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Viernes, 10 de junio de 2005

MEDIOS

Cosas de mujeres

Niñas inútiles, crepusculares o casaderas son definiciones que Tania Diz tomó prestadas de unas delirantes crónicas de Alfonsina Storni para nombrar un recorrido de lo más interesante: el de las mujeres en la prensa gráfica argentina durante la década de 1920.

 Por Soledad Vallejos

Llegado el momento de investigar para su tesis de doctorado, Tania Diz tomó una decisión: se dedicaría a Alfonsina Storni. Pero en cuanto empezó a tirar del ovillo el camino empezó a plagarse de apariciones inesperadas. “Empecé a analizar las crónicas que ella escribía en la revista La Nota y el diario La Nación, me gustaban porque no tenían nada que ver con el estereotipo que se ha armado de Alfonsina Storni, esa imagen de la pobre poetisa que llora por amor, que sufre... Y cuando me puse a leer las crónicas con más atención me daba cuenta de que ella estaba diciendo, con ironía, cosas que se decían en otro lado. Dije: ‘acá, en los años 20, hay artículos periodísticos femeninos, y alguien los está escribiendo, porque Alfonsina está diciendo cosas que ya fueron dichas, pero las dice con ironía’. Y empecé a meterme en el periodismo de los años 20.” Ese fue el recorrido que la llevó a bucear por publicaciones masivas (las revistas Caras y Caretas, El Hogar, La Nota, el diario La Nación), de cuando los diarios modernos argentinos buscaban consolidar algún perfil acorde con el público que el proceso de modernización –y formación de una sociedad de consumo local– estaba gestando: alfabetizado, en tren de aprendizaje del funcionamiento de ciudades en transformación, y que descubría, con asombro, las multiplicidades sociales, políticas y culturales como huellas de las migraciones, por más proceso integrador en un modelo de nación que hubieran inventado Lugones y las escuelas públicas. Con los resultados de la investigación en mano, Diz no sólo alumbró otro posible campo de futuras búsquedas, sino que también está haciendo algo interesantísimo: el as de la feminidad en el periodismo porteño”, que la encuentra los sábados de junio en el Centro Cultural Ricardo Rojas, como parte de las actividades organizadas por Tecnologías del Género, el área comandada por Paula Viturro.

–En el siglo XIX, está todo como mezclado: tenés periodistas que hablan de la moda pero en el medio están hablando de política, es un registro muy heterogéneo. En el XX, en cambio, ves cómo, a partir de la masividad, todo se va clasificando y ordenando en sus lugares y aparece esto de “bueno, si esta mujer quiere escribir, que vaya a escribir cosas de mujeres”. Y entonces surge esta figura que yo denominé, por llamarla de alguna manera, “artículo femenino”, que es, a su vez, muy coherente con la construcción de la imagen de género.

–¿Qué define al artículo femenino?

–En primer lugar, que el referente –es decir, aquello de lo que se habla– y el destinatario –a quien se habla– son fundamentalmente mujeres. Por otro lado, me baso en Teresa de Lauretis para poderclasificar ese tipo de artículo. Lauretis lo que dice es que las tecnologías del género lo que hacen es crear un género mujer que se instala en los cuerpos, en las relaciones sociales y en los comportamientos. Si ves los artículos, encajan perfectamente: hay muchos dedicados exclusivamente al cuerpo de las mujeres, o a la vida social y a la subjetividad. Y cada uno de esos grupos son muy diferentes en cuanto a su forma de escritura. Por ejemplo, los relativos al cuerpo son mucho más instructivos: dan órdenes. “Si querés ser bella, tenés que vestirte de tal y tal manera”, “si querés tener un cuerpo sano, tenés que tomar tal remedio y hacer tal cosa”, ya mucho más involucrado con la sociedad de consumo. Aparecen mucho las luchas de poder entre la medicina y la sociedad de consumo, ambas como dueñas posibles del cuerpo. Y en eso, la figura de la mujer es pensada como excesivamente pasiva: anda como una veleta, es un cuerpo que va de acá para allá.

–Ese conflicto entre saber médico y la sociedad de consumo que se está formando, ¿en qué se percibe?

–En textos donde, por ejemplo, se escribe una columnita defendiendo a los higienistas, que son los portadores de la voz médica en ese momento, en contra del uso del corset, de ropa muy apretada, zapatos muy apretados, porque ocasionan daños en el cuerpo de la mujer, y todo el tiempo fundamentando y pensando en una mujer que va a ser madre. Siempre el asunto es ése: se intenta convencer a las mujeres de que no se dejen llevar por la frivolidad de la moda, y que hagan caso a los médicos, que son serios y saben lo que dicen. Vos pensá que en los años ‘20 el tema de la moda y la publicidad empezaba a gestarse con fuerza. La figura de la mujer consumidora es muy fuerte, y es algo muy propio del siglo XX. Se relaciona con el proceso de modernización, con las nuevas lectoras... Es entonces cuando aparece esto del consumo. Porque arreglarse y vestirse existían también en el siglo XIX, pero más como una cosa de elite. En el siglo XX eso se amplía a otros sectores, y empieza a instalarse como hábito esto de ir y comprar cosas. Una cosa que me llamó mucho la atención, y que yo intuyo que tiene que ver con la sobrecarga laboral de las mujeres, es que hay en esa época muchísimas publicidades de pastillas para que las mujeres no se cansen. Extrañamente, no están orientadas a varones, dicen cosas como “para que no te veas cansada y puedas estar bien con tus hijos, tomá tal cosa”.

–Hablabas, en primer lugar, de una palabra más pedagógica o imperativa en cuanto al cuerpo, y también habías planteado algo respecto de la subjetividad.

–En eso hay una especie de bisagra. Está, además de la cosa fuerte, lo imperativo sobre el cuerpo, una serie de textos de una frivolidad impresionante y que se refieren a los comportamientos de la vida social: si Fulanita fue al teatro, con quién, pero la ventaja que tienen –y por eso yo las pienso como en transición hacia la subjetividad– es que ahí empieza a aparecer la ficción. Entonces, son notas que describen que Fulana y Mengana fueron al teatro, pero terminan siendo un cuento. Eso lo hace con frecuencia La Dama Duende, una de las firmas que aparecen. Lo interesante es que esto que empieza como un chisme social, termina como un relato literario en el que la mujer deja de ser pasiva, y se convierte en absolutamente activa: son mujeres que andan, que se mueven, que quieren o hacen cosas, que vuelan. Están todo el tiempo moviéndose. Es interesante cómo encontró esa vía de escape.

–¿Y el tercer gran grupo de textos?

–Son los propios de la subjetividad: el diario íntimo y la carta que aparecen publicados como columnas. Los géneros íntimos siempre se relacionan con lo femenino, y en esa época es muy fuerte: quienes escriben cartas, poemas y diarios son mujeres. No porque lo sean realmente las personas que escribieron esos textos publicados, sino porque todo indica que así debe ser. Ahí surge una situación intermedia: no es un cuento, no es absolutamente literario, pero tampoco es absolutamente periodístico. Enesas cartas y diarios lo que suele aparecer es la cuestión del noviazgo, las amigas también, pero fundamentalmente el noviazgo: se plantea, por ejemplo, lo que tenés que hacer, pero en un tono más íntimo, en una escritura más amigable, más al estilo “queridas lectoras...”. Por ejemplo, en una ocasión se trata sobre los vestidos de novia, y escribe una carta una chica que es feliz porque acaba de ver cuál es su vestido de novia, y ella, que antes dudaba en casarse, ahora ya no tiene ninguna duda.

–¿Y era notable el porcentaje de participación que las mujeres tenían en el periodismo masivo?

–Había cierta participación regular. Pero también había casos especiales. La revista Nosotros, por ejemplo, había hecho una encuesta a sus lectores preguntando si la mujer era o no más culta que el varón. A partir de ahí, se arma un debate, y termina escribiendo Fanny Puchán. Ella escribe porque, según ella, en la encuesta dejaron muy mal paradas a las mujeres, y quiere mostrar cómo son realmente. Pero, en general, los argumentos no salen de la jerarquía (la mujer es más, o menos, que el hombre), algo muy propio de la época. Lo interesante son los argumentos que la defienden: es más culta porque sabe criar a los hijos, es más culta porque es más sensible, es más culta porque es más bella, porque está más en conexión con la naturaleza. Todo el tiempo se refuerza el estereotipo: la idea es reforzar el lugar de la mujer en el ámbito privado. Y, a su vez, está muy en debate el tema de la incapacidad, porque están en discusión los derechos civiles. Las mujeres eran niñas, se las llama niñas constantemente, y, de hecho, legalmente son menores, a pesar de que en la calle estaban molestando bastante.

–¿Había referencias a las sufragistas?

–Eso aparece más en los chistes. Caras y Caretas ha hecho muchos chistes respecto de Julieta Lanteri especialmente, la ridiculizaban de una manera impresionante. Otra cosa, que excede un poco los artículos femeninos y que es frecuente, son los textos de escritores varones que están preocupados porque hay muchas mujeres en las calles, sean las sufragistas o las que están trabajando. El temor que subyace es la masculinización. Es un miedo muy instalado, se plantea “bueno, lo que pasa es que si las mujeres empiezan a ir a trabajar, y van al cine, y andan por ahí, se van a transformar en varones”. Ahora lo leés y decís “están locos”, pero era un temor real. Ahí aparecen las contradicciones, porque, a su vez, las mujeres que están en la calle muchas veces refuerzan el estereotipo del hombre, dicen “trabajamos pero es para nuestros hijos... pero es para el país”. En medio de eso, aparecen personajes desopilantes como Julieta Lanteri, Alfonsina Storni, que eran absolutamente inclasificables. Por otro lado, las sufragistas aparecen, pero las que no aparecen en el periodismo comercial masivo, para nada, son las anarquistas. Puede haber alguna mención, pero en todo caso a anarquistas varones.

–Cuando se habla de estas mujeres que salen a trabajar, que tal vez no se casan, que andan solas por la ciudad, ¿los que hablan son exclusivamente hombres?

–Con eso hay que tener cuidado, porque básicamente se trata de un discurso androcéntrico: una forma de concebir las relaciones de género absolutamente androcéntrica, que puede estar tanto en boca de varones como de mujeres. Eso aparece mucho. ¿Por qué? Porque hay varones que tienen posiciones más cercanas al feminismo, y mujeres que tienen posiciones mucho más conservadoras. En ese sentido, te das cuenta de que es una época de mucha confusión, en la que las mismas personas a veces dicen una cosa y después se contradicen. A excepción de personajes como Elvira Rawson, Julieta Lanteri, es muy común que las mujeres sean las que condenan a las mujeres que están en la calle, algo que suele molestarle a Alfonsina. Curiosamente, cuando se trata de debatir el sufragio femenino, la misma Alfonsina a veces estaba a favor y otras en contra. Por ejemplo, en la Encuesta Feminista Argentina, un clásico del 19, ella está en contra del sufragio porque, dice, las mujeres son demasiado hipócritas, y si no hayun crecimiento subjetivo de las mujeres, no tiene sentido hablar de sufragio. Lo que dice es: “no tiene sentido hablar de eso ahora”. Pero ese mismo año, en las crónicas de la revista La Nota, celebra cuando Julieta Lanteri hace el simulacro de votación.

–¿Te topaste con cosas que te sorprendieron mucho?

–Hay varias, pero una cuestión clara, y que aparece con frecuencia en La Nación, es la vigencia que tiene el feminismo europeo. A lo mejor, de lo que hacía Julieta Lanteri en la calle aparecía una notita, un chiste, pero sobre las sufragistas inglesas, las francesas, eran notas, y notas, y notas. En general, trataban de mostrar la situación con la mayor distancia posible, pero aparece.

–¿Por qué elegiste investigar los artículos femeninos en medios masivos no dedicados exclusivamente a la mujer, y no publicaciones específicas para público femenino?

–En los años ‘20, en realidad, no había demasiadas publicaciones destinadas solamente a mujeres, o había pero todavía no era su momento de auge. De todas maneras, me interesaba la mezcla: ver cómo aparecía en el contexto de una publicación masiva, generalista, esta presencia. Y justamente investigando esto me metí también con los folletines, con la literatura destinada exclusivamente a mujeres, que hay bastante y con mucho público. Hay un diálogo interesante entre estos textos y los periodísticos, muchos tipos femeninos están íntimamente ligados con personajes literarios: la figura de la costurerita que dio el mal paso, la prostituta... Hay tres figuras a las que se teme: por un lado la soltera, si no es maestra, claro, porque si es maestra cumple su función en la vida. Además, está la prostituta, y cerca de la prostituta la costurerita, siempre bajo un manto de sospecha, igual que las obreras. Es notable cómo cada época tiene rasgos fuertes en común en sus producciones masivas. En los años ‘20 había una difusión de estos tipos de artículos que reforzaban una ideología de género en particular, aunque también había muchas voces que se estaba oponiendo de distintas maneras. Por ejemplo, había una escritora que se llamaba Lola Pita Martínez, también guionista de cine, que va discutiendo cada uno de los argumentos más generalizados, esos que van reforzando la idea de la relación entre mujer y maternidad. Y ella, en los años ‘20, ya está absolutamente en contra de que cuando se destaque una mujer sea porque es excepción, y eso en un momento en que realmente no eran demasiadas... Sin embargo, ella en ese momento está diciendo que no, que si se destaca a Fulana porque es excepción no sirve, porque tiene que estar dentro de lo común. Y todavía hoy ante eso decimos “oooooooh...”. Eso me lleva a una cosa que yo intento hacer en el seminario: comparar si todos estos tipos de textos, tan retrógrados, se continúan hoy o no, porque sospecho fuertemente que hay muchas publicaciones que siguen con esos mismos vicios.

El seminario “Niñas Inútiles, Crepusculares o Casaderas” se está realizando los sábados de junio a las 11 en el C.C. Rojas, Corrientes 2038. (Para inscribirse, [email protected], o bien en el 3er piso del C.C., de lunes a viernes de 11 a 19.)

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