Viernes, 10 de junio de 2005 | Hoy
SOCIEDAD
Al calor de las crisis económicas y el cierre de empresas, comenzó a surgir el concepto de comercio justo: productos que carecen de envases sofisticados, marcas conocidas y estudios de mercado, pero que aseguran un sistema de elaboración y comercialización libre de explotación a sus trabajadoras y trabajadores. De su mano, va creciendo otra figura: la del consumo responsable.
Por Luciana Peker
Yerba, pelotas, almohadones, sillones de algarrobo, telares, tapados, carteras, zapatillas, jabones, café, miel, dulces, tomate triturado, legumbres, cereales, leche de cabra, guardapolvos, sábanas son sólo algunos de los productos que en la Argentina se pueden comprar y vender, con un valor agregado que no tiene que ver con el packaging, la marca ni la moda. Su valor está en un sello que traspasa los paquetes y que está englobado en el nombre de comercio justo, un sistema de fabricación y comercialización que garantiza la menor explotación posible de los trabajadores y que en la Argentina se está expandiendo cada vez más.
“Consideramos que una relación comercial es justa cuando acerca al productor con el consumidor sin intermediarios, para que ellos no sean quienes se queden con la mayor parte de la ganancia. En general, los propios productores salen a ofrecer su producción y reciben un precio justo por su trabajo, mayor al que recibirían en el mercado tradicional. Así, el comercio justo permite el acceso al mercado a productores que están marginados o reciben una paga injusta por su trabajo”, explica Dolores Bulit, de la Red Argentina de Comercio Justo, que nació como fruto de la crisis del 2001, pero que tomó forma en junio del 2004 y que hoy reúne a más de 20 organizaciones civiles. “El objetivo principal de la Red es crear un mercado interno de productos CJ (comercio justo) y que los argentinos sepan que pueden comprar ciertos productos y ayudar a cambiar la realidad de muchas comunidades a través de su compra –resalta Bulit–. Esto se llama consumo responsable, que es mucho mejor que la caridad, porque es sustentable a largo plazo.”
El comercio justo es concreto, es práctico y es político. Una triple fórmula que en la Argentina tiene potencial por el auge de la economía social –microemprendimientos, cooperativas, pymes, fábricas recuperadas, trueque, asambleas, trabajo indígena, proyectos piqueteros...– que generan una amplia red de producción. Y necesita de consumidores que caminen, llamen o busquen, pero no para conseguir el precio más bajo, sino para pagar el precio más justo. No es el boom del todo por dos pesos de los noventa, sino, en todo caso, de pagar dos pesos sin que el vendedor gane $ 1,99 y el productor $ 0,1. “Los consumidores tienen la posibilidad o incluso el deber moral de utilizar su poder de consumo para modificar la realidad de su propio país”, resalta Bulit. Mercedes Homps, responsable de “Arte y Esperanza”, coincide: “El consumo responsable requiere de un consumidor que no sea un actor pasivo que consume, sino que (muy por el contrario) sea un actor activo, ya que cuando compra un producto de comercio justo está apoyando una determinada forma de producir y comercializar”. En muchos casos (no en todos), ser un consumidor responsable requiere un esfuerzo extra; algunos productos de CJ son un poco más caros (ya que no se aprovechan de la mano de obra barata), mientras que otros son más económicos, por ahorrarse los costos de los intermediarios. En todos los casos, ser un consumidor responsable es una decisión. Patricia Merkin, de la revista Hecho en Buenos Aires –que piensa editar un libro sobre comercio justo del pensador italiano Tonino Perna, junto con la Cooperativa Chico Mendes–, subraya: “En estas latitudes, promover el comercio justo es combatir la exclusión. Por eso, esta modalidad de producción y consumo tiene que tener futuro en la Argentina”.
El café, el cacao y las bananas son tres productos emblemáticos del comercio justo mundial. En Perú, Ecuador, Chile, Bolivia, México, Colombia, Nicaragua y Guatemala hay productores que con certificados de calidad laboral logran vender sus productos en los 3 mil locales que se dedican a comerciar productos de CJ en Europa y a los 20 mil negocios similares que existen en Estados Unidos. El movimiento es tan grande que se creó la Federación Internacional de Comercio Alternativo (IFAT) y se estima que la facturación de productos sin explotación mueve 200 millones de euros anuales y –sólo el café– da ganancias a los pequeños productores por 34 millones de dólares. Aquí, todo empezó el 20 de diciembre de 2001. “Argentina parece haber despertado a la idea recién después de la devaluación, como una respuesta a la pobreza generalizada”, enmarca Bulit. En España, José Luis Zapatero, en la Moncloa, ya toma café justo. ¿Néstor Kirchner terminará tomando Titrayju (Tierra, Trabajo y Justicia), la yerba maté emblema de este movimiento? Titrayju nació –como casi toda la economía solidaria– después del 2001. Ese año, a los productores les pagaron 2 centavos por kilo de hoja verde. En el 2005, Titrayju ya paga 40 centavos por kilo a sus 40 productores, abrió un local con servicio delivery en Capital y están por lanzar saquitos de maté cocido. “Titrayju pertenece al Movimiento Agrario de Misiones y es una decisión política de construcción social: estamos libres de agrotóxicos, defendemos el medio ambiente y no vendemos en supermercados formadores de precios. Todavía la estamos peleando, no podemos luchar contra los pulpos de las yerbateras que son 4 empresas, que con marcas de distinta calidad, manejan el 80 por ciento del mercado. Por eso, nosotros pedimos al Gobierno que haya una cuota social de compra a productos de comercio justo, para que los pequeños productores no sean explotados y se erradique el trabajo infantil”, reclama Miguel Rodríguez, responsable del Movimiento Agrario Misiones y de la venta de Titrayju.
“La nuestra no es sólo una empresa, es un proyecto”, ejemplifica Andrea Prado, socióloga, especialista en sociología económica y dueña de Pasión Argentina, un local creado hace tres años junto a Amadeo Bozzi y Celeste Moses que ya exporta a Chile, Estados Unidos e Italia. “No somos una ONG, pero tampoco nuestro objetivo es el simple lucro. Lo que intentamos es que una empresa que se desarrolla dentro del sistema capitalista se rija bajo normas alternativas a la ortodoxia capitalista imperante, que lo único que ha hecho es generar mayores niveles de desigualdad”. En Pasión Argentina, se venden tejidos autóctonos combinados con cueros para indumentaria o decoración. La diferencia es que prima el concepto de comercio justo en vez de aprovechar la “ganga” de la mano de obra barata que provee la sabiduría de las mujeres indígenas del interior del país. “A partir del 2001 hubo un resurgimiento de lo autóctono argentino y de lo artesanal. Se abrieron tiendas en la Av. Alvear, en Arroyo, en Palermo, en Milán, Madrid, Londres, etc. Evidentemente para los intermediarios y empresarios el negocio parece ser bueno. Pero esto no produjo mejores niveles de vida en los artesanos productores de estas piezas; sus casas siguieron empobrecidas y sus niveles de vida, paupérrimos. Los artesanos proveen a estos empresarios y lo seguirán haciendo porque esos 15 o 20 pesos que les pagan representan la leche o el pan diario para sus hijos y están en condiciones de sometimiento –critica la socióloga–. En cambio, con el concepto de comercio justo las cincuenta mujeres que trabajan con Pasión Argentina, de la comunidad wichi (Chaco y Formosa) o diaguita (de los Valles Calchaquíes), cobran $ 115 el m2 de tejido, el equivalente a 40 dólares.”
“Arte y Esperanza” es otra organización, miembro de la Red Argentina de Comercio Justo, que interviene valorizando y respetando el trabajo indígena. “El comercio justo es una alternativa especialmente para mujeres productoras. Nosotros trabajamos con mujeres de diversas etnias: wichi (realizan artesanías en chaguar, que es una planta del monte chaqueño o con semillas), coya (tejen productos con la lana de llama), Qóm-Toba (hacen artesanías en arcilla), Pilagá (producen cesterías con palma), mapuche (trabajan con lana y plata) –relata Homps–. Las comunidades indígenas producen los más variados tipos de artesanías, pero siempre en forma artesanal, aprovechando las materias primas naturales y respetando el uso ecológico de los materiales.”
El comercio justo implica un paso adelante en la calidad de vida y la valorización laboral de las mujeres. En principio, porque una de sus reglas específicas es la igualdad salarial entre géneros, un dato que no es letra chica (ni obvia) en la Argentina donde –según un estudio de la Universidad de Ciencias Empresariales y Sociales– los varones ganan, en promedio, un 46 por ciento más que las mujeres. Pero, más allá de los beneficios, también hay muchas mujeres que producen y dinamizan el movimiento del comercio justo en la Argentina. “Parece ser un tema en el que nos estamos movilizando especialmente las mujeres, sea cual sea el estamento al cual pertenezcamos”, describe Prado. Bulit enfatiza: “En las producciones regionales están involucradas muchas mujeres, y también en la producción de artesanía indígena, que en general requiere procesos muy costosos y poco valorados, desde la recolección, el hilado, el teñido y el tejido. Por ello son protagonistas especiales en el comercio justo”.
Lina Capdevila y Valeria Luchin, de la Cooperativa Mercado Solidario de Rosario, cuentan su experiencia: “En nuestra organización se da el caso de que los productores son esencialmente mujeres –en bienes históricamente asociados a la capacidad productiva femenina– y en tanto productoras participamos en todo el proceso de valorización de nuestro trabajo, y no somos víctimas de la reventa inescrupulosa, o de una demanda que desvirtúa la calidad social de nuestros productos. Por eso, sí estamos ante una mejora objetiva de nuestra condición y con posibilidades de sostenerla”.
“En el comercio justo también es importante la forma en que se produce. Hay ciertas reglas que deben ser respetadas, como el cuidado del medio ambiente (es decir, que la actividad sea sustentable), que los productores estén asociados de alguna forma que permita que las decisiones y el reparto de los beneficios sean democráticos, que los niños no trabajen y que hombres y mujeres reciban igual remuneración por igual trabajo. Estas reglas son las mismas para todos aquellos que practican el comercio justo, en América, Europa, Asia y hasta Japón”, describe Bulit. En la Argentina hay productos que ya pueden obtener el símil ISO 9000 de no explotación al medio ambiente, mujeres y chicos. Pero también hay otros emprendimientos que, aun sin ese reconocimiento internacional, van hacia la equidad social. Luis Martínez, del Centro de Comercio Solidario, de Rosario, clarifica: “Es importante señalar que por ahora no tenemos marco de referencia para ‘certificar’ el comercio justo según los criterios internacionales. Por eso, nosotros hablamos de comercio solidario y tratamos de respetar el criterio de precio justo al productor y promoción de una cultura del consumo responsable”.
El caso de la Cooperativa Mercado Solidario de Rosario, que nació a partir de un club de trueque, muestra cómo una de las formas de la nueva economía post 2001 puede encaminarse en algo más que una explosión de la crisis y convertirse en una verdadera economía alternativa. Ellos empezaron intercambiando bienes sin dinero y hoy ya lograron una exportación de zapatos a Italia y piensan abrir un local para vender sus productos. Lina Capdevila y Valeria Luchini describen: “Nosotros producimos calzado –zuecos y alpargatas–, bijouterie, confecciones para bebé, manteles, delantales de cocina, cortinas, tejidos a máquina, dulces, encurtidos, chocolates y licores. También ofrecemos un servicio de catering en comidas –tradicionales y étnicas–. Por ahora, trabajamos en ferias municipales, comercios minoristas e intercambiamos bienes y ofrecemos nuestros servicios a organizaciones de la sociedad civil. Pero en nuestros planes está la inauguración de un local de venta. Por lo pronto, ya hemos tenido nuestra primera experiencia de exportación a través de ‘Tendiendo Puentes Justos’ que nos permitió venderles zuecos de mujer a dos importadoras italianas: Comercio Alternativo de Ferrara y Amigos de Argentina de Brescia”.
Las fábricas recuperadas, otra de las nuevas formas de la economía solidaria, todavía no se inscriben, formalmente, en este movimiento. “Con el tiempo podremos hacerlo si trabajamos desde una base productivo-comercial de cadena solidaria entre productores, organizaciones intermedias y consumidores críticos”, sugiere Bulit. Pero aún sin llegar a cumplir con las condiciones del comercio justo, las fábricas tomadas, sin duda, forman parte de un movimiento global por mejores condiciones de trabajo. En la Argentina, por ejemplo, la marca CUC (Cooperativa de Trabajo Unidos por el Calzado) es un contrasímbolo de Nike, denunciado mundialmente por fabricar zapatillas gracias a la explotación infantil en el sudeste asiático. En San Martín, Margarita Roman, orgullosa coordinadora de costura de la ex fabrica Gatic (Adidas), explica el proceso de recuperación de la empresa en el 2003: “Las mujeres decidimos ponernos a coser”. Actualmente, los 130 empleados se llevan entre $ 50 y $ 70 pesos por semana a su casa (necesitarían algún subsidio para mejorar los salarios), pero entre las claras mejoras laborales está la vuelta a la fábrica de mujeres despedidas o jubiladas. Carmen Antoniacci tiene 60 años y corta con dedicación los sobrantes de hilo de cada zapato que le llega a su puesto. “Yo sabía coser, pero me había olvidado todo cuando me despidió Adidas. Ahora es un orgullo estar defendiendo lo nuestro con tanta gente joven”, valora. Isabel Capdevilla, de 46 años, define: “En 1993 me echaron de acá por reducción de personal. Ya soy vieja laboralmente y en otro lado soy descartable. Acá mi experiencia sí vale”. “Acá estamos solitos, no dependemos de ningún jefe, somos todos operarios”, sintetiza, con la vista entre los hilos que unen cueros y suelas y suelas con lengüetas, Margarita. El cuero cortado va tomando forma cada vez que pasa por una mano de mujer que la enlaza con el trabajo de otra. El trabajo también toma otra forma distinta al ver esa red de mujeres autogestionadas que se saltan esa lógica –tan argentina– de aguantar... “es lo que hay”. El comercio justo da la posibilidad de –por ejemplo– calzarse zapatillas (como las CUC) que queden cómodas –además de al andar– al sentir y pensar otra forma de trabajar.
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