Viernes, 24 de junio de 2005 | Hoy
LIRICA
Olympia, Giulietta y Antonia, las protagonistas de Los cuentos de Hoffmann, la popular ópera de Jacques Offenbach están en el escenario del Avenida desde ayer. Con personajes femeninos arquetípicos –aunque arriesgados– durante la puesta se cuestiona desde la noción de belleza hasta la elegancia del Diablo.
Por Moira Soto
Para mí, uno de los temas de fondo de esta bellísima ópera con personajes femeninos tan arquetípicos es el de la Musa, que aparece en escena con un enfoque bastante arriesgado”, se entusiasma Ana D’Anna, puestista de Los cuentos de Hoffmann, de Jacques Offenbach, sobre relatos de E. T. A. Hoffmann, estrenada anoche en el Teatro Avenida con producción de Juventus Lyrica, con el coro de la institución preparado por Hernán Sch-vartzman y el maestro Antonio Russo en la dirección musical. El elenco alternará los nombres, entre otros, de Soledad De La Rosa, Lara Mauro, Marcela Sotelano, Mercedes Robledo, Lucas Debevec-Mayer, Gui Gallardo, Mariana Carnovali, Florencia Machado, Santiago Bürgi y Norberto Lara.
“El tema de la creación y la dispersión obsesionaba a Hoffmann, escritor, pintor, músico”, prosigue la régisseuse. “Una cuestión que se puede aplicar a otros oficios: no ser lo que tenés que ser, no estar a la altura de haber nacido, no hacer a full lo que te tocó. Por eso, la Musa aparece en las tres historias, pero el personaje de Hoffmann no la mira. Es la primera vez que trabajo con elementos invisibles, pero presentes para el público. Se trata de una obra terrorífica: no en vano Freud escribió veinte páginas basadas en los cuentos de Hoffmann sobre el terror. Traté de meterme mucho con los miedos que tenemos en la infancia, casi siempre secretos e irracionales. Hoffmann –y Offenbach respeta mucho esa atmósfera– pasa sin transición de lo cotidiano a una dimensión fantástica, tiene una imaginación ilimitada. Poe abrevó bastante en él. Y en este momento yo estoy bajo esa fascinación.”
–¿El enamoradizo Hoffmann responsabiliza al Diablo del fracaso de sus romances?
–Antes yo pensaba que Hoffmann era simplemente inconstante al enamorarse tantas veces, pero al hacer la ópera y comprometerme con sus personajes, entendí que era posible desde el mundo de la poesía. El mismo cantante que interpreta al escritor, me ayudó a comprenderlo desde otro punto de vista. Así como Lucas Debevec, que hace al Diablo desde diversos ropajes, también hizo su aporte cuando, por ejemplo, me preguntó: “¿Puedo entrar como un monje en la escena con Antonia?”. Sí, claro, le respondí. Con toda la carga católica que yo recibí, y que me volvió muy crítica hacia ciertas actitudes del clero, me encantó que cuando tienta a la cantante enferma el Diablo tuviera algo de inquisidor. Lo más perturbador de este personaje es su ambivalencia: le dice cosas a Antonia que cualquiera que ame el arte le diría, la incita a que ejerza su don, pero lo hace porque sabe que le va a provocar la muerte. Infernal, realmente.
–¿Pensás que los personajes femeninos, tan disímiles, son caras de la misma mujer?
–Hoffmann tiene enfoques diferentes y, como lo expresa muy bien el libreto, al mismo tiempo complementarios sobre las mujeres, aunque a primera vista los personajes puedan parecer maniqueos. También hay que considerar que Hoffmann observa los rasgos femeninos desde la visión de una época. Esos roles femeninos están signados por esa mirada que finalmente, más allá de sus intenciones conscientes, pone de manifiesto la situación de la mujer, las acotadas opciones que se le permitían. Por otra parte, las tres protagonistas reciben la influencia maligna del Diablo. Giulietta es venal frente a las joyas, las riquezas y el Diablo se aprovecha de esta debilidad. Pero la verdad es que la figura demoníaca es encarnada por el hombre, y quizás esté relacionada con el propio padre de Hoffmann. Por eso, no creo que se trate de una mirada misógina, la mujer no aparece como generadora del mal. En todo caso, se deja subyugar por un demonio astuto, con múltiples recursos.
–Salvo en la función de anoche, en esta puesta no se cumple la convención de que los roles centrales los haga la misma intérprete.
–Sí, lo habitual ha sido que los papeles femeninos los interprete una sola cantante, quizás por aquello que se dice en la propia ópera: todas las mujeres son la misma mujer. Sin contar a Stella y a la Musa, claro. Elegimos jugar con las dos opciones: en el estreno, Soledad hizo a Olympia, Giulietta y Antonia. En las funciones siguientes, Soledad sigue estando en distintos roles, pero le da lugar a otras cantantes, todas de gran lucimiento. Es interesante señalar, en el caso de Soledad, que tantas merecidas alabanzas se llevó el año pasado con Traviata, cómo cierto sobrepeso puede pasar a un tercer plano gracias a la belleza de su canto y la calidad de su actuación. En esta época que impone una estética de flacura, ella demuestra que la belleza siempre es una noción discutible, pero que no tiene nada que ver con lo bonito. Y los kilitos de Soledad son superados largamente por otras formas de belleza más nobles, de un impacto más profundo. Ella hizo con nosotros la Reina de la Noche, en La Flauta Mágica, y ya llamó mucho la atención, fue premiada. El año pasado protagonizó una Traviata maravillosa que ahora está haciendo en otros lugares de mundo.
Hechizadas
“Hacer todos los personajes en el estreno ha sido para mí un enorme desafío”, reconoce Soledad De La Rosa envuelta en un abrigado cardigan que le tejió su mamá allá en Córdoba. “Hay que pasar con mucha velocidad de un estado a otro: de la muñeca mecánica ir a una mujer supersensual y de allí a una chica bondadosa, enferma a punto de morir. Entre Antonia y Giulietta puede haber algo del tránsito que hace Traviata, que es pura fiesta al principio y posteriormente, después de enamorarse y renunciar, entra en el declive, se marchita. La diferencia es que en Traviata interviene el padre de él, y aquí mete baza el Diablo que la hechiza y la hace cantar hasta morir. Me encanta realmente poder hacer Los cuentos de Hoffmann, una de las primeras óperas que conocí. La de la Muñeca fue la primera aria que canté y estuve años tratando de conseguir la partitura completa, así que imaginate la alegría cuando me llamaron de Juventus.”
–No sólo se trata de tres personajes muy distintos sino que además se mueven entre la realidad y la fantasía, el ensueño y lo cotidiano.
–Eso es lo más inquietante de esta ópera: la presencia del Diablo induciendo a los personajes, modificando su destino. Simbolizado el lado negativo que todos tenemos y que aquí triunfa. Cada personaje femenino tiene aspectos que enamoran a Hoffmann y otros que destruyen esa ilusión. Me pude dar el lujo de hacer esos tres papeles porque vengo de hacer algunas cosas de soprano ligera, y a la vez puedo encarar el registro más lírico. Pero no solo hay que darle voz a la ópera: no importa el cuerpo que una tenga, además hay que actuar. Es necesario darle vida a los personajes, complementando canto y actuación. A veces una voz no tan buena se potencia muchísimo con una excelente actuación.
–Giulietta con esa debilidad por los diamantes como la Lorelei de Los caballeros las prefieren rubias ¿es la más humana de las tres?
–Sí, se rinde ante la riqueza, un diamante la puede. A ella le gusta Hoffmann, pero el Diablo se le aparece con el anillo y ella se deja convencer. Con Antonia trabajamos la fragilidad, esa bondad que es casi blandura, muy sometida, quiere complacer a todos, se olvida de sus propios deseos.
La elegancia del Diablo
“Lo primero que traté de imaginar fue la figura del Diablo, que está en todos los actos. La idea era tratarlo desde el lado de la belleza, de la ambigüedad. No me interesaba que pareciese un villano obvio”, dice María Jaunarena, diseñadora del vestuario de Los cuentos de Hoffmann. “A partir de la elegancia, de la exquisitez, el Diablo empezó a tomar una forma, una identidad, si bien se presenta con distintos atuendos y nombres, y como Coppelius es más desfachatado. De hecho, en el último acto, que aparece el más pesado, el más macabro de todos, el traje está inspirado en el del Principito, para lograr un contraste total. Mi idea del Diablo también está asociada al retrato de Dorian Grey, ese ser nefasto que mantiene milagrosamente su belleza exterior. Nada de colas o cuernos, por supuesto.”
–¿Qué importancia le atribuís a la época?
–Necesito definir la época y la gama de colores que va a tener el coro, soporte de todo el espectáculo. Luego, busco los colores que se van a distinguir sobre esa gama. En esta oportunidad, el coro está compuesto por 46 personajes, un número alto para un escenario mediano como el del Avenida, donde no trabajamos con gran despliegue escenográfico sino más bien con elementos significativos que dan cuenta de la acción que se narra. Aparte del rol dramático, el coro cumple en cierto modo una función escenográfica. Con los colores del coro empiezo a recortar a los protagonistas. Con respecto al Diablo, me interesaba conservar algo de lo que en el imaginario colectivo asocia a este personaje: tenía que moverme entre el negro y el rojo. En cuanto a la Musa, no es ni una sílfide ni una figura de Botticelli, sino una chica que anda descalza, muy libre, cuasi harapienta. A la época la tomo como base, no me preocupan los retratos históricos, maniáticamente fieles en todos los detalles. Me importa dar un perfume de la etapa histórica correspondiente, crear una atmósfera, dar unas pinceladas que estimulen la imaginación del público. Se trata de mostrar determinadas líneas que, en este caso, se pueden elegir libremente por lo fantástico del relato. El vestido de Giulietta es muy anterior al fin de siglo XIX, tiene algún rasgo medieval. La Muñeca viene con volados, en verde agua, porque es una autómata sin vida. Y Antonia, una hija del XIX, más espiritual, va de azul. Como en Traviata, Soledad De La Rosa hizo toda la bijouterie. Además de cantar maravillosamente, tiene esa creatividad. También colaboró mucho una amiga, Andrea Barbuto.
–¿Tu trabajo está directamente relacionado con la régie?
–Sí, claro, hay mucho intercambio. Desde la puesta surge un enfoque general al que me sumo con el vestuario y algunas propuestas. Hacer esta ópera es un gran disfrute porque te incentiva mucho la creatividad. Los cuentos de Hoffmann está muy marcada por el romanticismo, por un tono muy fantástico, de ensueño, surreal. Es una ópera fascinante pero muy laboriosa para los presupuestos con que nos manejamos. Casi una hazaña haber logrado resultados que me parecen muy satisfactorios.
Las funciones tendrán lugar mañana sábado a las 20.30, el viernes 1º de julio a las 20.30 y el domingo 3 a las 17 horas.
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