Viernes, 1 de julio de 2005 | Hoy
MODA
Antes que como esculturas para usar, el argentino Marcial Berro prefiere definir a sus joyas como piezas “para actuar y expresarse en público”. Lo mismo debe haber pensado Andy Warhol, uno de sus primeros compradores, o quienes ven sus exquisitas obras resplandeciendo en las vidrieras de Place Vendôme, o adornando a algunas de sus favoritas (elegidas por talentosas, y no por rango) Jeanne Moreau, Marta Minujín o Catherine Deneuve. Actor, casi periodista, diseñador de utensilios de lujo para la casa Baccarat, aquí repasa algunas de sus travesías.
Por Felisa Pinto
Desde hace dos meses, las calles de París y las revistas de moda muestran una foto etérea de Kate Moss en donde se la ve adornada con aros de argolla criolla, de influencia mapuche, hechos con oro amarillo y un pendentif de formas que a veces recuerdan la curvatura de un estribo de montura y otras, formas geométricas puras. Su autor es Marcial Berro, quien diseñó esas alhajas para la última colección de la casa Fred Joaillier –instalada en la Place Vendôme, epicentro de la alta joyería mundial– para la que Berro diseña desde hace ocho años. Los más recientes, luego del largo recorrido de 30 años de Berro entre las joyas y las luces de París. Tanto despliegue gráfico se debe a la franca expansión que la casa Fred está haciendo en Asia y EE.UU., mientras que en Francia forma parte de un grupo de marcas suntuosas que se ocupan del lujo en el mundo: LVMH (Louis Vuitton, Moet, Hennessy, esto es la moda, el champagne y los licores). En los años ‘50, la casa Fred tuvo como fundador a Fred Samuel, quien curiosamente se había iniciado en una joyería de la calle Florida de Buenos Aires en los años ‘20. “Hoy, cada vez que paso por la Place Vendôme y veo mis diseños que se venden bien y tienen éxito, en sus vidrieras, me acuerdo siempre de eso y lo que extraño Buenos Aires, adonde voy cada vez más seguido”, suspira Berro.
También añora los años ‘50, cuando ni había nacido, y los franceses impusieron la moda de adornarse con la “parure”, que viene a ser lo que nosotros llamamos el conjunto de collar, pulsera, y aros, haciendo juego y que algunas veces, incluía una tiara en la cabeza, al mejor estilo Grace Kelly, y otras ricas y famosas de la pantalla y fuera de ella. Sin olvidar, como apunta Marcial, los broches de diamantes o piedras preciosas, pinchados con ostentación en la solapa de algún impecable tailleur negro o el cuello de un abrigo de visón blanco. “Todo eso desapareció y desgraciadamente lo único que queda de esas costumbres desmesuradas es el abuso transformado en caricatura”, puntualiza. Para Berro, un estudioso de todas las modas de todos los siglos, hay que recordar que, en los ‘50, Fulco Verdura innovó con una elegancia inusitada en todos los diseños que hizo para Chanel de alhajas falsas o de fantasías. “Un águila bizantina o las muñequeras-brazaletes con la cruz de Malta, de piedras falsas y esmalte de color marfil, eran una locura por su diseño y audacia de concepto. Siempre me parecieron lo máximo. Especialmente cuando se las vi puestas en las muñecas a Diana Vreeland, una tarde en Nueva York”, recuerda Marcial.
Luces de la ciudad
Muchas visiones y estéticas se sucedieron teniendo como protagonistas a piedras y metales preciosos a partir de 1970, cuando Berro desembarcó enNueva York, desde Buenos Aires, decidido a diseñar alhajas con plata y piedras semipreciosas, forjadas por orfebres y artesanos rigurosamente elegidos por Marcial en todos estos años. “En el ‘72, Andy Warhol fue el primero en comprarme una de mis primeras cosas. El fue el primero que se fijó en mis diseños y apreció que mis cosas no eran esculturas para usar sino ‘objetos sublimes para actuar y expresarse en público’, como bien define el Webster Dictionary a las alhajas. A Andy lo había conocido unos años antes cuando Marta Minujín me lo presentó una noche en el Max Kansas City, en 1966. Después de hacerme una nota en su revista Interview, me compró un par de aros con conos y esferas realizados en oro macizo.” En esos mismos años, Marcial formó parte del séquito que rodeó a Salvador Dalí y a Gala, en el Hotel Saint Regis de Nueva York, adonde los Dalí ya habían puesto un ojo sobre este argentino de ojos celestes y que vestía con excentricidad un poncho blanco, además de ser un joven y talentoso diseñador de joyas.
Desde entonces, Berro elige no caer en el juego fácil de construir el aparato propio de una diva. Prefiere elegir sus clientas no por su rango sino por su talento y la independencia de su allure. La lista de favoritas, abarca, desde Marta Minujín a Jeanne Moreau, pasando por Isabel Adjani, Juliette Binoche, Catherine Deneuve y Marilú Marini. Sin olvidar a Jessica Lange, a quien adora y adorna con fervor desde 1972, cuando eligió, hasta ahora, adornarse con algo firmado por Berro. La última vez fue hace dos años, cuando Marcial diseñó el trofeo que la casa Fred le entregó con motivo de su premio en el Festival de Deauville, “era un cetro incrustado de estrellas, en esmalte y vermeil”.
Otras voces
En la mitad de los años ‘60 conocí a Marcial Berro en una fiesta post-estreno ditellesco y nuestra complicidad respecto de casi todo dura desde entonces. En esos días, tenía como soporte nuestra mutua amistad con Manuel Puig. “¡Más que nunca estoy viviendo mucho con él gracias a la lectura del libro Querida familia (Entropía, 2005), adonde me reencuentro con su parte de Coco y me río con la evocación de tantos mitos y charlas interminables!” En 1967, Marcial intentó el periodismo en Primera Plana, en pleno auge del estilo kitsch. Probablemente influenciado por esa corriente, entrevistó, junto a Kado Kostszer, a varias figuras porteñas: la entonces ex bailarina Lida Martinoli, Silvina Bullrich, las hermanas Pons y Libertad Leblanc. Simultáneamente había sido aspirante a actor en bolos de teleteatros de Nené Cascallar y episodios televisivos de Giberti-Escardó, dirigidos por Barney Finn. Sin embargo, alcanzó momentos cumbre, en el Di Tella, con Alfredo Arias, en Futura y en Love & Song, y en las puestas de Roberto Villanueva, Ubu Rey y Timón de Atenas, la casi desconocida obra de Shakespeare. Desde el ‘80 hasta ahora, en cambio, su vida como diseñador de alhajas es exclusiva y excluyente. Sus muestras de alhajas, muebles u ornamentos de gran formato que incluyen espejos, se realizan, desde entonces, en galerías de arte, en lugar de pasarelas. También en el Centro Pompidou, adonde en el ‘89 fue el único diseñador latinoamericano invitado a la gran megaexposición: París-Milán-Düsseldorf-Barcelona. De esa misma época son sus trabajos en cristal y plata para vajillas y utensilios de lujo de la fábrica Baccarat.
Ahora, Marcial Berro volvió a Buenos Aires para entrevistar artesanos e industriales, con miras a su proyecto de organizar una presentación para exhibir “las habilidades de la industria nacional y los talentos de los artesanos latinoamericanos. Antes que desaparezcan”.
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