas a nivel vulvar sobre la ropa interior (durante la dictadura se hacía penetración manual). En caso de advertir algodón o paño menstrual la visita estaba obligada a extraerlo y abrirlo exhibiendo la sangre y el grosor del mismo, después volvérselo a colocar como se pudiera (...).”