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Viernes, 24 de junio de 2005

TALK SHOW

Lo importante es amar (demasiado)

 Por Moira Soto

Las mujeres que de verdad aman demasiado no están en aquel best seller de la norteamericana Robin Norwood que hizo estragos en los 80 –y que mereció una secuela– sino en la ópera del siglo XIX, comienzos del XX. Drogadas de amor que no pueden soportar el síndrome de abstinencia –y menos todavía, en algunos casos, el amado sea sustituido– como Lucia de Lamermoor, la heroína de la sublime opera de Donizetti, vagamente inspirada en una novela de Walter Scott (a su vez basado sobre un hecho histórico), que en estos días se brota sobre el escenario del Colón y, una vez más, rompe el corazón del público.

Porque Lucía es una de las contadas protagonistas de género lírico que se nos muere de pura locura. Ni asesinada ni en el cadalso ni suicidada, como la gran mayoría. Tampoco sucumbe de agotamiento físico o emocional, ni entrega su alma en la cresta de un éxtasis místico. Lucía, luego de apuñalar frenéticamente en la noche de bodas al marido que le había sido impuesto con malas artes, se vuelve completamente chiflada y luego de desvariar zigzagueante entre los invitados que siguen celebrando –y de entonar la celebérrima “escena de la locura”, que demanda altísimo virtuosismo y a la vez una profunda comprensión de la enajenación del personaje– agoniza y se muere sin más explicaciones. Por cierto que lo que no aclara el libreto lo expresa con creces la música: Lucía ya está en otra parte después de matar a Lord Arturo Bucklaw, el hombre con el que aceptó casarse presionada por su hermano Enrico, a quien le convenía mucho esa unión. Para convencerla, le mostró una carta fraguada por Normanno, capitán de la guardia del Castillo, donde Edgardo declaraba que rompía el compromiso.

Si bien Lucía parecía dispuesta al sacrificio y hasta llega a firmar el acta de matrimonio, después de la intempestiva aparición del ofendido Edgardo durante la ceremonia, ni ebria ni dormida ella podría consumar ese matrimonio que le repugna: prefiere matar a Arturo y perder la cabeza, mancharse de sangre antes de traicionar su juramento. Y aunque los excesos de la pasión en la ópera romántica suelen ser patrimonio femenino, en Lucia de Lamermoor, Edgardo, enamoradísimo y transido de pena por la supuesta infidelidad de su novia, sólo desea morir. Su suerte ya está echada, obviamente. Sin embargo, la muerte que él mismo se dará será menos amarga al enterarse de que Lucía, loca y todo, pidió por él en su lecho de muerte.

“La pasión tiene una partida entablada con la locura. Interesarse por la pasión en la ópera es interpelar la enajenación enraizada en cada uno de nosotros”, dice Marie-France Castarède en el ensayo El espíritu de la ópera. Y acaso no exista otra muestra del género lírico que como esta creación de Donizetti ponga tan al descubierto esa peligrosa vecindad ligada a los amores fulminantes, tan grandes que finalmente no pueden ser. Porque en Macbeth, de Verdi, la Lady también se muere de locura, pero lo suyo tiene que ver exclusivamente con la desaforada ambición de poder. Mientras que Lucía sólo quiere amar a Edgardo y que Edgardo la ame. Desafiando el rechazo de su hermano Enrico, burgués trepador, ella se compromete secretamente con el noble arruinado que la salvó del ataque de un animal salvaje, y la flechó para toda la eternidad en ese mismo instante.

Así se disparan los sentimientos en la ópera, amplificados, fanatizados, desesperados. La música nos lleva a alturas que parecen sobrepasarnos, al tiempo que nos sensibilizan en lo más profundo, desbordándonos de emoción. No pasa con todas las óperas, desde luego. Entre las que expresan esas emociones magnificadas que te ponen el corazón al borde del estallido, sin duda figura Lucia de Lamermoor que, en el caso de la actual puesta en elColón, si se pasa por alto la convencional régie y las limitaciones escenográficas, merece ser vista y sobre todo escuchada por las interpretaciones de la norteamericana Leah Partridge y de Bülent Berduz, encabezando un idóneo elenco, con excelente dirección musical de Antonio Pirolli.

Lucia de Lamermoor, mañana sábado a las 20.30 en el Teatro Colón.

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