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Viernes, 10 de junio de 2005

CRóNICA

Algo muy parecido al cine

Hay momentos en la vida de una mujer que ha decidido ser madre, en que ella parece desaparecer detrás de su cría. Así son los primeros tiempos, agotadores y hasta aburridos, sobre todo si Ud. se jactaba, antes del episodio, de disfrutar de alguna vida intelectual ¿será por eso que en la única función de cine que específicamente permite el ingreso de bebés la película es lo de menos?

 Por Sonia Santoro

Si alguien le hubiera dicho que podía tomarse un par de horas y meterse al cine con su bebé cuando su horizonte sólo le ofrecía batitas y enteritos para lavar de a docenas, culitos cagados por limpiar y la sensación de ser algo insignificante detrás de una gran teta, seguramente, usted hubiera exclamado que no, que eso era imposible, aunque tal vez ni siquiera hubiera tenido energía para contestar a semejante bobada, cosa de otros mundos, primeros o extragalácticos. Si usted es tan osada que ya probó ir con su bebé al cine y salió más estresada que antes, intentando mitigar su doble culpa por llevar a un niño a un ambiente ruidoso y para disfrute exclusivamente materno, y al mismo tiempo, por someter a sus vecinos de asiento y/o fila a un concierto de ruidos y olores de lo más molestos, seguramente también contestará ¡es imposible! Sin embargo, a no desanimarse. La novedad es que es posible ir al cine con su bebé y disfrutarlo, o por lo menos lo fue durante el mes de mayo en una sala del Village Recoleta. Las/12 fue, vio y volvió para contarlo.

La cita era a las 15 horas. Algo muy parecido al amor, una comedia romántica, anunciaba la entrada al ciclo organizado por Nazhira, Palabras Animadas y Fundalam, Fundación Lactancia y Maternidad. Cuando faltaban 10 minutos para que comenzara la función, empezaron a aparecer por la escalera mecánica niños y madres de todo gusto y tamaño. La primera fue Patricia Arraut Gutiérrez, una española de 18 años que apenas se veía detrás de su bebé de 10 meses. Desde Saavedra llegaba esta madre con tal de darse el gusto del que se privaba desde hacía un año. “Cuando estaba embarazada ni con mi marido he ido al cine, ahora con el nene, como estoy acá tampoco tengo con quién dejarlo, es imposible, así que esto es una buena opción”, dice Patricia, interrumpida en una charla con su amiga Jessica, mamá de 20, portadora de hija Catalina de 2 meses.

Flavia Schor, mujer de 35 años que carga a Bernardo de 45 días, se acaba de arrimar a la cola. Se enteró de la propuesta buscando en Internet un sacaleche (hay que decir que estar aquí es un poco más divertido que apretar la válvula hasta llenar la mamadera). “De otra manera, no vas al cine porque tenés miedo de molestar a la gente”, apunta Flavia.

Pilar Vilas, abogada de 29 años, se vino caminando con Juana, de un mes. “Me enteré por la tele, vine el martes pasado y vi una peli con la beba. Los últimos tiempos del embarazo no pude ir al cine porque con la panza, las ganas de hacer pis y todo eso ... así que tenía muchas ganas, pero con la beba tan chiquita se me complicaba, no tenía con quién dejarla, tan chiquita no se la puede dejar. Así que me gustó mucho la idea, estoy de licencia, y está bueno también tener cosas para hacer y salir un poco de casa. Cosas para hacer se tienen con un bebito de un mes, pero divertidas, no muchas. Te digo la verdad, no me importa qué película sea, cualquiera me viene bien. El martes vimos Querido Frankie. La bebé durmió y despuésle di la teta cuando se despertó. Se hizo caca y la cambié adentro, te dan pañales y todo”, cuenta, tan entusiasmada que parece capaz de armar una revuelta si se cortan las funciones. Lo mismo le pasa a Marcela Barano, presente con Julieta de 5 meses, que quiere una función los domingos para poder traer al marido. “Con mi otro nene, de tres y medio, jamás pude hacer algo así, tenía que depender siempre de dejarlo con alguien, así que se te van cortando estas salidas –cuenta–. Es contradictorio porque soy pediatra y la Sociedad Argentina de Pediatría trata de propiciar la lactancia y demás, sin embargo, no hace actividades, ni el Gobierno te da licencias como para poder acompañar al bebé. Y tener un espacio así, donde sí se ocupan en los hechos no con las palabras de que puedas venir con tu bebé, está re-bueno”.

La cola empieza a avanzar. Todo está preparado para aliviar la culpa de las madres: sonido más bajo para no aturdir a los pequeños, películas sin violencia ni estruendos, y algo de luz para poder verlo todo. Adentro, una promotora reparte analgésicos para bebés y las madres los guardan entusiasmadas. A la derecha hay un cambiador. Dos mujeres vestidas de blanco, que se presentan como puericultoras de Fundalam, reciben a los asistentes, ayudan a vaciar el carrito, entiéndase: sacar al bebé, el bolso, la mantita, etc., etc. Y luego llevan el carruaje al estacionamiento improvisado para tal fin: debajo de la pantalla y en perfecto orden de llegada, van ubicando los cuatro ruedas.

–Siempre estuvimos muy apegados.

–¿Le das la teta todavía?

–Sí, es que es alérgico a las proteínas de la vaca y la leche de soja no le gusta.

Las madres ya están charlando, se acomodan y acunan a sus bebés, todo al mismo tiempo.

La película empieza a rodar acompañada de algún quejido, gorgojeos, algunos ñanana o lele y hasta un grito. Todo tomado con mucha naturalidad y rélax por las presentes.

De pronto se establece un diálogo entre un bebé y el del asiento de atrás. En un momento la charla levanta volumen y el niño de adelante pasa al asiento de atrás. Imposible determinar los sexos desde la perspectiva de esta cronista, pero suena a romance. Las madres, guardas, no los sueltan en ningún momento. Tal vez no puedan ver la película, pero ya tienen con quién hablar.

Algún bebé apasionado galopa arriba de su madre. Otro, que está más cerca de la definición de niño que de bebé, grita “Nemo” cuando un pececito copa la pantalla. Una encuentra más entretenido contar los escalones del cine que seguir las peripecias de Frankie, que tiene una vida muy triste. Sí, leyó bien, Frankie, los organizadores del ciclo se confundieron y volvieron a pasar la película de la semana anterior. Pero, ante la sorpresa de esta cronista, ninguna madre, aunque varias habían asistido la vez pasada y se sabían de memoria el dramón de Frankie, se levantó y se fue. ¿Tan escasas son las propuestas piolas para estas mujeres?

En fin, mientras Frankie seguía escribiéndole cartas a su padre inexistente, la sala empezó a calmarse. Nada de pochoclos y gaseosa, la teta y los brazos fueron la tentación irresistible. La media luz recortaba sombras de piernecitas revoleadas al aire sin parar.

Más tarde hubo congestión para hacer uso del cambiador. Pero no hubo bebés impertinentes colándose.

Una mujer tiró la toalla antes de tiempo, abandonó la sala cansada de la gimnasia de brazos a la que la obligaba su criatura. De fondo se escuchaba un tarareo del arrorró. La función llegaba a su fin.

De yapa, por el error, adultas y niños se llevaron dos entradas gratis para usar cuando quisieran. Todo un éxito, teniendo en cuenta la cara de las madres.En fin, si sus niños ya hace rato que dejaron de babearse, no sea egoísta, póngase feliz por sus congéneres, o tenga otro sólo por darse el gusto de que su heredero/a la acompañe al cine a usted (y no al revés) a ver una peli de contenidos ajenos al mundo de héroes y malvados. Usted sabe bien de qué hablo, de ese mundo al que seguramente sus niños, que ya cuentan la edad en años, la tienen sometida.

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