Viernes, 3 de septiembre de 2004 | Hoy
ENTREVISTA
En el cenit de su carrera como actriz de televisión en la que ha desplegado belleza, fotogenia y talento, Julieta Díaz eligió trabajar en teatro con la exquisita narradora Ana María Bovo, integrar una cooperativa y figurar por abecedario entre seis actrices en el afiche. Todo por encarnar a la inconformista Emma Bovary en una puesta memorable.
Por Moira Soto
Linda como un sol (de fin
de semana) de primavera, actriz admirable que conjuga intuición, formación
y mucho laburo de preparación de sus personajes, Julieta Díaz
resplandece actualmente sobre el escenario del Centro Cultural de la Cooperación
en Emma Bovary, con dramaturgia y dirección de Ana María Bovo,
diseño de espacio escénico y puesta de Bovo y Gonzalo Cordova
y vestuario de Sofía Di Nunzio. Paralelamente, Díaz –después
de sorprender con niñas consentidas, policías duritas y gitanas
seductoras– brinda semanalmente una actuación delicadamente conmovedora
en Locas de amor (Canal 13, los martes a las 23.30).
Dice Ana María Bovo que la elección de Julieta para actuar en
Emma Bovary “tuvo un componente de azar y uno de deliberación”.
Porque todo empezó cuando Díaz, de largo y con dos rodetitos en
el pelo, le dijo a la narradora y ahora directora, que quería trabajar
bajo su conducción. Ana se quedó pensando en un rol posible y
una noche se despertó con la respuesta: “Julieta es Madame Bovary”.
Después de que la actriz leyó la novela de Flaubert, Bovo le pidió
que eligiera los doce momentos que más la habían impactado: “Ella
me los trajo y hubo cosas de su trabajo apasionado como lectora que tomé
en cuenta”.
Julieta Díaz fue entonces la primera convocada para Emma Bovary por Ana
María Bovo, quien entonces empezó a pensar “en un coro de
mujeres que tuviesen un tipo físico diferente, diversas edades, que se
armara una polifonía de voces bastante irregular que a la vez funcionara
en un punto como una sola voz. Seleccioné a dos narradoras que habían
estado en una puesta anterior: Marta Guma y Gabriela Osman. Angela Ragno fue
alumna mía en un seminario cuando yo ya estaba haciendo este casting
silencioso. Pensé en Julia Calvo porque era un desafío descubrir
con ella la técnica de narración en escena. Después tomé
por audición a Sandra Guadalupe y Luciana Mastromauro, dos actrices muy
interesantes”.
Ana María Bovo revela gestos de Julieta Díaz (que la actriz se
guarda de mencionar en la entrevista que sigue): “Desde que empezamos a
hablar, Julieta, que estaba protagonizando Soy gitano, me aclaró que
no me tenía que sentir en la obligación de que ella encabezara.
No quería que su nombre figurara en mayor tamaño que ninguno de
los otros. Esa actitud de ella me generó una tranquilidad enorme, me
impresionó ese afán de Julieta de estar en una cooperativa, de
democratizar el trabajo. Me facilitó mucho la tarea porque a mí
nunca se me habría ocurrido llamar a una estrella de la tele. Fue su
absoluta confianza, el proyecto que ella tiene para sí como actriz de
teatro lo que me alentó a este emprendimiento. Aparte, claro, de su conducta
profesional, de una extrema disciplina. Ella es hija de un actor de teatro independiente,
Ricardo Díaz Mourelle, criada en una tradición que no es la que
habitualmente tienen otras figuras de la tele, un lugar que puede confundir
mucho”.
Desde una mesa de un bar,
de hispánicos rojo y amarillo, Julieta Díaz, muy apretada de tiempos,
pero gentil y destilando fervor al hablar de su oficio, combina su almuerzo
de un par de empanadas con la conversación con Las12.
–¿Estás en un momento de culminación, de plenitud,
tal como podría deducirse de tu rendimiento en Locas de amor, en la tele,
y Emma Bovary en el teatro?
–La verdad es que me siento muy afortunada de estar trabajando con Ana
María y mis compañeras en el teatro, con el elenco y el equipo
de la tele. Sí, me siento una favorecida: miro hacia atrás, cuando
empezaba a estudiar, a actuar siendo una adolescente y no puedo menos que experimentar
mucho placer y agradecimiento. Siempre tuve un ideal en la cabeza de lo que
para mí era hacer teatro, y creo que Emma Bovary llena todas mis expectativas,
es como cumplir el sueño del pibe. La manera de trabajar de Ana es tan
minuciosa, tan sutil, tan llena de matices, con un mundo interior tan rico que
me produce una profunda admiración. Poder trabajar con ella, tenerla
de maestra, de directora, compañera es un disfrute total. Siento que
estoy aprendiendo un montón.
–¿Ya conocías la novela de Flaubert cuando ella te ofreció
hacer esta pieza?
–No, conocí este texto gracias a ella. Me enamoré de Madame
Bovary, del personaje. En la mitad de la novela la llamé a Ana por teléfono
y le dije ¡sí, sí, sí! Y acá estamos. A partir
del comienzo del trabajo, pude comprobar lo generosa que es ella al dirigir,
al juntar este elenco de actrices y narradoras de distinta formación
y experiencia.
–Una actitud muy abierta y desprejuiciada de su parte.
–Claro, cosa que me alegra mucho, que para mí fue muy bueno. Porque
yo siento que hay mucho prejuicio con el tema de lo mediático, de la
tele. Gente incluso que no lo hace por maldad, pero desvaloriza el hecho de
que estés en televisión, se maneja con encasillamientos, quizás
alguna vez a mí también me pasó. Yo, personalmente, me
siento una actriz, así a secas. Ni exclusiva de la tele, ni del teatro
o del cine, sin dejar de reconocer las diferencias entre estos medios de expresión.
Estoy abierta a todo, si me convence la propuesta: a leer poesía, hacer
un radioteatro. Reconozco que tuve la suerte de entrar por la puerta grande
en la televisión, con buenos personajes, con buena repercusión.
–Vos ya tenías algunas experiencias teatrales previas, más
acotadas.
–Había hecho Teatro x la Identidad, en el 2003, en la época
de 099 en TV: una pieza de Marta Betoldi que dirigió Luis Luque. Un personaje
chico, con Manuel Gil Navarro y un gran elenco. Este año no me convocaron
para estar en las obras de teatro propiamente dichas, sino para lo que se llama
Espacio Abierto, en el que los actores realizan lecturas sobre textos referidos
a la identidad. Yo había escrito algo sobre mi abuela en un bache entre
2003 y 2004. Sólo se lo leí a mi familia, que cuando se enteró
de que yo estaba por participar en ese espacio, sugirió que leyera ese
texto que hablaba de mis vivencias con mi abuela, de esa historia que yo sí
podía contar porque la había tenido a mi abuela. Se lo propuse
a la Comisión de Teatro x la Identidad, les encantó y me pidieron
que se lo mandara a las Abuelas para que pudieran conocer, aunque más
no fuera en parte, lo que siente una nieta junto a su abuela. Lo leí
hace un par de lunes, y lo voy a volver a hacer. Te aclaro que es un texto superpersonal,
supersimple, que escribí sin ninguna pretensión literaria.
–¿Vos escribís habitualmente este tipo de textos?
–Sí, me gusta escribir, pero muy para mí, incluso poesía.
Desde chiquita que lo hago. Te diría que más como un desahogo
emocional, paso las emociones, los pensamientos al papel, tratando de darles
forma, de expresarlos lo mejor posible. Obviamente, en algún momento
fantaseo con la posibilidad de publicar si hiciera una selección y me
pareciera que vale la pena. Creo que hay una relación con lo que me pasa
en mi trabajo de actriz: esto de sacar para afuera diferentes vivencias, buscarles
metáforas, la manera más apropiada de contarlas. Es un descubrimiento
reciente este que he hecho acerca de que mi manera de escribir se asemejaba
a mi manera de actuar, aunque lo de escribir todavía es algo muy íntimo
mío. Y si lo estoy exponiendo en Teatro x la Identidad es por una cuestión
que surgió espontáneamente, por ese espacio único con el
que se conectaba mi texto. Y fue muy bueno sentir el agradecimiento de mucho
público que se acercó a hacerme comentarios.
–¿Qué te impulsó a escribir algo sobre tu abuela?
–Los papás de mi mamá vivían muy lejos, yo los veía
muy de vez en cuando; el papá de mi papá se murió cuando
yo era chica, de manera que la abuela abuela oficial, con quien más conviví,
fue Celia. Ella se muere cuando yo estaba haciendo 099. Y un día, con
esta inquietud que tengo siempre de escribir, me puse a recordar que ella me
hacía mate de leche. A mí no me gustan por separado ni la leche
ni el mate. Y ella me hacía unos mates de leche con azúcar que
eran riquísimos, y de esa manera me hacía tomar leche. Algo muy
de abuela, ¿no? Entonces, en ese momento después de su muerte,
yo estaba escuchando radio, la Folklórica, y había un programa
divino que se llamaba Mate de leche, dedicado a los nenes. Como cortina pasaban
una canción que decía: “Mi abuela me hacía mate de
leche...” Se me apareció esta magia que tenía mi abuela y
me dieron ganas de escribir algo sobre ella. Me brotó la primera frase
que quedó “Mi abuela me hacía mate con polvo de estrellas...”
Empecé así y seguí contando las cosas cotidianas, qué
era lo que ella hacía en la casa cuando yo me quedaba a dormir. Mi papá
y mi mamá son separados y cuando estaba con mi papá y él
se iba a ensayar o a actuar en alguna obra de teatro, yo me quedaba con mi abuela.
A veces todo un fin de semana y mi mamá, muy de madre, se quejaba a mi
papá: “Tu mamá la malcría a Julieta, después
quiere que yo le dé todos los gustos”. Bueno, en ese relato de dos
o tres páginas describo un día con mi abuela: yo me hacía
la dormida a la mañana y la oía a ella levantarse y hacerme el
desayuno, que ya estaba preparado cuando yo llegaba al living. Después
yo la pintaba, le ponía los ruleros... Cierro con la mirada final mía
con respecto a ella que me dio de comer durante tantos años, y en la
última etapa le di yo a ella. Lo escribí con una emoción
cada vez mayor, fue como un desborde de imágenes.
–Clarice Lispector decía que ella escribía para entenderse
mejor a ella misma.
–Bueno, es que es así. Qué coincidencia que la nombres, porque
yo la conocí a Clarice Lispector este verano, a través de la esposa
de mi papá, que es muy lectora. Ella me prestó el libro de cuento
Felicidad clandestina. Me morí: me pareció una mezcla fantástica
de colores y de imágenes, con una cosa por momentos filosófica
muy profunda. No conozco tanto, pero tuve la sensación de que era algo
muy diferente a todo lo que había leído, muy pero muy personal,
de gran profundidad. Me produjo una mezcla de angustia y maravilla tanta intensidad,
tanto tocar fondo. Me gustó a tal punto, sobre todo ese primer cuento
de la nena que quiere que la amiguita le preste un libro, que yo –que ya
estaba con el tema de Madame Bovary en la cabeza– pensé enseguida:
esto es para Ana, ella lo tiene que contar en público. Como hace poco
fue su cumpleaños y el libro no se consigue, se lo fotocopié y
se lo regalé.
Emma queria volar
–La verdad es que entraste al teatro por una puerta muy propicia, nada
menos que de la mano de Flaubert y de Ana Bovo.
–Mejor, imposible... A mí me fascina eso, las descripciones de Ana
traídas de Flaubert. Por ejemplo, me encanta cuando Emma llega a la casa
de Rodolfo y dice: “Entre la niebla, la silueta del palacio, hay que ver
los caprichos que tienen los nobles. Se detuvo al pie de la escalera, tanto
mármol blanco la derritió”. Y aquí viene una imagen
que me fascina: “Los escalones se abrían generosos sosteniendo en
cada puño un macetón con flores...” Otra imagen que es deliciosa,
que pertenece a Ana es la de alcauciles, rosas y plata. Yo he estudiado teatro
pero no tengo tanta experiencia de escenario, y en la televisión y el
poco cine que hice está esto de tener que resolver rápido, no
hay tiempo. En cambio, en el teatro, poder hacer pasadas, pasadas, meses y meses
de un mismo texto, te sucede que de pronto empezás a encontrar las palabras
en tu boca de otra manera. Creo que eso también es lo rico de esta experiencia:
que la palabra va encontrando la profundidad de su significado, no se queda
en la superficie. Por otra parte, Ana viene trabajando esta novela desde hace
mucho tiempo, aunque lo hace con mucha humildad, ésa es su verdadera
grandeza. Pero creo que comprende a Emma Bovary mejor que muchos eruditos.
–En esta puesta se pone de manifiesto toda esa energía malograda
en Emma, en buena medida por el hecho de haber nacido mujer. Ella siente oscuramente
que como varón habría tenido más libertades. Es fácil
tildarla de cursi y romanticoide, pero la verdad es que ella no se conformó
con lo que socialmente se le imponía, fue por más. ¿Qué
otro camino le quedaba? Quiso hacer realidad sus sueños, los únicos
que podían surgir de la educación que había recibido.
–Totalmente, pienso lo mismo. Siento que hay algo de su líbido,
de su necesidad, de su potencial que estaba dentro de ella buscando un cauce.
Y realmente no lo pudo canalizar. No pudo ser una gran ama de casa, una gran
madre, una buena esposa, porque no era lo que quería en esas condiciones,
porque no le alcanzaba, no la satisfacía. Y pobre, esa voracidad se le
mezcló con una ingenuidad tan grande y tan limitada en algún punto,
quizá por la educación que recibió, que la terminó
matando. Emma puso toda esa sed de despegar de lo cotidiano en la calentura.
–A su manera, se animó a soñar. Tuvo gestos de audacia y
no la pasó del todo mal. En la glorieta con Rodolfo, por ejemplo.
–(Risas.) Sí, se atrevió a acostarse con su amante a unos
metros de la habitación donde roncaba el marido. Era una arriesgada,
es verdad.
–Tampoco se molestó en simular amor maternal hacia Berta, su hijita,
cosa que Flaubert observa sin juzgarla.
–No, es verdad. Pero cuando yo la leí, me enojé con ella.
¿Cómo puede ser que sea tan desamorada con su hija?, me preguntaba,
o ¿por qué es tan cruel con el marido cuando le dice que como
es médico no puede bailar? En la primera lectura, a esa altura de la
novela, pensé instintivamente: pero esta mina es una guacha. Sin embargo,
a medida que avanzaba empecé a entender muchas cosas. Porque Flaubert
te la muestra en una dimensión tan profunda que la salva, mientras que
no hace lo mismo con personajes despreciables como el del boticario. Fui ampliando
mi comprensión hacia ella, hacia su desdicha, sentí mucha pena.
De modo que cuando toma el veneno y sufre esa agonía tremenda, ya estaba
de su lado. Ahí Flaubert se pone muy oscuro, esa agonía es horrorosamente
bella. Creo que Flaubert la redime, y sobre el final de la novela, cuando el
boticario recibe una medalla, es como el triunfo de la hipocresía de
la que Emma fue víctima. Vi la película de Chabrol con Isabelle
Huppert y creo que su lectura es un poco distanciada, fría.
Robandole a papa, a Brando
y a De Niro
–Pasemos a la tele que te vio nacer como actriz y a algunos personajes
de los últimos años que te han dado la posibilidad de interesantes
composiciones, desde la caprichosa y maldita Carla de Campeones a la dura pero
sensible Gaby de 099.
–Sí, en Campeones durante muchos capítulos cumplí
el rol de villana, siempre tan new rich. Antes de proceder a componer los personajes,
suelo tener de ellos una impresión primera, una sensación difícil
de describir. Después, a medida que voy leyendo el libro, voy tejiendo
la personalidad en su relación con los demás personajes: a veces
imagino yo ciertas situaciones previas, a veces vienen implantadas por el autor.
Luego hay detalles, ritmos, formas de caminar, de hablar que van apareciendo.
Trabajo mucho en mi casa, algo que me viene de mi viejo, que además de
ser actor es uno de mis grandes maestros. Porque en una tira, en un unitario,
se trata de armar un personaje, sostenerlo, naturalizarlo y que evolucione con
las cosas que le van sucediendo a través del tiempo. Habitualmente, le
soy fiel a esta primera intuición, y si el personaje se parece en algo
al anterior, trato de diferenciarlo en su aspecto físico. Por ejemplo,
el personaje de 099 iba a ser punk, y a mí me pareció un poco
obvio. Me hice el cuadro de situación: una policía que vive en
una villa cuyo padre es jugador, que mantiene a la madre, viene a ser como el
hombre de la casa, tiene una actitud masculina. Entonces, compuse a un hombre,
con esa energía, con esos gestos típicos de varón. Esta
cosa de la arrabalera, de tanguero que apareció un poco más tarde.
La idea era el pibe de barrio cocorito, lo hice robándoles unos gestos
a Robert De Niro, a Marlon Brando cuando actuaban de cancheritos.
–Sabías muy bien a quién robarle...
–Imaginate. El look lo bajé de punk y me eché el pelo para
atrás con gomina, al estilo de las policías que se ponen colita,
rodete o trenza cosida, con la cara despejada. Sin maquillaje, llevando ropa
que decidí que fuera como de feria americana, un poco de rejunte de aquí
y de allá, no muy bien combinada. Y le metí unos borcegos para
que tuviera ese aire de milica, de policía de corazón. También
le robé mucho a mi papá, mi varón se parecía a él,
algo que notaron los que lo conocen. Mi mayor preocupación cuando compongo
un personaje es que la forma no le gane al contenido. Necesito que el personaje
adquiera un espesor, una vida interior.
–¿En Locas de amor todo venía más difícil?
Te lo pregunto porque al construir un personaje con problemas mentales siempre
está el peligro del estereotipo.
–Venía más difícil, es verdad, más complicado.
Y si bien en un unitario tenés menos tiempo que en el teatro, por suerte
contamos con muchos ensayos. Partiendo del episodio del abuso sexual del padre,
me vino una imagen de Juana. Pero debí reconocer que era un poco aparato,
previsible. Al trabajarlo con el director, Daniel Barone, me sugirió
que lo bajara un poco porque ya Eva, el personaje de Soledad Villamil, estaba
muy arriba. Simona, el de Leticia Brédice, también tiene momentos
muy bipolares. Entonces, a Barone le pareció que mi Juana debía
tener un registro más reservado. Ella es una obsesiva compulsiva, alguien
que por un recuerdo negativo que quiere reprimir empieza a hacer algo compulsivamente.
Todo para borrar ese recuerdo, en el caso de ella haber sido violada por el
padre. Simona es muy extrema: está totalmente depresiva tirada en la
cama y de pronto puede levantarse y llevar adelante el país. Creo que
es uno de los trabajos más logrados que ha hecho Leticia, una actriz
que cuando se compromete lo hace muy profundamente. También aprecio a
Soledad, a Alfredo Casero, a Diego Peretti, a Cristina Murta, a Cristina Banegas...
Es un muy buen elenco. Bueno, como te decía, empecé a trabajar
con esto que me proponía el director, teniendo en cuenta que el público
ya sabía que se trataba de una persona loca. Apliqué lo que siempre
dice Raúl Serrano, el maestro de mi papá: si te dan un bueno,
hacé un malo; si te dan un malo, hacé un bueno. Y me apareció
esto de interpretar a Juana lo más normal posible, muy natural. De modo
que cuando apareciese un rasgo de locura, se integrase al personaje desde un
lugar creíble, posible. De todos modos, Juana tiene un giro fuerte, ese
trauma tan concreto que tiene que ver con la historia del padre. Ahora la están
llevando por la novela de amor con Casero. Es interesante, porque la misma búsqueda
de Emma Bovary –la felicidad, el amor– la lleva a luchar contra estos
fantasmas. Y su salud y su enfermedad están batallando dentro de ella
todo el tiempo.
–En vez de simplificar, ¿tendés a buscar la complejidad en
tus personajes?
–Te voy a decir un secreto de mi trabajo de mesa como actriz: para componer
mis personajes siempre busco como dos sogas que tiran dentro de mí. En
el caso de Gaby, de 099, ella tenía la mujer interior y una coraza de
hombre. Entonces, yo elegía cuando la coraza se empezaba a quebrar y
asomaba la mujer, pero durante mucho tiempo ella decidía acomodarse la
coraza de nuevo y quedarse con el hombre... En Locas..., como te decía,
la lucha se produce entre la salud y la enfermedad. Los deseos de Juana de hacer
algo de su vida, estar bien amorosamente, independizarse de su madre están
en pugna con el miedo a salir, a abrirse, temores muy viscerales. Con ese conflicto
central armado organizo las escenas, las situaciones, mi relación con
cada uno de los personajes: con las chicas, con Alfredo, con esa mamita, con
el fantasma de mi papá...
–A lo largo de diez años de esta carrera que comenzó a los
17, ¿has tenido momentos perfectos, iluminados, en los que remontabas
vuelo de verdad y pensaste: es por esto que quiero ser actriz?
–Cuando hice 099 me quedaba hasta la madrugada trabajando sola en mi casa.
Y la verdad es que me di cuenta de que laburando, laburando mucho se consiguen
frutos. Te diría que haciendo toda esa tira el grado de entrenamiento
y de placer fueron muy grandes. Como si tuviera un violín bien afinado
y supiera manejarlo totalmente, inclusive podía improvisar. También
al ver a actores, a artistas como Dirk Bogarde, por ejemplo en Muerte en Venecia,
con esa sutileza infinita, o a Meryl Streep en Los puentes de Madison, he pensado:
elegí bien, esto es lo que quiero hacer, conmover a la gente, contribuir
a que comprenda cosas porque se las comunico a través de la actuación.
Poder llegar a interiorizar ese indecible dolor de Juana en Locas... provocado
por la violación del padre, hacerme cargo de contarlo y en un punto dar
mi opinión como ser humano frente a un crimen tan atroz, fue uno de esos
momentos en que al sentir la captación del personaje me da orgullo ser
actriz. Y desde luego, esta experiencia que ya te comenté de encontrarme
con Ana Bovo, trabajar con ella, estar haciendo ahora Emma Bovary sobre el escenario
es como la confirmación de que los mejores sueños a veces se pueden
cumplir.
© 2000-2022 www.pagina12.com.ar | República Argentina | Política de privacidad | Todos los Derechos Reservados
Sitio desarrollado con software libre GNU/Linux.