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Viernes, 3 de septiembre de 2004

MúSICA

LA NEGRITUD NO ES UN CLICHE

Beyoncé y Angie Stone comparten bastante más que su pertenencia a la nación negra, a pesar de los 20 años que las separan: las dos cuestionan las letras estereotipadas que el resto del mundo espera que canten, se jactan de nalgas propias de su raza y saben de quién rodearse a la hora de grabar discos. Pero lo mejor está en lo que las distingue: su música.

Fuera del ghetto

Beyoncé Knowles tiene algo temible. Es tan hermosa y fría como una cruel deidad africana, y tan segura de sí que se parece a una creación virtual. Mientras que las chicas que fueron lanzadas al megaestrellato casi al mismo tiempo que ella –Christina Aguilera, Britney Spears– luchan por encontrar una nueva encarnación adulta que las ayude a hacer la transición de estrella adolescente a diva adulta, Beyoncé trepa y trepa, imparable, lejos de toda crisis de identidad y escándalos mediáticos que la ayuden a alimentar su carrera. Si sufre alguna crisis, no lo deja ver: su exterior es monolítico, de una sensualidad palpable, descarnada. Jamás habla de su vida privada: la prensa del espectáculo sólo puede conjeturar que quizá tenga un romance con el rapper Jay-Z, ex narcotraficante, muy talentoso, su colaborador musical más frecuente. Beyoncé, con paso seguro y el físico más glorioso que ha dado la escena musical en años –con la posible excepción de Jennifer Lopez–, editó el año pasado su primer disco solista, Dangerously in Love, y tal fue el éxito que su compañía debió entregarles a los fans por estos días Live at Wembley, apenas las mismas canciones interpretadas en vivo durante sus shows en Inglaterra. Y allí hay grandes canciones: Crazy in Love, con sus vientos inspirados en la era Stax de la música negra, que suenan como una fanfarria triunfal –y lo son–, o la insinuante Naughty Girl, o la tremendamente sensual Baby Boy junto a la estrella jamaiquina Sean Paul. Beyoncé sabe de quién rodearse y cuál es la estrategia para unir el status de diva con el de megacorporación. En Estados Unidos la comparan con Tiger Woods o Michael Jordan, las más recientes versiones del ascenso de clase de la nación negra, exitosos, bellos y además poderosos en el mundo de los negocios: Beyoncé es la cara de Pepsi y L’Oréal. Es decir, no sólo escribe –y le escriben– canciones impecables, sino que usa su imagen para extender sus tentáculos hacia ramas comerciales muy pero muy redituables. E incursiona en el cine: estuvo encantadora en Goldmember, la comedia de la saga Austin Powers, como Foxxxy Cleopatra. Y sólo tiene 22 años.
Por supuesto, Beyoncé no está sola en su imparable camino a la fama: la acompaña su padre Mathew Knowles, un hombre de negocios texano que empezó a trabajar como manager de su hija cuando Beyoncé tenía nueve años. Entonces ayudó a la chica a formar Destiny’s Child, por aquellos años un cuarteto de chicas que comenzaron a trabajar profesionalmente a los 14 mezclando rhythm & blues, funk, hip hop y soul, perfecto pop urbano que se convirtió en un fenómeno de ventas. “Eramos el grupo más trabajador del mundo”, recuerda Beyoncé. “Noches y días de ensayos, durante meses. Teníamos hambre, sabíamos que éramos talentosas. Quedamos agotadas. No tengo problemas en decirlo. ¿Fue difícil? Supongo que sí. Pero yo soy muy ambiciosa.” El grupo manejado por Mathew Knowles tuvo problemas: perdió a dos integrantes en el camino, que iniciaron acciones legales por considerar que el manager se quedaba con demasiado dinero, era terriblemente exigente y practicaba un claro favoritismo hacia su hija. La situación se arregló en los tribunales, después de insultos y trapos sucios en la prensa. Destiny’s Child continuó con dos chicas nuevas (Kelly Rowland y Michelle Williams), y en 2001 vendieron diez millones de discos con la canción Survivor, cifra similar a la que consiguieron más tarde con Bootyliscious, término que desde entonces entró en la jerga popular para llamar a las chicas de cuerpo voluptuoso, con actitud, orgullosas de sus curvas. “Inventé esa palabra –cuenta Beyoncé–, porque en ese momento tenía dieciocho años, había engordado, mi culo se había puesto grande y redondeado, como el de cualquier mujer negra. Y la presión por estar delgada era increíble. Esa canción me servía como escudo para mirar a la cara a todos los que insistían en que hiciera dieta, y enfrentarme a ellos con orgullo. Me encanta mi cuerpo.”
El fin de Destiny’s Child estaba anunciado, dada la enorme exposición y el claro liderazgo de la hermosa Beyoncé, que además es una cantante exquisita. Ahora están a punto de reunirse, pero ya está claro que la diva tiene su lugar propio; las carreras solistas de sus compañeras no despegaron y da la impresión de que Beyoncé les está haciendo un favor.
Pero, aunque es adorada por legiones, y tiene el reconocimiento de sus pares, el rechazo a Beyoncé está tan extendido como la devoción. En primer lugar, una parte de la comunidad musical negra cree que le faltan credenciales callejeras, y los irrita la insistencia de Beyoncé en evitar poner énfasis en la negritud, y su distancia respecto de las habituales historias de vida en el ghetto. Beyoncé es muy directa: “Crecí en un barrio negro, pero de clase media acomodada. Mis vecinos eran doctores y abogados. Las cosas nos iban bien. Fui a una escuela privada. Teníamos dos autos y una casa de tres pisos. Es irónico, porque la gente dice que mi papá me metió en la música para hacerse rico. Pero el dinero nunca fue un problema para nosotros”. Además, es texana, se dice conservadora, y demasiados recuerdan que en sus años con Destiny’s Child cantó para apoyar la campaña de George W. Bush. Prudente, hoy Beyoncé se niega a hablar de política, y asegura que aceptó tocar para el entonces gobernador porque era “demasiado joven y no comprendía las consecuencias”. En 1997, cuando la radio de hip hop más importante de Nueva York –Hot 97– organizó un festival e invitó a Destiny’s Child, el público las abucheó. “Ese rechazo nos hizo fuertes”, dice Beyoncé. “No llenamos el estereotipo de mujeres negras que crecieron en el ghetto. Pero, ¿cuál es el problema? Eso también es una construcción. Y a mí no me interesa conformar a nadie, ni mentir sobre mi origen. Sólo me importa que reconozcan mi talento, y mi capacidad de trabajo.”

Un cuerpo que ha vivido

El hip hop es, sin duda, el género más relevante de la música pop actual, y el que domina la escena. Pero en muchos casos es francamente sexista, y con frecuencia las artistas negras no encuentran allí su forma de expresión. Muchas se inclinan cada vez más por el soul, recuperando aquella música que en los ‘60 y los ‘70 creó divas como Aretha Franklin y Diana Ross, e instaló la noción de “respeto”, gracias al himno Respect que Aretha grabó en 1967, un tema de Otis Redding que se convirtió en demanda política, y sexual.
Hoy la reinvención del género se llama “neo soul”: las artistas negras cargan con la tradición del soul de Otis Redding, Marvin Gaye, Al Green, Gladys Knight, Dusty Springfield, pero están atravesados por la marca de época, el hip hop; la experiencia urbana se alimenta del pasado y el presente, y es la marca de artistas como Erykah Baduh, Lauryn Hill, Alicia Keys o Jill Scott. A ellas hay que sumarle el nombre de Angie Stone: en la Argentina acaba de editarse su último disco, Stone Love, un trabajo excelente, con toda la sensualidad y romanticismo del soul, más la furia y resistencia del hip hop.
Como suele suceder, Angie Stone se rodea de los nombres más importantes del género, históricos y actuales: en Stone Love la acompañan la genial Missy Elliot, el rapper Snoop Dogg, pero también la diosa del soul Betty Wright. Ella conjuga la historia de la música negra en una síntesis alimentada por su voz, sensual y poderosa. “El soul cruzó la barrera y mezcló la política con el amor, marcó el relato de nuestras vidas cotidianas como negros urbanos; si el hip hop cuenta lo que sucede en las calles, el soul se mete dentro de las casas”, dice, al mismo tiempo que reniega de mucha de la música negra actual: “Le falta sustancia y verdad. Es un chicle”.
Angie Stone nació en Carolina del Norte, en un barrio negro pobre donde se escuchaba todo el tiempo Al Green. Su padre, integrante de un coro gospel de la iglesia bautista local, la llevaba a cantar al templo, y así Angie se formó en las dos grandes tradiciones del gospel y el soul. “Como una chica de color, tuve que trabajar el triple que el resto para conseguir reconocimiento.” Durante muchos años tuvo empleos diversos para ahorrar el dinero que le permitiera grabar un demo; después, lentamente, armó varias bandas de hipo hop, y empezó a colaborar con Lenny Kravitz –fue saxofonista de su banda–, D’Angelo –uno de los nombres más importantes del neo soul, su ex pareja–, Missy Elliot y escribió canciones para su par Mary J. Blige. Durante esos años de trabajo, fue madre de dos hijos. El menor de ellos nació de su pareja con D’Angelo, pero el apuesto soulero la abandonó en los últimos meses de embarazo. “Estamos en contacto, porque finalmente, después de siete años, él intenta asumir su paternidad. Pero no puedo ni quiero dejar de estar decepcionada por su abandono. Esos sentimientos alimentan mi música. Y también el rechazo porque no soy una mujer negra escultural y delgada: tengo dos hijos, mi cuerpo es contundente, y ha vivido.”
Su primer disco, Black Diamond (1999, triple platino) tuvo un gran éxito, No More Rain in This Cloud que decía: “Ha salido el sol/ Y ya lloré todo lo que pude/ No hay lluvia en esta nube/ No hay dónde esconderse cuando alguien te hiere/ La herida está escrita en tu rostro, y se lee/ Dice: ‘Espíritu roto, perdida, confundida, vacía, asustada, usada, abusada, tonta/ Pero, esperen: con el tiempo, las cosas mejoran’”. Gran cronista de corazones rotos, Angie Stone editó Magohany Soul un año después, y allí mostraba los dientes, especialmente en el tema Pissed Off: “No puedo ni conseguir un trabajo, porque me perseguís/ Sobreprotector y celoso, cambiás cuando estás con tus amigos/ Siempre tan ocupado acusándome, cuando en realidad el problema es tu inseguridad/ No puedo permitir que vivas gratis en mi casa, mi cabeza o mi corazón/ No puedo permitir que vuelvas a mi cama”.
“Me agota que la mirada del hip hop sobre el hombre negro esté monopolizada por el concepto del fiolo, como si todas las mujeres fuéramos sus putas. Entiendo que necesitan esa reafirmación, pero no tengo por qué aceptarla”, dice Angie. Y en Stone Love mezcla las canciones de amor románticas y sensuales que exaltan a los hombres respetuosos de las mujeres (My man o Stay for a while), con temas anclados en los setenta como Lover’s Ghetto, que parece la banda de sonido de una película blaxploitation, más rabiosas diatribas como U-Haul –escrita con Missy Elliot– donde un grupo de amigas la ayudan a dejar a ese hombre que la oprime: “Tendría que haberte dejado antes, pero tenía miedo de estar sola/ Me hiciste sentir tan mal/ Mis amigas me acompañan, porque están hartas de ver por lo que tengo que pasar”.
La crónica de sus amores y desamores fue reconocida por el público, pero Angie Stone logró el pico de popularidad gracias a su participación en The Soul Sessions, el disco de la adolescente prodigio inglesa Joss Stone. Es irónico que una de las mujeres negras más conectadas con la sensibilidad y la realidad de sus pares se haga famosa como corista en el disco de una niña blanca británica. Angie Stone respeta a Joss, pero tiene sus reservas. “Es mi amiga y sabe que la adoro, pero la forzaron a cantar como si tuviera treinta años, cuando probablemente todavía es virgen. Al desarrollar su talento, convertimos a un bebé en un falso adulto. Me hago cargo de que yo también fui responsable: su voz es tan impresionante que era fácil tentarse. Pero los resultados, aunque excelentes, no me conmueven. ¿Cómo podría expresar amor a ese nivel si desconoce la emoción? Tiene un talento insólito, pero le falta experiencia. Lo que no es grave, porque sólo tiene diecisiete años. Quizá escriba una canción sobre ella.

 

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