Viernes, 10 de junio de 2005 | Hoy
TALK SHOW
Por Moira Soto
Tiene un gran corazón, un corazón generoso y heroico, pero no lo tiene en su sitio”, anotó Chesterton, con su luminoso gusto por la paradoja, sobre Bernard Shaw, en uno de los textos de Ortodoxia. Adversarios intelectuales casi irreconciliables, Chesterton y Shaw, sin embargo, se admiraban mutuamente y sin duda el primero supo conectar con el pensamiento del autor de Pigmalión, entender su manera de funcionar y dar una síntesis brillante: “Ha complacido a los bohemios diciendo que las mujeres son iguales que los hombres, pero también los ha enfurecido al insinuar que los hombres son iguales a las mujeres. Shaw es así, matemáticamente justo: tiene algo de la terrible cualidad de las máquinas”. Lo del corazón desubicado practicando esta especie de justicia inexorable le viene como anillo al dedo a una de sus piezas teatrales, actualmente en cartel, La profesión de la señora Warren.
El tipo que creía que el mundo terminaría siendo socialista y que siempre se tomó a pecho las cuestiones que le preocupaban o le importaban (convertido al vegetarianismo, publicó un libro de recetas desprovistas de carne), escribió en 1894 La profesión..., una pieza que se editó en 1984 en nuestro país traducida por Julio Brouté y distribuida por Hyspamérica,con el insólito título de Trata de blancas (en el mismo volumen figura Pigmalión, sin rebautizar). En el prólogo, el bueno de Bernard, más cándido que su Cándida, declara que esta pieza “fue escrita para atraer la atención sobre la verdad de que la prostitución es causada, no por la depravación femenina ni la lujuria masculina sino simplemente por el bajo salario y el exceso de trabajo que sufren las mujeres de manera vergonzosa, situación que empuja a las más pobres a caer en la prostitución para no morirse de hambre”. Obviamente, en estas palabras de Shaw hay parte de verdad, pero la problemática de este antiguo oficio, no siempre desprestigiado, es harto más compleja e incluye a rufianes y a clientes (casi siempre soslayados en la discusión), amén de las mujeres que eligen libremente, por su cuenta y riesgo, ser trabajadoras del sexo.
La señora Warren prefirió ser prostituta antes que trabajar doce horas en una fábrica y morir envenenada con plomo como una de sus dos hermanas feas, pero honradas. Incitada por Lis, su hermana linda, a Catalina Warren le fue tan bien que pasó del otro lado del mostrador y se convirtió en rufiana de alto coturno, financiada por un aristócrata dispuesto a invertir sus dineros en buenos negocios. Cuando aun ejercía de puta, Caty se quedó embarazada y tuvo una hija que al empezar La profesión... tiene 22 años, apenas conoce a su madre y ha recibido una excelente educación sin tener la menor idea de dónde sale el dinero para solventarla.
Este enigma se despeja en el segundo acto para Vivian Warren, una chica supermoderna para la época, que ha incorporado algunos gestos masculinos y aspira seriamente a ser autónoma. De hecho, ya está trabajando sin que su madre lo sepa y desde luego se escandaliza cuando conoce el pasado de mamá Warren. Esta le retruca: “¿Alardeas de lo que eres ante mí, que te di la posibilidad de serlo?”. La chica reconoce con sinceridad su prejuicio sin dejar de ponerle los puntos sobre las íes: “Me atacaste con la autoridad convencional de una madre y me defendí con la superioridad convencional de una mujer honrada”. No contenta con el relato de sus penurias del pasado, la señora Warren, que tiene algunas cosas clarísimas, le zampa a Viv: “¿Acaso no se educa a todas las mujeres para cazar a un hombre rico y gozar del beneficio de su dinero al casarse con él? ¡Cómo si la ceremonia de la boda modificara las cosas!”.
La señora Warren es la mar de simpática en su franqueza (“El buen tono exige avergonzarse. Las mujeres tenemos que aparentar una cantidad de cosas que no sentimos”), pero engaña a su hija respecto de su posición actual: le dice que se ha desvinculado del negocio cuando en verdad sigue administrando hoteles/prostíbulos en varias ciudades de Europa. Y Vivian, cuando se entera, rechaza su dinero, prefiere no verla más porque considera que caminos tan diferentes no pueden juntarse.
Hay una zona de oscuridad en esta pieza que la mediocre puesta que se ofrece en el Regio, con inexplicables recortes en el texto, no contribuye a clarificar. Sin embargo, la estupenda Claudia Lapacó sabe infundirle vida, vulgaridad, humor, desenfado a su señora, inteligentemente acompañada por Eleonora Wexler, una actriz que no se amilana pese a las dificultades que ofrece su Vivian. Como dos cariátides, ambas sostienen el espectáculo con valor y talento.
La profesión de la señora Warren, de jueves a sábados a las 20.30, domingos a las 20, en el Regio, Córdoba 6056, a $ 8 la platea, $ 6 platea alta y palcos (los jueves, entrada general a $ 4).
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